Han elegido el arte y la cultura como opción de estudio y futuro medio de vida. Saben que no es una decisión fácil y han escuchado muchas voces que la cuestionan, aconsejándoles otras opciones con más salidas profesionales. Pero cuando el motor es la pasión y la certeza de que se cree en algo por encima de todo, se va haciendo camino, y lo mejor, se camina más a gusto y más ligero.

Guadalupe Molina, Martín Olmedo, Leyre Barber, Eneko Morillo y Xabier Martiartu son cinco jóvenes estudiantes de teatro, música, danza, artes plásticas y cine, que actualmente se forman y ejercen su pasión en Navarra, aunque con la vista también fuera porque son conscientes de que las oportunidades se buscan, y el mundo es muy grande.

Tienen por delante toda una carrera que desarrollar, les mueve la ilusión, la entrega, el disfrute y la pasión por lo que hacen con disciplina, trabajo y muchas ganas de aprender. No imaginan un mundo sin arte y sin cultura, y por eso han elegido cultivarlos, en su caso formándose en la Escuela Navarra de Teatro (ENT), el Conservatorio Superior de Música de Navarra, la Escuela de Danza de Navarra o la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Pamplona.

Cinco apuestas valientes y valiosas que celebrar en esta entrada en 2024.

Martín Olmedo.

Martín Olmedo. Iban Aguinaga

Música

Fagot y Pedagogía, doble vocación

Martín Olmedo Rodríguez (Pamplona, 2001) no imagina “vivir un solo día sin música”. A este arte está conectado desde los 6 años, cuando entró en la Escuela Joaquín Maya. Siete años después accedió al Conservatorio Pablo Sarasate y en 2021 al Superior de Música de Navarra, donde actualmente estudia tercer curso en dos especialidades: fagot y pedagogía.

Considera su instrumento, el fagot, “una extensión” de su cuerpo. “Ya sea a mi espalda guardado en su funda o en mis brazos cuando toco, es difícil verme sin él”, dice este joven, al que ya de pequeño le atraían los sonidos graves. La música ha supuesto para él “encontrar un propósito, algo por lo que vivir, estudiar, amar, odiar en algunas ocasiones… He encontrado una vocación en ella. Enseñar música e interpretarla para un público es de los sentimientos más reconfortantes”, cuenta el músico, que justo antes de empezar en el Conservatorio Superior, en plena pandemia, empezó a tener “una visión muy pesimista” sobre poder dedicarse única y solamente a tocar, y aprovechando que el mundo de la docencia también le gusta, decidió quedarse en Pamplona y estudiar ambas especialidades.

“Es frustrante tener que oír, siempre que digo que estudio música, la coletilla: ‘¿Y algo más? ¿solo eso?”

Martín Olmedo Rodríguez - Estudiante de fagot y pedagogía musical

Ha tenido que escuchar muchas voces cuestionándole. “Todos los músicos hemos experimentado esa sensación de frustración cuando nos preguntan qué estudiamos y respondemos música; siempre viene la famosa frase y sus derivadas: ¿y algo más?, ¿solo eso?... Siempre se ha tomado la música como una carrera inferior, algo secundario, y va siendo hora de que se nos tenga más en consideración, porque cualquier persona que haya estudiado música a un nivel alto, sabe el sacrificio que conlleva y las horas que hay que echar”.

Sabe que trabajar de la música en Navarra “es complicado, como en todo el mundo”. “Las plazas en las orquestas y las bandas son mínimas, y ganarse la vida solamente tocando es difícil. Para los que no tenemos estas plazas fijas, poco a poco van saliendo pruebas para poder estar en bolsa y cubrir sustituciones, te van llamando de bolos de vez en cuando para tocar y así ganar algo de dinero tocando. Yo estuve así dos meses en La Pamplonesa. Mientras tanto, la mayor garantía para encontrar trabajo en Navarra es hacer el MUP (antiguo CAP) para poder dar clases en la ESO o entrar en escuelas de música o conservatorios”, dice este joven intérprete que ve “fundamental” impulsar el acercamiento de la música al público, “y en especial al más joven, a esos niños de 4 ó 5 años que en cuanto ven un instrumento se enamoran y que serán las nuevas generaciones de músicos y de público. Educando a estos niños y niñas conseguiremos una sociedad que entienda, respete y ame la música”, opina.

En esta labor, él apuesta por divulgar más y mejor lo que se interpreta en los conciertos. “Me suelen comentar familiares y amigos cuando vienen a alguna actuación: nos habría gustado que el director nos explicase qué íbamos a escuchar. Son pequeñas cosas que no cuestan nada y que hacen que la personas externas a este mundo se sientan integradas y tengan ganas de volver a escuchar más música en directo”, concluye Martín Olmedo, que en año y medio completará su formación en el Conservatorio Superior –donde actualmente estudia con el profesor Jose Lozano, a quien agradece “su dedicación y amor por la enseñanza y por la música”–, y seguirá nutriéndose de su pasión para hacer realidad su objetivo: “desarrollar mi futuro profesional en Navarra, como intérprete y como docente”.

