Manuel Rivas Barrós (A Coruña, 1957), escritor todoterreno y periodista, presenta estos días ‘La tierra oculta’, recopilación publicada por Alfaguara que reúne tres de los libros de este narrador escritos en los años noventa: ‘Un millón de vacas’, ‘Los comedores de patatas’, y una edición revisada de ‘En salvaje compañía’. También incluye una antología de relatos titulada ‘Los habitantes de la dificultad’. La ocasión invita a una entrevista sobre literatura, periodismo y actualidad política y social.

Esta obra se presenta como posible metáfora de nuestro mundo. 

–No entiendo una obra literaria como una serie de compartimentos separados. Lo veo más bien en forma de peldaños o círculos concéntricos. Si escribí un relato como ‘La lengua de las mariposas’ fue porque antes hice un poema que se llamaba ‘Pan negro’, y antes un libro de poesía que se llamaba ‘Mohicania’, y ‘La lengua de las mariposas’ me permitió escribir ‘El lápiz del carpintero’, ‘Los libros arden mal’, ‘El último día de Terranova’... 

Cada uno de sus títulos con su vida propia, sin adivinar en su momento si podrían adquirir un nuevo sentido muchos años después. 

–Sí, ‘La tierra oculta’ reúne obras ya desaparecidas o en vías de extinción. Para mí la literatura, entre otras cosas, es un trabajo de desextinción, porque el lenguaje también sufre el peligro de extinguirse, intoxicarse o contaminarse y que su sentido quede secuestrado; lo vemos todos los días. Este libro nació también porque quería ver reunida mi literatura de la naturaleza, aunque procuro que todo lo que escribo sea parte de ella, porque creo en una escritura sensorial. Por ejemplo, una fotografía antigua familiar nos cuenta cosas, y cada año que pasa cosas diferentes. La primera herramienta es escuchar, también a la naturaleza, poner el oído en la tierra. Un libro es construir un lugar en tanto deslugar que hay. Vivimos en un mundo de tecnopoder, y la literatura es un contrapunto.

“Hay un lugar donde se unen el presente, el pasado, y se anticipa o brota el futuro. Ahí radica la literatura”

¿Hasta qué punto hay que escucharse a uno mismo? 

–Tienes que saber hacerlo. Cuando escribo lo hacen también todas las personas que he sido. Se unen el presente y el pasado, y luchan o conviven antónimos como la luz y la sombra o la muerte y la vida, puentes que comunican el aquí con el más allá, o la memoria de los que se fueron. Es muy antiguo y muy moderno pensar que de alguna forma hay un lugar donde se unen el presente, el pasado, y se anticipa o brota el futuro. Ahí radica la literatura. Hasta lo que inventas tiene que ser verdad.

Empezó en el periodismo con una precocidad fuera de lo común. Lleva 51 años en el oficio, porque sus primeros pasos en una redacción los dio en la adolescencia.

–Yo quería ser escritor, y me parecía que la única manera de realizar esa pasión por escribir era el periodismo. Admiraba a escritores y escritoras que lo había hecho, desde Cunqueiro a Mark Twain. Empecé como meritorio en un periódico, que era hacer de todo. Como sabía mecanografía me pasaban teletipos. El jefe de Internacional me hacía un gesto y le iba a comprar una cajetilla de Winston internacional, de contrabando. Me encargaba también del horóscopo. Un día me mandaron a un atropello cercano, y quise hacer una pieza magistral. Era un periodismo de linotipias y tipógrafos, donde a partir de un momento ya no mandaba el director, sino el regente de talleres, que se dirigió a mí furibundo mientras yo hacía esa pieza sublime, y me dijo: ¡Deje de escribir para la eternidad! Me pareció que había hablado Shakespeare (se ríe). Aquella frase se me quedó clavada, entendí lo que era el periodismo. Fue una escuela extraordinaria. Después pasé por circunstancias muy diferentes, pero creo que hay que mantener una voluntad de estilo literaria.

Con las actuales dinámicas del periodismo digital, eso supone un reto añadido. 

–Se puede ser breve y tener un estilo y densidad, y utilizar palabras que todavía quieren decir; luchar contra una especie de apropiación indebida. Me resulta muy cómico por ejemplo como ‘resiliencia’, que tenía un significado de resistencia, de segunda vida en el ser humano, verla de repente repetida 30 veces en un informe del Banco Mundial. 

