Intérpretes: Alejandro Olóriz, violonchelo. Amaia Zipitria, piano. Programa: Debussy: ‘Pierrot está enfadado con la luna’. Tres piezas para violonchelo de Nadia Boulanger. Falla: Canciones españolas, versión para violonchelo de Maréchal. Gran tango de Paizzolla. Programación: Ciclo Pamplona Acción Musical, del ayuntamiento. Lugar: Civivox Condestable. Fecha: Domingo 13 de febrero de 2022. Público: Lleno (entrada libre).

l tercer concierto del ciclo municipal, nos ha traído un programa muy bien pergeñado, en torno al París de la primera mitad del siglo XX, y en torno, también, a la gran Nadia Boulanger, la compositora, directora, y, sobre todo, maestra, de grandes músicos del siglo pasado. (Se impone, aquí, un recuerdo al profesor Ochoa de Olza, alumno de Nadia, y propagador de su magisterio en nuestra ciudad). Alejandro Olíriz, al violonchelo, y Amaia Zipitria, al piano, se pasean, y nos pasean, por el cosmopolitismo musical -de Falla a Piazzolla, pasando por Debussy y la propia Boulanger-, que circulaba en la capital francesa. Alejandro Olóriz ha dado un salto cualitativo importante desde su presentación (DN 10-2-15), donde ya demostró su valía. Ha consolidado un sonido muy hermoso, afinación perfecta, y una interiorización del ritmo por encima de medida y compás. Todo eso le permite adentrarse en versiones propias de las obras, donde, por cierto, arriesga formidablemente, y sale airoso, con propuestas personales que, precisamente por profundizadas y sentidas, consiguen una comunicación con el público muy emotiva. Amaia, a quien yo no había escuchado, comparte, al piano, la atmósfera del chelistas; por lo expresado por ambos, se nota que han trabajado, mucho tiempo, juntos. El programa es serio, incluso novedoso, -sobre todo en la primera parte-, pero, a la vez muy ameno.

Pierrot está enfadado con la luna de Debussy abre la matinée. Es un Debussy vanguardista, que pasa de la luminosidad lunar en la noche, -qué magníficos graves-, a la melancolía y al enfado: son los primeros golpes de arco atrevidos, y, sin embargo, controlados y efectivos para esos estados de ánimo. Logran los dos intérpretes una camerística plenitud sonora. Las tres piezas para chelo y piano y Boulanger, son una delicia, y diversas. La primera, confía al chelo un tema muy hermoso y cantable, con un claro tintineo del piano al fondo; un gran regulador, impecable, muestra la compenetración de los intérpretes. La segunda es más dialogada por ambos, se solapan los temas de igual a igual. La tercera, de ritmo bartokiano, alcanza una vorágine que obliga al chelista a recorrer todo el mástil, y a la pianista percutir con rotundidad, a ambos a superar el virtuosismo. Las canciones españolas de Falla se adaptan al violonchelo como a ningún otro instrumento; al fin y al cabo su sonido es muy humano. El piano, por supuesto, es de una sutileza inigualable. Oloriz, con su violonchelo, fundamentalmente, canta. En el paño moruno arriesga con energía; la nana es una delicia de sonido matizado, pero quieto en el maravilloso clima que prepara el pino, para no perturbar el descanso; el polo es una lección de compenetración y dominio de endiablado ritmo; la asturiana es evocadora; la jota una lección de rubato (o sea de libre interpretación de tempo y matiz), que imprime ese carácter de versión personal de una obra. Se cerró el concierto con Piazzolla (alumno, también, de Boulanger), y su Gran tango. Piazzolla elevó el tango a música culta, no sin polémica: los tangueros le decían que no se podía bailar. Esta partitura es un verdadero tango sinfónico, con sus movimientos agitados y lentos, y una exhibición de versatilidad y sentido del compás, tan marcado, del tango, que, sin embargo, aún permaneciendo siempre, se deconstruye. Magníficos glissandi, sin abusar, y golpes de arco muy marcados, como manda la tradición tanguera. De propina, abundando en el ambiente de la propuesta, la Habanera de Ravel.