Guadalupe Molina. Iban Aguinaga

Teatro

Terreno de pasión, calma y juego

Quien se acerque estos días a disfrutar de la obra de Navidad de la Escuela Navarra de Teatro, M (Monstruo), verá en escena a la actriz Guadalupe Molina Fredes. Nacida en Argentina (Puerto Madryn, la Patagonia) en 1992 y afincada en Pamplona, comenzó a formarse en la ENT en 2020 con un curso de 3 meses de iniciación al teatro, y se enamoró. “Decidí dar un salto y comenzar el grado profesional en arte dramático en la misma escuela. Ahora estoy en 3º, último curso, y cercioro que... es amor verdadero”, dice la actriz.

Eligió el teatro porque en él encontró “la pasión y la calma”. “Porque me hizo recordar que los adultos también saben jugar. Porque interpretando vivo cientos de otras vidas, todas en una, todas en la mía, pero como si fueran un sueño. Y no menos importante... descubrí, tras muchos años buscando sin éxito, algo para lo que tenía talento”, cuenta Molina, muy agradecida a todo el profesorado de la ENT, y en especial a Fuensanta Onrubia y María Sagüés, “con quienes descubrí el teatro y quienes me animaron a seguir estudiando de manera profesional. Siempre recordaré mi primer paso con ellas a mi lado”.

“El teatro satisface mi sed de conocimiento y me hace recordar que los adultos también saben jugar”

Guadalupe Molina Fredes - Estudiante de teatro en la ENT

El teatro, afirma, satisface su sed de conocimiento por muchas cosas: la historia, la dramaturgia, la dirección de escena, la literatura, las artes plásticas, la música, la danza contemporánea, la expresión corporal... “Y sobre todo, me aporta un profundo conocimiento de mí misma”, dice Guadalupe Molina, quien tiene claro que es muy importante “aprender a no escuchar esas voces internas y externas que te recuerdan lo difícil que es conseguir algo difícil”. Ella se centra en esforzarse, crear, aprender y trabajar.

“Tengo la suerte de conocer a grandes actrices y actores que viven y trabajan en nuestra querida Navarra, y así como sé su dificultad, también sé que es posible. Veo que mis compañeros crean, se dedican a la vez a varios tipos de teatro, imparten cursos, siguen formándose... el teatro está vivo, y nosotros estamos a la altura”, sostiene la actriz, apuntando que “Navarra es una comunidad muy rica en cultura, y el teatro en particular es un arte muy querido y valorado aquí”. Aunque reconoce sentir “mucha pena” de “no ver apenas juventud” entre el público que llena las salas.

Me asusta ver que los jóvenes pueden pasar horas haciendo scroll y se pierdan este otro tipo de vivencias tan importantes para la esencia del ser humano. Es necesario hacerles llegar que el teatro no entiende de edades ni gustos; es para todos”, defiende.

En 2024, su objetivo es “acabar el grado y disfrutar de dos proyectos: en marzo un espectáculo orientado a la expresión corporal, y en junio, el fin de grado como clímax”. Después, el reto será “crear algo propio, descubrir mi propia voz. Y por supuesto, nunca dejar de aprender y jugar”.

Leyre Barber. Iban Aguinaga

Danza

Felicidad y disciplina a un tiempo

Con tan solo 4 años se inició en la danza Leyre Barber Guillén (Pamplona, 2008). “Mi madre me apuntó a una escuela de Sarriguren, y enseguida vi que me encantaba. Dos años más tarde, en 2016, me presenté a las pruebas de la Escuela de Danza de Navarra y me cogieron”, cuenta. Allí lleva desde los 6 años, actualmente especializada en Danza Española, en el 4º y último curso de Nivel Medio, que compagina con 4º de la ESO en el Colegio Jesuitinas de Pamplona.

A esta joven bailarina, la danza le aporta, “principalmente, personalidad”. “Me permite descubrir muchas cosas sobre mí que yo no conocía. Me permite ser realmente yo, porque lo valioso dentro del arte es eso, mostrar lo diferente y no tener miedo a demostrar de lo que eres capaz. Al salir de un buen entrenamiento, siento muchas mariposas en la tripa, es una satisfacción indescriptible. Cuando llego a casa solo bailo y me siento muy feliz”, asegura Leyre Barber, apuntando que la danza también le aporta “mucha disciplina y constancia, y en parte por eso creo que me va bien en el instituto”.

