Manolo García presentará en Pamplona sus dos últimos trabajos, Mi vida en Marte y Desatinos desplumados, publicados de manera simultánea en 2022. Además, repasará algunos clásicos de su carrera, tanto en solitario como con El Último de la Fila.

Lo primero de todo, ¿qué tal se encuentra? Hace poco más de un año nos dio un buen susto con aquella miocarditis aguda.

Estoy bien, gracias. El año pasado ya estuve haciendo gira. Tuve que parar por este problema, pero luego ya me recuperé y estuve haciendo teatros hasta diciembre. De hecho, estos conciertos de ahora, como el de Pamplona de este sábado o el de Zaragoza del fin de semana pasado, se encuadran dentro de estos conciertos con público sentado. A partir de abril pasamos a conciertos con público de pie, con un poquito más de rock’n’roll. Lo de la miocarditis fue una cosa puntual que me tocó y me obligó a parar la gira. Para mí fue algo bastante marciano, porque yo estoy acostumbrado a tirar para adelante siempre; he fallado muy poco, he hecho conciertos con lluvia… Nunca quiero suspender, pero en este caso fue por fuerza mayor. Me dijeron que tenía que parar, porque si no lo hacía podría tener un problema serio. Descansé unos meses y ahora estoy perfectamente. Un poco más mayor que hace diez años, pero bien (risas).

"No me interesan nada las redes sociales, sería otra forma de esclavitud. Son una trampa brutal. Es más opio para el pueblo, lo de siempre"

Usted acostumbra a, cada cierto tiempo, desaparecer de la actualidad y dedicarse a pintar, a leer, a pasear, a escribir… Pero después de esos parones, siempre regresa a los discos y las giras. Si por fuerza mayor tuviese que dejarlos, ¿puede imaginar su vida sin conciertos?

Hay una parte que también el músico disfruta, y es el estudio. Ahí estás solo con tu creatividad. Te sumerges en un mundo muy curioso, como de magia: a la mañana no hay nada y a las tres de la tarde tienes una maqueta, una canción medio dibujada que te gusta. Eso no tiene nada que ver con el directo, es una disciplina solitaria, como pintar. Esa posibilidad siempre está ahi. Siempre me ha gustado, pero ahora me apasiona. Tienes otro temple, otra tranquilidad, eres más paciente, lo paladeas más. Sí contemplo, al margen de enfermedades o de causas de fuerza mayor, una vida sin escenarios. Puede que Mick Jagger, a sus ochenta años, los necesite, pero yo no. No soy ese tipo de persona, no necesito el aplauso directo y constante. Necesito que me aplauda la vida, no el público. Con eso estoy más que contento. ¿Y cómo te aplaude la vida? Dejándote vivir (risas).

“Si te subes al tren de la industria, te va a llevar, pero te va a hacer pagar un precio alto; las multinacionales son una apisonadora”

Siguiendo con la música y la salud, últimamente se está hablando mucho de la presión que tienen que soportar los artistas, del estrés que acarrea esta industria, que puede afectar a la salud mental de los músicos. Usted lleva muchos años en primerísima división, pero parece que siempre lo ha soportado bien, de que no se ha dejado avasallar por las exigencias de este negocio. ¿Es así?

Hay algo que matizar aquí. La presión te la pones tú mismo, la industria no te pone una pistola en el pecho ni te obliga a nada. Es tu ambición, tu ego el que te empuja. En mis primeros años de carrera tenía la ambición de ganarme la vida con mi música. No de forrarme ni de ser famoso, eso no lo busqué nunca, jamás, lo juro. Quería comer de la música, tener todo mi tiempo para componer, para grabar, para hacer bolos… Me daba igual si era en segunda o tercera división. Lo que no quería era ser esclavo de mi ambición, y lo he llevado a rajatabla. Soy bastante austero, bastante parco en mis pretensiones. Como digo en una canción, con respirar ya me conformo; lo demás es regalo. Respirar significa comer y tener un techo, evidentemente. Si te subes al tren de la industria, te va a llevar, indudablemente, pero te va a hacer pagar un precio alto. Ellos son una apisonadora. No son una persona: son multinacionales, corporaciones, juntas directivas, accionistas… Quieren resultados. Con El Último de la Fila hicimos viajes a México y a Venezuela y nos decían que nos íbamos a comer América, pero Quimi y yo decidimos no ir más. Mis tíos se iban a trabajar a Alemania y a Holanda porque pasaban hambre, en España no había trabajo. Nosotros sí teníamos trabajo en España y no queríamos más, no necesitábamos dejarnos la piel en diecisiete países. Hubiésemos ganado mucho dinero, pero también hubiésemos sido esclavos de la multinacional y de nosotros mismos. No necesitábamos estar todo el día en aviones para recibir el aplauso de todo el mundo hispano.

Renunciaron a un éxito mayor, pero ganaron en otras cosas.

