Pablo Berger (Bilbao, 1963) recoge en su ADN y en el de sus películas la historia de una vocación. Con una mente inquieta y un corazón vibrante, ha presentado ya cuatro cintas que nada tienen que ver entre ellas y que, sin embargo, resuena una característica común: éxito. Todo ello es consecuencia de una vida destinada a cumplir su vocación: contar historias. La última es Robot Dreams, que cuenta con varios premios y nominaciones. Entre ellos, cuatro nominaciones a los premios Goya y el premio a la Mejor animación europea. Se trata de una película que se ha producido en Navarra desde primavera desde 2021 hasta finales de 2022 con 40 trabajadores de la Comunidad Foral.

La primera pregunta es un cliché, pero ¿cómo surgió Robot Dreams?

La película está basada en la novela gráfica de Sara Varon, que también se titula Robot Dreams. Yo la leí en 2010 y, en ese momento, me cautivó la historia: era original, divertida, emocionante… Se convirtió en una de mis lecturas favoritas, pero nunca pensé en hacer una película. Tras hacer Blancanieves (2012) y Abracadabra (2017), releí la novela gráfica y acabé conmovido. Entonces me dije a mí mismo: “si después de tantos años la historia sigue vibrando en mí, quiero hacer una película sobre esto”. Nunca antes había pensado en hacer una película de animación.

¿Coincide con lo que dijo Guillermo del Toro de que “la animación no es un género”?

La industria del cine lleva ya mucho tiempo haciendo énfasis en la importancia que tiene la animación dentro del mundo audiovisual. La más conocida es, precisamente, la de Guillermo del Toro cuando recogió el Óscar por Pinocchio que dijo que “la animación no es un género, sino un medio para contar historias”. Y razón no le falta. Hay mucho prejuicio con que la animación solo se refiere a películas infantiles. No obstante, creo que una de las cosas que más debemos aclarar es que los géneros son la comedia, el drama o el musical. La animación es un medio con el que podemos contar cualquier tipo de historias. En el caso de Robot Dreams, el punto de vista es adulto, pero el diseño de los personajes hace que también resulte atractivo para el público infantil. En cuanto a mí, la animación me ha abierto un nuevo mundo en el que poder experimentar, un nuevo lugar donde poder contar historias. Y tengo la suerte de decir que soy director de imagen real y de animación.

La novela de Sara Varon también es muda, ¿qué le ofrece a uested como director respetar esa ausencia de la palabra?

Que Robot Dreams no tuviera bocadillos fue una de los aspectos que más me atrajeron desde el primer momento. En 2012 yo había sacado Blancanieves, que no tenía diálogo, y me pareció una experiencia maravillosa a nivel creativo y personal. Estaba buscando una nueva oportunidad de encontrar un proyecto que pudiese imitar, aunque desde la distancia, esa dinámica del silencio. Para mí el cine se escribe con imágenes porque es lo que lo hace único y distinto de la literatura y el teatro. Quizá soy un terrorista cinematográfico (bromea), pero soy fiel defensor de que la escritura solo puede ser con imagen y no con palabra.

Parece que esa idea le lleva acompañando con los años. En 1988 publicó Mama, un cortometraje que también se inspira en un cómic…

Sí, es una historia corta de Phillippe Vuilemin que se publicó dentro de un semanario. Yo crecí con el cine, pero también con los cómics. Por un lado, iba a ver películas los fines de semana y, por otro lado, me acercaba a los quioscos para comprar cómics y los devoraba. De alguna manera, se asemejan mucho a los storyboards de una película: hay planos y ángulos, iluminación o, incluso, elipsis, que son los cortes entre viñetas. Así como mi primer corto profesional se basó en un cómic, mi primer corto amateur, Super 8, también fue una adaptación.

La historia de Dog y Robot se sitúa en la ciudad de Nueva York en los años 80, ¿por qué la ha situado en este espacio y tiempo?