“Las hipérboles tienen mucho que ver con la descivilización y el pensamiento bruto, excesivo, de querer imponer un discurso”

En 2012 escribió que el uso de eufemismos se intensifica en tiempos de crisis. En la actualidad afloran tal vez más las hipérboles y el lenguaje zafio. 

–Las hipérboles tienen mucho que ver con la descivilización y el pensamiento bruto, excesivo, de querer imponer un discurso, cuando el lenguaje se utiliza para dominar, intimidar y establecer una ‘realidad alternativa’, otro gran eufemismo. La hipérbole tiene que ver con una producción industrial de la mentira. Al mismo tiempo una palabra que forma parte de los discursos oficiales, muy desgastada con el uso en el tiempo, ‘paz’, vuelve a tener sentido, porque ha regresado a los labios de la gente común, mientras los diplomáticos se resisten a utilizarla. Es un sarcasmo.  

Estos días se habla de ‘pausa humanitaria’, concepto con connotaciones perversas. 

–Sí, pero es por evitar la palabra ‘paz’. Efectivamente, pausa es parar un momento, y volver después con la maquinaria pesada y la destrucción. Vemos la reticencia a utilizar las palabras que corresponden. 

A usted se le conoce también en su faceta de columnista. Javier Marías contó que había conocido a Ferlosio y que le había dicho que un artículo de prensa no mueve ni una hoja. ¿Tiene esa misma sensación?

–Elias Canetti contaba una historia, que en los tambores de la Segunda Guerra Mundial rebuscando en unos cajones encontró un papel escrito por él que decía: Si de verdad fueras escritor deberías poder parar esta guerra.

Qué mochila tan pesada. 

–A él le pareció una frase pretenciosa, escrita de joven con la Primera Guerra Mundial. Pero después pensó que lo que quería decir es que si una guerra se pone en marcha con palabras de odio, la maquinaria bélica encuentra el camino pavimentado, y deberíamos ser capaces de producir otras palabras que parasen eso. Creo que tenía razón, vemos cómo se asfalta el odio, se crean enemigos, y se establece una dialéctica en la que se cosifica al diferente o al adversario. Eso es producto del lenguaje. Internet es un campo de batalla entre campañas de reputación y difamación, con mucho dinero para la adulación y el culto a la personalidad y para la destrucción del adversario. 

Marías terminaba reconociendo que todos los columnistas tienen el deseo de influir un poco. 

–Hay que ser ambicioso y escribir lo mejor posible. Lo decía muy bien Miguel Torga. El primer compromiso del escritor es escribir, pero teniendo en cuenta que todo lo que escribas te compromete. 

Máxima estupenda, para hacernos responsables de lo que emitimos.

–Efectivamente. Yo no sé si un artículo puede cambiar el mundo para bien, pero puede cambiarlo para mal, puede empeorarlo, hacer la realidad más fea de la que es. Mi experiencia es que yo no voy a cambiar por un artículo, ni por un libro, ni por una película ni por un cuadro, pero es verdad que hay cuadros, películas y libros que creo que me han hecho ver mejor, que me han ampliado la mirada. Pienso que el compromiso sobre todo consiste en procurar no hacer más daño.

“La palabra ‘paz’ vuelve a tener sentido en los labios de la gente común, mientras los diplomáticos se resisten a utilizarla. Es un sarcasmo”

Es codirector de Luzes, una revista escrita en galego, territorio lingüístico y comunitario con un mundo propio, como el euskera o el catalán. ¿Qué quiere aportar a sus lectores?

–Cumplimos ahora 10 años. Es mensual. Supone un esfuerzo grande, porque son 120 páginas, y es como hacer un tomo de la Enciclopedia Británica. Se hace con mucho voluntariado y con gente con pasión. Desde Galicia, en galego, pero tenemos el mundo en la cabeza. Es una contribución modesta a la diversidad, queremos construir un espacio emancipado sin amo, donde ejercemos la libertad. Los derechos están para ejercerlos. Está hecha en papel, también hay una edición digital. En estos 10 años han pasado 3.000 firmas. Es una revista fundamentalmente de reportajes y de cultura. 

Usted dio su apoyo a Sumar.

–No apoyaba a una persona en concreto, sino que cuando se inició el proceso de Sumar, y en principio estaba todo el mundo a la izquierda del PSOE, aparte de las izquierdas digamos nacionalistas. Envié un vídeo diciendo que tiene que haber espacios que se encarguen de la esperanza e intenten ir una hora por delante. Pero me gustaría que ese proyecto, y lo digo ahora, después de la experiencia, fuera más cooperativo. Creo que es una pena ver tanta disputa por el poder.

