Editada por Eunate, la nueva novela de Jon Aramendía camina por el filo de los dilemas morales en esta historia en la que un niño y una niña se juegan la vida mientras las personas adultas que más las quieren arriesgan su alma y su vida.

En ‘El demonio de Laplace’ puso el foco en el determinismo y el libre albedrío; asuntos que también están en ‘La memoria de las sirenas’, novela basada en hechos reales en la que el peso del pasado es importante, y, en el caso de ‘La moneda con dos cruces’ aborda el tráfico de personas. ¿Cómo surge esta última historia?

–La historia surge de un crimen que salía, aunque de forma colateral, en una serie que estaba viendo. Me pareció tan terrible que pensé que podía ser un nudo potente para una novela. Luego, cuando ya me puse a escribirla y a darle forma, vi que confrontar a dos personas convencionales a cada lado de ese crimen, en una situación en la que una desea o necesita que suceda y la otra lo intenta impedir a toda costa, me daba mucho juego a la hora de hablar del tema de fondo. Aunque el determinismo siempre está en la mirada que pongo en personajes y en novelas, en este caso hablaría más del bien y del mal, del relativismo, si queremos; del bien cuando lo que se juega es la supervivencia,; de cómo se pueden ver las cosas desde distintos flancos y comprender ambas posturas.

¿Las circunstancias extremas al final nos marcan y nos hacen ser personas que en otras condiciones no seríamos?

–Exactamente. Y es en ese punto donde esta tiene bastante en común con las otras novelas. Lo que pasa es que, en este en esta novela, añado esa tercera pata: la moral. La familia Holt posee un abolengo muy potente de creencias morales y religiosas, y uno de sus miembros tendrá que hacer un cambio personal muy potente para aceptarse. Yo creo que, en la realidad, es difícil definir a las personas de una única manera y que es el entorno el que va sacando nuestras distintas formas de ser. De los contextos hostiles y muy críticos es de donde salen las las posturas más críticas y más hostiles.

"Si ahondamos en la historia de la humanidad, vemos que el pez grande siempre se ha comido al pequeño”

Además, vivimos en un mundo en el que hay personas como Javier Milei y otras, que están a favor de mercadear con todo, incluida la salud y, en última instancia, la vida. ¿Son momentos de extraña moral? 

–Bueno, a mí me parece que el ser humano siempre ha sido igual. Lo que pasa es que ahora sí que vivimos en un mundo de comunicación donde nos enteramos de todo en tiempo real, y, además, la tecnología y la ciencia nos ha dado unas posibilidades que antaño igual no había. Pero, si ahondamos en la historia de la humanidad, el que ha podido ha hecho siempre lo que ha querido. El pez grande siempre se ha comido al pequeño. Además, las cuestiones morales son más llevaderas en sociedades avanzadas en las que todos, o casi, tenemos las necesidades básicas cubiertas. Pero, en cuanto las cosas se ponen feas, sale el animal ancestral, esa parte en la que la supervivencia se sobrepone a la moral con diferencia. No hay más que ver las aberraciones que suceden en cada conflicto que hay en el mundo. Incluso las que suceden en nuestra sociedad de bienestar siempre vienen de personas cercanas a los márgenes, donde hay problemas mentales, de drogas... Cuando hay presión, vuelve a aparecer la bestia que vive en nuestro cerebro más antiguo.

¿Por qué le gusta someter a pruebas tan duras a sus personajes?

–Porque mi pretensión cuando escribo una novela, y sobre todo siendo negra, es buscar esos extremos. La propia historia ya define un paisaje muy gris, como dices, de tráfico de personas, de inmigración, de muchas mafias... y me pedía eso. Es una técnica muy representativa a la hora de observarnos a nosotros mismos. Es muy fácil decir ‘yo soy buena persona’ cuando vivo una vida feliz o acomodada como la que tenemos la mayoría. Pero ¿qué pasaría si estas dos mujeres protagonistas, que también viven bien, se ven envueltas en una situación extrema? En el fondo, se trata de poner al lector ante el espejo y de preguntarle ‘¿tú qué harías?’ 

Leyendo la novela, inevitablemente te haces esa pregunta. ¿Jon Aramendía la ha respondido?

–Mi convencimiento determinista es tal que creo que ni me la he hecho. Bueno, no creo que todas las personas en una circunstancia como la que viven Angelien y Sara actuarían igual. Obviamente, no todo el mundo es igual de determinado o de valiente, pero creo que cualquiera de nosotros puede estar en una situación dura y actuar de esa manera. Cualquiera de las dos necesita hacer lo que hace y lo hace. Desde un punto de vista moral, claro que caeríamos del lado de Sara. Ella solo está protegiendo a un niño y la otra está colaborando para que se asesine a un niño. Evidentemente, no es lo mismo, pero, precisamente, ahí es donde juego, donde pregunto al lector ‘si fuera el caso de tu hermana pequeña y tienes el dinero, ¿qué harías tú?’