La novela gráfica se desarrolla en una ciudad americana, pero no se identifica cuál es. Para mí fue importante reconocerla como Nueva York porque podía construir una película mucho más mía porque yo viví allí durante diez años. Me gusta pensar que mi película tiene tres protagonistas: Robot, Dog y Nueva York. También me gusta la idea de que el espectador cuando compre su entrada y vea el largometraje viaje en el tiempo a una ciudad que ya no existe, que es el lugar del que yo estuve enamorado. Sin duda, la película es mi carta de amor a Nueva York.

Es muy generoso dejar una parte de usted en cada película.

¡Al contrario!, los directores somos bastante egoístas (se ríe). Cuando diseño una película quiero que el espectador esté concentrado en lo que está viendo, sin ningún tipo de distracción. Para mí el cine es una experiencia catártica si el espectador se mete en la pantalla y deja de ser él mismo para ser uno de los protagonistas de la película. Yo quiero apostar por un cine que sea mucho más sensorial y menos intelectual.

¿Por qué escogió September como la banda sonora de la película?

Es una canción que encaja muy bien con Robot Dreams. La historia se desarrolla de septiembre a septiembre en los años 80, la era dorada de la música disco. Desde el primer borrador del guion, Robot y Dog van a patinar a Central Park. Yo creo que todas las relaciones tienen una canción, por lo que September es para mí el resumen de lo que sería una historia de amor y, además, las primeras tres palabras (“do you remember…”) tocan de lleno el tema principal de la película: la memoria como bálsamo para enfrentarse a una pérdida.

El final es algo distinto a lo que el público puede esperar…

Para mí es un final feliz. Acaba como la vida misma; no podía ser de otra manera. De hecho, yo creo que si la novela gráfica no terminara así, yo no habría hecho esta película. Ese final me habló, me sacó las lágrimas y pensé que esto también le podría suceder al espectador. La película es un viaje interior, un recuerdo, que acaba de una manera muy humana porque ha vivido ese proceso.

Cuatro nominaciones a los Premios Goya, cinco a los premios Annie, Premio a la mejor animación europea… ¿Cómo está viviendo esta gran acogida?

Con una sonrisa permanente. Afortunadamente, Robot Dreams gusta mucho al público. Para el equipo, por ejemplo, fueron vitales el Premio del público en Sitges y el Premio a la mejor animación europea, pero las nominaciones también nos emocionan. En especial los Annie, que son los grandes premios de animación. Que esté nominado en la misma categoría que Miyazaki es un honor. Este proceso es muy luminoso y ojalá que nos acerque también a la carrera de los Óscar.

¿Cómo es el proceso de producción de sus películas?

Se cocinan a fuego lento. Me gustan los embarazos largos y odio las prisas a la hora de crear. Trabajo de manera concienzuda. Por ejemplo, el salto a la animación ha sido muy natural porque la condición indispensable es ser paciente. Mi perfil de director de imagen real encajaba muy bien. Me gusta prepararme porque es muy importante todo aquello que se ve en la pantalla: color, diseño, arquitectura, moda… Me interesa todo y me exijo estudiar todo lo que tiene que ver con el contexto de la película. La investigación y el trabajo en equipo son indispensables. Vine a Pamplona a trabajar con 40 personas la producción de Robot Dreams precisamente porque sabía que el resultado iba a estar muy cuidado; de nuevo, a fuego lento, que es la mejor forma de cocinar.

¿Cuál consideras que es el sello de Pablo Berger?