“Escucho mucho lo difícil que es vivir de la danza, pero si te gusta de verdad es lo que importa, hay que intentarlo”

Leyre Barber Guillén - Alumna de la Escuela de Danza de Navarra

A sus 15 años, no ve claro el horizonte profesional, aunque las ganas de dedicarse a algo relacionado con la danza las tiene, además del apoyo de su familia, y eso ya es un gran motor. Respecto a las posibilidades de formación, reconoce que “hay que salir de Navarra” para lograr una titulación profesional, y su reto más cercano es hacer las pruebas de acceso, el próximo verano, para el Real Conservatorio Profesional de Danza Mariemma de Madrid. Precisamente allí va a ir becada en febrero junto a dos compañeros de la Escuela de Danza de Navarra, Rubí Gallego y Hugo Casado, para disfrutar de dos semanas de aprendizaje intenso. “Es una gran oportunidad”, dice ilusionada.

Leyre ha escuchado muchas veces lo difícil que es dedicarse profesionalmente a la danza. “Pero si te gusta de verdad es lo único que importa, y hay que intentarlo”, defiende, valorando que “las profesoras de la Escuela de Danza de Navarra nos alientan y apoyan mucho con esta idea y nos preparan muy bien para darnos confianza y las mejores cualidades posibles”. En especial, se muestra muy agradecida a “Uxua Bonafonte, Alba Aranzana y Blanca Carabante por su compromiso y entrega con todos los alumnos”, y a los propios compañeros y compañeras: “Son como mi segunda familia. Al final entrenamos 15 horas a la semana juntos y nos apoyamos en momentos de bajón o de felicidad”.

Vivir de la danza en Navarra lo ve difícil. “Solo se podría ejercer aquí de profesora, porque no hay ninguna compañía importante con la que poder trabajar”, reconoce esta joven, que lamenta que la danza no esté “valorada como merece”. “Sí es cierto que hay muchos espectáculos, pero la gente no se esfuerza por conocer la cultura de su país. Cuando la gente escucha Danza Española no sabe lo que es. Muchos piensan en el flamenco pero ese solo es uno de los estilos que engloba. Están también la estilizada, la bolera y el folklore. Me parece que así como en las clases de Educación Física del colegio se recogen todos los deportes, se podría dar a conocer alguna actividad de danza. También nos llevan al teatro pero nunca a ver danza, y creo que desde pequeños es importante conocer. Y muchas veces traen a un científico o un escritor al colegio para escucharle hablar, pero nunca a un bailarín”, echa en falta Barber.

Además de ir becada a Madrid, este 2024 disfrutará de una semana en abril en la Escuela Profesional de Danza de Castilla y León. “Y en junio me presentaré a las pruebas para formarme en el Real Conservatorio Mariemma. Si todo sale bien estaré en Madrid bailando y estudiando”, desea.

Eneko Morillo, con una de sus creaciones de ebanistería artística. Iban Aguinaga

Ebanistería artística

El placer del trabajo artesanal

Eneko Morillo Leoz (Pamplona, 2001) ha elegido la ebanistería artística, disciplina en la que se forma en la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Pamplona, donde estudia ahora 2º (último curso) del grado superior.

Desde niño le ha llamado trabajar la madera. “Siempre tenía curiosidad de ver cómo se hacía un mueble, y tambien me ayudó a elegir este arte mi padre. Cuando él era pequeño y termino su época de estudios se metió a un grado de carpintería, pero desafortunadamente no pudo acabarlo debido a que tuvo que empezar a trabajar. Y siempre me decía que se arrepentía un montón de no haberlo retomado”, cuenta este joven pamplonés que valora su formación en la Escuela de Arte como “un aprendizaje muy completo”, que abarca el trabajo en taller, el dibujo a mano alzada, el trabajo en ordenador... “Hay asignaturas diversas que se conectan entre sí haciendo que los proyectos sean más sencillos de realizar”, cuenta.

“En un futuro me veo yendo por ferias artesanales con mis propios diseños de ebanistería”

Eneko Morillo Leoz - Alumno en la Escuela de Arte de Pamplona

De sus profesores tiene una frase grabada: en un papel todo cabe, pero en la realidad no estamos en un papel. “Con esto se refieren a que nada es fácil, que primero tenemos que plantearnos cómo va a ir en el taller para poder crear el proyecto correctamente”, cuenta el estudiante, destacando la labor de todos los maestros que ha tenido, en especial de Iñaki Ochoa y Javier Escaray.

Eneko Morillo ha escuchado muchas veces lo difícil que está el mundo laboral para su gremio, y reconoce que “a día de hoy es muy poco probable encontrar a un ebanista que esté dispuesto a contratar a una persona recién salida del horno. En este arte siempre se ha dicho que hay mucho trabajo pero para poder destacar hay que ser autónomo, darse a conocer, hay que hacer muchas cosas a las que a día de hoy cualquiera de mis compañeros o yo vemos muy difícil optar”, cuenta, apuntando que no descarta probar suerte en un futuro fuera de Navarra y del país.

