El director bilbaíno Álex de la Iglesia estrena este viernes en las salas españolas su largometraje número 17, El cuarto pasajero, por primera vez en su filmografía una comedia romántica “de libro”, aunque igualmente atravesada por su explosiva personalidad y coronada por un final apoteósico, marca de la casa. “Estoy encasillada”, bromeaba muerto de risa el directo, a modo de protesta por la crítica. “Lo que hay en mi cine es una voluntad de gustar, de entretener, de ser generoso con el espectador e intentar contarle lo que quiero, pero agradando”.

“Creo que eso es el deber de un director, no me gustan los directores que se cierran en sí mismos y complican la comprensión de su mundo, o lo hacen difícil de tragar. Creo que contar tu historia con amabilidad -y con muchas risas, si es posible-, es importante”.

Defiende que le gusta “diversificar” su trabajo, y no anclarse en “un único modo de rodar o de contar historias, y una de las más divertidas y que a mi más jugosa me resulta, y más complicada, es la comedia. Es mucho más intrincada que otros géneros”, remata.

La película, una ‘road movie’ que lleva a sus cuatro protagonistas en un coche compartido de Bilbao a Madrid, apela a las relaciones humanas que ya abordó en la supertaquillera Perfectos desconocidos, pero se diferencia de ésta en esa mano final del director vasco, trabajada a medias con su cómplice y amigo Jorge Guerricaechevarría. “El cuarto pasajero surgió “cuando empezábamos a vivir una situación de atasco general de la sociedad”, algo que les influyó, porque, al final, de lo que habla es de “cómo un grupo de gente heterogénea que no tiene ningún punto en común se une para salir de un atasco vital”.

Pero ese atasco metafórico es real, apabullante en la cinta, con todas las sorpresas posibles del universo del director saltando de la pantalla a la butaca. Lo más divertido en esta comedia (al menos, lo que más le divierte al director, que no puede evitar la risa cuando lo cuenta) es “ver cómo sufren los personajes, no hay nadie que sufra más que Alberto San Juan, él -su personaje- quería hacer un pequeño viaje con una chica guapísima e intentar declararse, pero nada sale bien”.

San Juan es Julián, un divorciado de 50 años que comparte su coche con desconocidos para compartir gastos, planea decirle a la joven y preciosa Lorena (Blanca Suárez), que “sube y baja” de Bilbao a Madrid con él desde hace meses, que la quiere. Se suman como pasajeros un “espíritu libre”, Sergio (Rubén Cortada) y un hombre indescriptible, Juan Carlos (Ernesto Alterio).

Juan Carlos “no se sabe si es un empresario, alguien de la alta sociedad, un delincuente o un narcotraficante que puede ser encantador pero también muy dañino”, explica Alterio, insuperable en el papel más retorcido de la película.

“Los cuatro personajes son unos miserables -aporta San Juan-. Creo que un elemento que caracteriza el mundo creativo de Álex es que los seres que pueblan sus historias son entrañables, pero miserables, porque ese es su concepto del ser humano: que somos una panda de miserables llenos de fragilidad”.

Y una sorpresa, el monumental atasco “se rodó en un plató enorme con cien coches en escena, moviéndose...muy complicado”, afirma el director.