Me gustaría pensar que si hay espectadores que han seguido mi trayectoria, crean que mi objetivo siempre ha sido sorprender. Torremolinos 73, Blancanieves, Abracadabra y Robot Dreams no tienen nada que ver entre ellas y, sin embargo, las cuatro son mías. Yo hago las películas, en primera instancia, para mí y no quiero aburrirme. Es cierto que tienen un ADN común, que es una historia dramática donde hay amor, humor y emoción, pero, sobre todo, hay mucha música. Esos ingredientes siempre están en todas mis películas, aunque su aspecto es distinto. No pretendo hacer que mis películas sean reconocibles. Otra cosa que me interesa mucho es la imagen y, por tanto, la ausencia de voz. Los diálogos suelen ser escuetos porque en mis películas prima el poder de la imagen y la música.

¿Cómo un chico de Bilbao llega a Nueva York y logra esta trayectoria como cineasta?

El cine siempre ha sido parte de mí. Quizá porque la climatología del norte siempre anima a ir al cine (se ríe). Yo crecí en las salas de cine y recuerdo que la primera noción que tuve de que había alguien detrás de las cámaras fue cuando vi Tiburón, de Steven Spielberg. Por otro lado, me viene a la cabeza Moebius, que es sin duda el mejor dibujante de todos los tiempos. Para mí los directores somos contadores de historias, somos el resultado de lo que hemos consumido, y yo siempre quise fijarme en todo y estar alerta a lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Era un niño curioso. Hoy en día sigo con esa dinámica.

En cuanto a Nueva York, a finales de los 80 saqué Mama, que es un corto que tuvo mucho éxito, o al menos el suficiente para que ganara el Festival de Alcalá. Tuve la suerte de que me dieron una beca de la Diputación de Bizkaia, por lo que con 25 años me fui a estudiar Cine a Nueva York. Fue una experiencia vital porque aprendí todo sobre cine y dejé mi vida y descubrí que había un mundo fuera de la casa de mis padres de Bilbao. Tras diez años allí, escribí mi primer guion, Torremolino 73, que me trajo de vuelta a España. Lo recuerdo con mucha nostalgia, como Dog. Yo también fui ese perro solitario que conoció el amor, el desamor, la amistad…

¿Cómo apoyó su familia el proyecto vital que quería comenzar?

Yo soy como Carlitos, el de Cuéntame cómo pasó. Nací en los años 60 y crecí en los 70. Si piensas en los Alcántara, mi familia tiene muchas cosas en común. Lo primero que me comentaron fue que antes de dedicarme al cine debía hacer una carrera. Como se me daban bien las ciencias, les hice caso y me licencié en Ingeniería Informática, pero luego siempre me apoyaron porque ya habían cumplido, ya tenía una red estable y solo me quedaba apostar por mi pasión. Mis padres siempre han sido mis mayores fans.

¿Tiene algún nuevo proyecto en mente?, ¿habrá un nuevo cambio de registro?

Tengo ideas, pero no he decidido todavía el proyecto. De alguna manera, estoy esperando a que venga alguno que me pida salir de la cabeza. Incluso, puede ser que se peleen por salir hasta que, por fin, uno gana y termina siendo la próxima película en la que voy a trabajar. Ahora estamos con la promoción internacional de Robot Dreams; es decir, por el momento me toca seguir con megáfono en mano acompañando a Robot y Dog por el mundo. Y lo hago feliz, pero tengo ganas de que el ritmo baje y ponerme con un nuevo proyecto. Desde luego, llevará mi ADN, pero ante todo quiero sorprenderme. Si no me da miedo el proyecto, si no tengo un aliciente, no va a funcionar. Me gusta mucho salir de mi zona de confort.

Cada vez hay más personas que quieren seguir su mismo sueño, ¿qué mensaje les lanzarías?

—Que sean pacientes y que vayan sin prisa porque el camino es muy disfrutable. Las líneas rectas no existen para llegar a la meta, sino que hay curvas y paradas. Es especialmente importante la vocación: deben desear contar historias. De una forma más práctica, si quieren formar parte de la industria europea, les animo a que sean guionistas y directores. Ahora valoramos mucho las ideas y las miradas, qué es lo que hace que una idea sea distinta, más novedosa. Todo llega, lo prometo