"No soy un relativista moral, comprender no es justificar. Una cosa es justificar y otra entender los mecanismos de la conducta"

A pesar de todo, incluso del título de la novela, ‘La moneda con dos cruces’, creo que no le gusta distinguir entre buenos y malos.

–Así es, pero esto no debe confundirse con que yo no tenga un criterio sobre el bien y el mal muy definido, como cualquiera de nosotros, pero sí que depende de muchas circunstancias. Es muy fácil creer que alguien hace algo malo cuando lo vemos desde la barrera, pero sí que nos damos cuenta, sobre todo en situaciones muy críticas como la de la anterior novela, de guerra, de que todas las personas tienen la misma conducta en la misma situación. Por supuesto que puede haber personas que se niguen a matar, pero si estás frente al enemigo y él te dispara, acabas matando como todos los demás. Así que claro que matar está mal, pero cuando es matar o morir, el tema bien-mal queda un poco relegado a la supervivencia, que es la prioridad número uno en la evolución. Todo lo demás viene después. De todos modos, insisto en que no soy un relativista moral y en que comprender no es justificar. Una cosa es justificar y otra entender los mecanismos de la conducta.

En este caso la novela se ubica en la actualidad y tiene la oportunidad de que los personajes se muevan por distintas ciudades como Madrid, Ámsterdam, Estambul, Londres. ¿Ha sido más difícil en ese sentido?

–No, eso responde sobre todo a técnica narrativa. Me gusta el movimiento. Si, además de tener una acción trepidante o un ritmo ágil, las novelas te llevan a ambientes exóticos, pueden resultar más atractivas. A mí me gusta escribir historias así y, como lector, creo que también son entretenidas.

Eso sí, Sara es de Pamplona.

–Sí, no sé si tiene mayor peso, pero bueno, mantiene ese arraigo en Pamplona. Además, mi hija también es psicóloga y yo tengo relación con la psicología. Cuando escribes, algunas cosas tienen más trascendencia y otras menos, y de algún sitio tenía que ser.

De lo que no hay ni rastro es de investigación policial.

–La novela negra tiene muchos muchos subgéneros. Digamos que la detectivesca es la original, la más antigua, pero bueno, se ha diversificado mucho. Esta historia se podría englobar más en la novela enigma. Ya desde los primeros capítulos, el lector sabe cuál es el crimen terrible que puede o no suceder. Y le mantiene atado a la novela. No es necesario que haya una investigación policial.

"En el fondo, se trata de poner al lector ante el espejo y de preguntarle ‘¿tú qué harías?"

Todos los personajes son muy interesantes, pero hay uno, Burat, al que redime. Esa necesidad de transformarse y hacer las cosas bien al final es muy atractiva.

–Sí. Conozco a alguna persona que, por lo que sea, ha tenido una vida de delincuencia y he visto cómo, con los años y la perspectiva, han ido cambiando hasta un punto en que lo único que quieren es paz. A Burat le pasa lo mismo. En su caso, también creo que nunca ha sido un malvado. En otras circunstancias podría haber sido el tito Burat, albañil o carpintero, pero se ve atrapado en ese mundo y, con el tiempo y la edad, da ese giro que mencionas. Además, a mí, eso de los malos malísimos me parece un cliché horrible. Conforme vamos cumpliendo años y conociendo personas nos damos cuenta de que nada es negro o blanco y de que detrás de cada conducta hay una historia y que todo tiene explicación.

Antes de publicar ‘El demonio de Laplace’, su primera novela, comentó que ya tenía cuatro escritas, ¿las sigue teniendo?

–Sí, de hecho, ahora estoy escribiendo mi séptima novela. Lo que pasa es que la escritura y la publicación llevan caminos diferentes. La primera que escribí es muy extensa y, con el paso de los años, ya la veo más más difícil de corregir porque tiene muchos errores de juventud, lo cual, por otro lado resulta muy interesante a la hora de aprender. También tengo una de ciencia ficción por ahí que de momento está en reserva porque la editorial con la que publico no trabaja ese género. La siguiente que saldrá ya está terminada y en periodo de corrección con mis lectores y lectoras cero y ya estoy trabajando en otra.

Sin parar.

–Sí, sí, me encanta escribir y espero no dejarlo.