Los museos tienen el poder de transformar el mundo que nos rodea”, recalca el ICOM (Consejo Internacional de los Museos) con motivo de este 18 de mayo. El poder de inspirarnos, hacernos reflexionar, conservar nuestra memoria, activar preguntas, crear comunidad.

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Bajo el lema El poder de los museos, la celebración del Día Internacional de los Museos reivindica la necesidad de explorar el potencial de estos espacios contenedores y activadores de arte, cultura y memoria para provocar cambios positivos en las comunidades. Y para ello, es clave que museos y educación se den la mano, en un hermanamiento firme que es más necesario que nunca en estos tiempos líquidos y globalizados que vivimos.

Como resalta el ICOM, el poder de los museos puede extenderse a tres logros hoy urgentes: la sostenibilidad; la innovación y accesibilidad en la digitalización; y la construcción de comunidad a través de la educación. Porque, desde sus colecciones y programas, los museos “enhebran un tejido social que es esencial, y contribuyen a conformar una sociedad civil informada y comprometida”.

En Navarra, los principales museos cuentan con sus correspondientes áreas de didáctica o pedagogía desde las cuales se acercan a esos nuevos públicos, los públicos del futuro, que hay que cuidar con mimo y ofertas atractivas y adecuadas a su lenguaje y edad. Sin embargo, queda mucho por hacer. Hay pequeños museos que claman desde hace tiempo por un vínculo fuerte y estable con el mundo educativo de la Comunidad foral, conscientes de que es la clave para mantenerse vivos. Porque, lamentablemente, ocurre muchas veces que “sabemos cómo es el Partenón, pero desconocemos lo que tenemos más cerca”. Así se expresaba recientemente Elur Ulibarrena, responsable del Museo Etnográfico del Reino de Pamplona, ubicado en Arteta, y presidenta de Ondarezain, Asociación de gestores de museos, colecciones museográficas permanentes y otros centros de exhibición pública de Navarra.

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Precisamente el Museo de Arteta acaba de presentar su proyecto pedagógico, que está a punto de poner en marcha, en el marco del I Congreso Internacional de Patrimonio Cultural Inmaterial que ha organizado este mes la Universidad de Barcelona.

Un paso adelante movido por la certeza de que el público de la comunidad donde ejerce cada museo, y en especial el público escolar, es clave en la transmisión del patrimonio. A él hay que dar a conocer este tesoro. Porque lo que no se conoce, no se valora.

Al frente del Departamento de Educación Estética de la Fundación Museo Jorge Oteiza, en Alzuza, Aitziber Urtasun percibe que la labor educativa en los museos “ha evolucionado enormemente en los últimos años”. “Ya no se trata de contar nuestra historia o de narrar la obra de arte como una sucesión de hechos históricos, sino de compartirla como un elemento vivo que forma parte de un contexto cultural y de un periodo histórico pero que evoluciona en base a los cambios de la sociedad”. Así, cree que “la obra de arte nos puede servir para hablar de religión, de valores humanos, de feminismo, de sexo, política o de cualquier tema que nos preocupe en nuestro día a día”. En un sentido pedagógico, Aitziber Urtasun concibe el museo como “una extensión de la escuela”. “Y si los pequeños y jóvenes están siendo educados en una escuela cada vez más solidaria, empática, plural e inclusiva, también la mediación de las instituciones museográficas debe serlo”, reflexiona.

El arte de Oteiza

“Un valor inimaginable”

La trabajadora de la Fundación Oteiza cree que “cada día se cuida y se valora más” la labor pedagógica que se realiza desde los museos, “aunque la inversión en educación artística, que es fundamental para ayudar a construir una sociedad más crítica y más fuerte, es aún demasiado pequeña y sigue siendo un sector laboral excesivamente precario”, puntualiza.