Hoy, lamenta, “apenas se valora el trabajo artesanal, realizado con nuestras manos”. La mayoría de la gente opta por muebles básicos y baratos. “No se dan de cuenta de que, haciendo uso de tiendas como Ikea, poco a poco están destrozando el mundo laboral de los ebanistas”, afirma. Por eso, defiende que, aunque sus trabajos sean más caros, “el resultado final tiene muchas más garantías de calidad y exclusividad en el diseño que el de tiendas que crean muebles en cadena”.

El joven estudiante afronta 2024 “con mucho ánimo y muchas ganas de ver cómo van haciéndose realidad todos los proyectos” que tiene en proceso en la Escuela de Arte. “Estamos creando por parejas unos baúles haciendo uso de molduras y contramolduras. Ya hemos hecho unas mesitas auxiliares. Y hay un proyecto que me crea expectación y especiales ganas: un mueble modular que tiene la peculiaridad de que va a ir colgado en la pared”, cuenta, al tiempo que comparte su deseo de, en un futuro, “trabajar haciendo ferias artesanales con mis diseños”.

Xabier Martiartu. Iban Aguinaga

Cine

Una vía para explorar otros mundos

A Xabier Martiartu Orta (Pamplona, 2000) siempre le ha gustado contar historias, y sueña con verlas algún día en la gran pantalla. Por eso se ha decantado por el cine, “un formato que te permite ser mucho más inmersivo con el espectador”, dice este joven que estudió bachiller de Artes Plásticas en Iturrama en 2016 y después un grado superior de Gráfica Audiovisual en la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Pamplona.

“Después de mucho tiempo haciendo cortos, este 2024 espero dar el salto y rodar un largometraje”

Xabier Martiartu Orta - Estudiante de cine

“El cine me aporta experiencias, emociones e ideas. Me permite conocer los mundos y sentimientos de otros artistas”, valora Martiartu, consciente de que, en cuanto a futuro profesional, el horizonte es “muy incierto”. “Por desgracia, la mayoría de salidas profesionales no se encuentran en Pamplona, sino en Madrid o Barcelona. Además, de muchos es sabido que a algunos de los que están dentro del propio sector no les interesa que nuevas generaciones entren ahí”, lamenta el joven navarro, apuntando, eso sí, que es un hecho que la industria del cine en Navarra ha ido a más, y que “cada vez hay más posibilidades” para abrirse camino, aunque, bajo su punto de vista, “no tienen la suficiente visibilidad”. “Para dar con eventos o subvenciones hay que hacer una búsqueda intensiva”, opina.

En cuanto al momento que vive el cine, cree que el extranjero “sí está muy valorado y funciona muy bien; en cambio, cada vez que sale una producción estatal se oye la frase de: se nota que es cine español, o menuda españolada, y lo considero un problema porque no suele decirse con la mejor de las intenciones”. Cree que para potenciar el cine nacional habría que “hacer películas diferentes, porque, salvo excepciones, el cine español suele ser monótono y repetitivo en cuanto a las historias”, dice Xabier Martiartu, convencido de que el consumo de películas y series en casa es “compatible” con el hecho de seguir yendo al cine. “Yo disfruto mucho en la pantalla grande, de la calidad del sonido y la imagen. Es un hábito que no debe perderse”, opina.

En este 2024, Martiartu tiene varios objetivos: sacarse títulos de varios idiomas, además de cursos de Fotografía y Dirección, y empezar a rodar una película entre Pamplona y, quizá, Santoña. “Estoy preparando este proyecto junto a un grupo de amigos y el cast de actores y actrices. Llevamos mucho tiempo haciendo cortos y ahora queremos dar este salto”, cuenta, animando a los y las jóvenes apasionados por el cine “a perseguir lo que les gusta. A empezar con lo que se tiene y seguir evolucionando”.

¿Vivir sin arte?

Los peligros de una sociedad sin cultura

Los cinco jóvenes que participan en este reportaje no imaginan una sociedad sin arte y sin cultura. “Lo perderíamos todo”, dice Eneko Morillo, con temor de ver un futuro gobernado por la tecnología y las máquinas, sin artistas ni artesanos. “Perderíamos todo aquello que nos hace humanos”, apunta Martín Olmedo.“La cultura es lo que define a una sociedad”, argumenta Leyre Barber, y Guadalupe Molina apunta que, sin cultura y sin arte, “la sociedad carecería de vida; perderíamos la capacidad de reflexión, nuestra identidad, y por supuesto, placer. El arte crea puentes entre la crispación de este planeta y las personas, algo imprescindible para entender el momento en el que vivimos”, reflexiona.

“El arte y la cultura nos conectan. Si la sociedad pierde eso, pierde parte de sí misma. Somos arte y cultura”, concluye Xabier Martiartu.