Claro. Ganamos en equilibrio, por ejemplo. Me dicen que parezco un tío normal, y es que lo soy. Vengo de un barrio, soy hijo de obreros que antes habían trabajado el campo. Iba al pueblo y mis abuelos eran pobres, tenían cuatro gallinas, el burrillo y un marrano, la historia de la España de los años cincuenta. Mi parte humilde no es falsa, es real. He tenido la suerte de dedicarme a escribir canciones. Lo disfruto y lo hago lo mejor que puedo, de la misma manera que hay ebanistas o taxistas que hacen estupendamente su trabajo. No quiero más. Virgencita, que me quede como estoy (risas).

Con El Último decidieron no ir a América para ser dueños de su tiempo, y ahora usted es uno de los poquísimos artistas sin presencia en redes sociales, que esas sí que roban tiempo…

No me interesan nada, sería otra forma de esclavitud. Son una trampa brutal. En este sistema neoliberal y capitalista, las almas no cuentan, solo cuenta el dinero. Esto es más opio para el pueblo, lo de siempre. Ahora han sublimado la operación, han conseguido que las personas paguen por tener unos aparatos que las esclavizan. Los chavales están abducidlos, y la gente mayor igual. Nos estamos deshumanizando. Ahora nos están intentando colar la inteligencia artificial. Lo que más me preocupa es el cambio climático, ese es el problema principal. Nos creemos que nos podemos comer el planeta con patatas. Hay quien se alegra de que en enero se pueda estar tomando una cerveza en una terraza o bañándose en la Concha de San Sebastián. ¿Pero no te das cuenta de que esto no puede estar bien? ¿Te dan igual tus hijos? ¿O es que piensas que te vas a escapar con una nave espacial a otro planeta?

“En el estudio el músico también disfruta; ahí estás solo con tu creatividad, te sumerges en un mundo muy curioso, como de magia”

Hablando de cosas más agradables, ¿cómo va a ser el concierto de Pamplona? Imagino que repasará sus dos últimos discos.

Bueno, tengo un repertorio muy extenso, más de trescientas canciones. Estamos haciendo conciertos de tres horas. Tocaremos temas de los dos últimos discos y también lo que quiere oír la gente: Pájaros de barro, Nunca el tiempo es perdido… Y alguna pildorita de El Último de la Fila. Me gusta tocar Insurrección, por ejemplo, la canto muy contento y a Quimi le gusta que las cante. Me divierto retocándolas, siempre las canto diferente: cambio una frase, una línea de melodía, un acorde… Así no me aburro de ellas.

Menciona a Quimi Portet, y acaba de publicar con él un doble disco (Desbarajuste piramidal) en el que han regrabado viejas canciones de El Último de la Fila. Sin embargo, siempre se han negado a hacer una gira, y habrán recibido ofertas mareantes.

Nos han hecho muchos ofrecimientos, sí, también en América. Pero no hemos querido. A mí me gusta el estudio, pero Quimi es un animal del estudio, es un manitas y se le da muy bien, tiene magia con la mesa de sonido. Ahora ha surgido regrabar estas canciones y lo hemos hecho de una forma muy natural, pero directos no nos ha apetecido. Quimi ha sacado once discos después de El Último. Yo, nueve. No hemos parado de tocar, así que no hemos sentido la necesidad de volver a actuar juntos. No hemos tenido ese mono. Igual si yo hubiese montado una ferretería y él un bar, lo hubiésemos hecho.

En Pamplona hay muchos que recuerdan un concierto en el Anaitasuna de El Último con Radio Futura.

Sí, lo recuerdo. Sería en el 86 o en el 87.

¿Ha cambiado mucho el Manolo García que se subió al escenario del Anaita en los ochenta respecto al que lo hará este sábado al del Navarra Arena?

El entusiasmo está inmaculado, eso no ha cambiado. Ahora estoy más relajado, no soy la guindilla que era, pero el entusiasmo por subirme al escenario y conectar con el público sigue siendo exactamente el mismo. Si se me permite, creo que ahora canto mejor, porque corro menos, canto más tranquilo. Para cantar hay que respirar (risas). Antes tenía que repartir el aire entre correr y cantar. He bajado de tono algunas canciones, canto más plácidamente… Soy el mismo, pero revisado, como las canciones de El Último que hemos regrabado ahora (risas). Me tomo el escenario de otra manera. Pero me tiro tres horas arriba; si no me gustara… Para mí esto no es una fuente de ingresos, sino una fuente de vida. La música me hace sentir que mi vida en este planeta tiene algún sentido. Estoy comunicándome, dando y recibiendo alegría. Siempre he tenido poco ego, pero ahora tengo menos todavía. Pienso mucho en el público. ¿Hace falta más equipo? Lo ponemos. ¿No se ve bien desde atrás? Ponemos pantallas. La gente tiene que pasárselo bien, que bastante putean al pueblo. Lo que humildemente pueda hacer por la gente, lo hago.