¿Lo dice por las fricciones con Podemos?

–Efectivamente.

Se dice que Sumar es un proyecto más descafeinado.

–Sí, yo creo que hay que ser mucho más cooperativo y que alguien tiene que encargarse de la esperanza. Esta dinámica a veces de hostilidades entre gente cercana sencillamente no la comparto.

Yolanda Díaz y Alberto Núñez Feijóo son gallegos. Después de Fraga, y aparte de Aznar y Casado, han pasado por Génova Rajoy y el propio Feijóo, delfines de Fraga.

–Ha sido una escuela de poder. Hay gente que establece una asociación entre políticos destacados y la condición de gallegos. Gallego era Pablo Iglesias, el fundador del Partido Socialista, por ejemplo.

Tal vez ello describe un territorio más politizado que el tópico que se dibuja sobre Galicia.

–Eso está bien visto. Esa idea de lugar remoto; a veces se aplica ese mismo prejuicio a lugares como Euskadi. Hay mucha más polémica y disputa política de lo que parece. Y lugares en toda la zona costera gallega, donde alrededor del 70% de los votos son de izquierda. En cambio hay un mundo interior mucho más conservador, y una historia de exilios y emigración. También una tradición con mucho compromiso, por ejemplo, la historia del Partido Galeguista, con Castelao, y gente, no necesariamente de la izquierda tradicional, de mucho valor artístico e intelectual, que soñó con una Galicia diferente, pensando en países como Dinamarca. España podría ser un referente modélico en diversidad, pero hay gente a la que le parece bien la diversidad siempre que no se ejerza. 

“Yo creo que Feijóo es un veleta. Tiene olfato e instinto de poder, pero muy pocos principios, no es un estadista”

Qué ironía. 

–Yo creo que la diversidad, al igual que los derechos, está para ejercerla. Me parece un giro copernicano muy interesante e importante el reconocimiento lingüístico hecho en el Congreso. Tiene un carácter simbólico pero real, y supone un salto hacia adelante y un paso valiente. Ya vivimos demasiados retrocesos. Las lenguas no pesan, todo lo que sea enriquecer favorece. Hay dos dinámicas contrapuestas. El círculo vicioso, la política expulsiva, de élites, de la desigualdad. Y el círculo virtuoso, el de una sociedad inclusiva, de bienestar. Es lo que está en debate, en definitiva. Ese dilema que explicó muy bien Luther King cuando dijo ‘o comunidad o caos’.

¿Cree que Feijóo ha mutado desde que está en Madrid?

–En galego hay una palabra, cataventos, que significa veleta. Yo creo que Feijóo es cataventos. Tiene olfato e instinto de poder, pero muy pocos principios. Pienso que no ha ganado con la experiencia del salto al Estado, quien se ha hecho realmente con el timón es la ultraderecha. Él tiene instinto, pero otra cosa es tener capacidad de poder. No es un estadista, y en ese sentido hay un vacío grande en el campo de la derecha, porque existe una especie de estilo cinegético. Es como si en este vendaval y borrasca del pensamiento bruto, hubiesen desaparecido la moderación, una derecha civilizada, de democracia cristiana. Todo ese espacio se ha quedado vacío, y lo que lo cubre es la política del límite, de ir al borde, y hay demasiada competencia ya en ese borde. 

Usted vive en Madrid, El ambiente que se vive alrededor de la investidura le debe resultar descorazonador. ¿Le genera vértigo?

–Lo que se desata es una dialéctica amigo enemigo, que se desarrolló de una forma terrible en momentos de polarización extrema y de confrontación en Europa. Veo dominante esa excitación destructiva. Una comunidad se refuerza con excitación creativa. Lo más sensato, y no me parece descabellado, sería que una derecha democrática fuera la impulsora de ese proceso de amnistía. Seguramente para la historia Feijóo habría salido ganando, pero no ha comprado un décimo para que le toque la lotería, y creo que es un error histórico. Ya llevamos bastantes años con esta especie de guerra civil fría, pero parecen calentarla, en esa idea de vencer y no convencer, que históricamente sufrimos, y tan propia de este tiempo de descivilización, porque es lo que vemos de un lado a otro del mundo. 

Abra entonces el foco.

–Del trumpismo a Meloni, pasando por Milei. Es significativo que en los noventa Isaac Rabin y Yasir Arafat que habían sido hombres de armas, uno calificado de terrorista, supieron darse la mano y reconocerse e iniciar un proceso de paz, y que hoy, 30 años después, estemos en el infierno.