Urtasun recalca la importancia de que el museo sea “una comunidad abierta a todos”. “Es importante esforzarse en la educación de los más pequeños y de los jóvenes pero no debemos olvidarnos de nuestros mayores, de las personas con diversidad funcional, de los migrantes, de la gente sin recursos económicos”, dice.

Sobre lo que aporta la obra de Oteiza en la labor de mediación con públicos, afirma que es “una herramienta educativa de un valor inimaginable”. “Oteiza transitó por lenguajes muy diversos y es un artista que para entender la contemporaneidad no sólo se nutre del presente sino que mira permanentemente hacia atrás, al origen. Es muy interesante explicar a los más jóvenes que sólo consumen la cultura más reciente que para entender una serie actual es necesario ver cine clásico, o que para comprender la última propuesta de Rosalía es fundamental escuchar flamenco”, defiende Aitziber Urtasun, que alerta de que “no podemos sacralizar la obra y al artista porque así perderemos la conexión con las futuras generaciones”.

Desde el Museo Universidad de Navarra (MUN), Fernando Echarri, responsable del Área Educativa, valora el importante papel de los museos en la “educación permanente, sin límite de edad”, de la sociedad. Eso sí, puntualiza que “visitar un museo no significa aprender, de tal forma que el museo tiene que preparar contextos vivenciales para que puedan darse en ellos experiencias significativas potentes, de choque casi, entre sus usuarios y usuarias”. Así, apunta, debe ser “conceptual pero a la vez un espacio divertido, lúdico, interdisciplinar, interactivo, emocional, sorprendente, inclusivo. Tiene que buscar el conocimiento del mundo de una forma integral, fomentar aprender a pensar y contribuir a la memoria colectiva”. Una labor, la pedagógica, en la que cree que “se puede avanzar, con nuevas conexiones y maneras de motivar al público. Los visitantes tienen que poner algo de su parte para que esos aprendizajes tengan lugar en el museo”, afirma Echarri. En este sentido, apunta que en el MUN, al ser museo universitario, “los jóvenes juegan un papel principal, pero trabajamos con públicos de todas las edades, desde 0-3. Pretende ser un museo inclusivo, abrirse a la sociedad”.

Al frente del Área de Didáctica y Difusión del Museo de Navarra, Olaia Nagore Santos reconoce que “el momento que vivimos puede parecer que no es el más adecuado para que el público más joven y sobre todo el adolescente se sienta atraído por los museos. El ritmo vertiginoso, las nuevas tecnologías o las redes sociales nos están acostumbrando a ser devoradores de contenidos de todo tipo, con una inmediatez que muchas veces nos impide tener un espacio para la reflexión o el disfrute consciente”.

Sin embargo, destaca que “la niñez y la adolescencia son periodos de gran curiosidad, privilegiados para el aprendizaje a través del ocio. Por lo tanto, los museos deben hacer una profunda reflexión sobre la metodología y los recursos que se utilizan para atraer e implicar a este público”.

El museo, en su opinión, debe ser “un laboratorio dispuesto en todo momento a plantear un diálogo abierto con las nuevas generaciones”.

Y en esta experiencia, la labor del profesorado de los centros educativos es “crucial”. “La motivación que transmita al alumnado antes o durante la propia visita es la clave del éxito para que surja la magia y se dé ese poder transformador del museo”, asegura.

En su labor de mediadora, Olaia Nagore se esfuerza por que las piezas que se recorren en la visita “hablen, nos cuenten una historia, un contexto. Cuando logras despertar el interés del público en una visita al periodo de la prehistoria o la época romana, se hace ese clic, y es increíble: de pronto los artefactos cobran sentido y esto nos permite viajar o conectar con ese pasado, tender puentes a otras épocas desde nuestras propias vivencias o experiencias. En el caso de los visitantes más jóvenes, ves cómo empieza a crecer su interés y comienzan a preguntar sin parar, quieren saber más, conocer ese pasado y se quedan con las ganas de volver al Museo”.