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"Sé que con esta novela estoy pidiendo un voto de confianza a los lectores"

La escritora pamplonesa cambia completamente de registro en 'Mañana acabará todo', que presentará el miércoles 11 de septiembre, a las 19.00h, en el Nuevo Casino

"Sé que con esta novela estoy pidiendo un voto de confianza a los lectores"Iban Aguinaga

“Expectante”. Así se reconoce Susana Rodríguez Lezaun, que, a los pocos meses de publicar Mejor muerto, la tercera entrega de la saga deMarcela Pieldelobo, regresa con una novela editada por Navona que supone un contundente cambio de tono, de registro y de tema. Pablo Abarzuza acompañará a la escritora el miércoles, 11 de septiembre, a las 19.00 horas, en el Nuevo Casino de Pamplona.

¿A qué se debe esta incontinencia literaria? 

– (Ríe) Tengo la suerte de que, aunque sigo haciendo trabajos de editora, cada vez son menos y puedo dedicarme más a la literatura. Además, mis hijos ya son mayores y dispongo de un tiempo que hace 5 o 6 años no tenía. Así que hay días que estoy 10 horas delante del ordenador, pero porque estoy en una fase de la vida en la que me lo puedo permitir. 

¿Cuántas historias puede llegar a tener en la cabeza a la vez? 

–Muchísimas. Ni te imaginas. Por ejemplo, donde estoy sentada ahora mismo tengo cuatro cuadernos con cuatro historias diferentes. Y también suelo anotar ideas en el móvil. Hay muchas cosas que me parecen interesantes. Algunas se me van de la cabeza según vienen, porque no les veo más recorrido, pero hay otras que apunto y luego tiro de ellas. De hecho, Mañana acabará todo salió de ahí. 

¿Diría que está viviendo un momento dulce como escritora, que está donde quería estar cuando empezó a publicar? 

–Estoy mucho más arriba y mucho más lejos de donde imaginaba que iba a llegar. Sinceramente, nunca pensé que mis novelas fueran a tener la repercusión que tienen, que fueran a vender lo que han vendido o traducirse al italiano, al portugués... Nunca, de verdad. Cuando empecé, era muy modesta y la misma editorial se encargaba de ponerme los pies en el suelo. Y, sin embargo, Sin retorno, la primera, ha vendido más de 80.000 ejemplares y sigue. No creo que sea posible estar mejor de lo que me siento ahora. A ver, todo es bienvenido (ríe), pero estoy muy bien. 

En este caso, el cambio es notable. ¿Le preocupa que pueda haber lectores que esperen otra cosa de Susana Rodríguez o que sientan extrañeza entre el texto que están leyendo y la firma? 

–Sí, sin duda. Sé que les estoy pidiendo un voto de confianza. Las 7 novelas que he publicado en estos 10 años han sido negras o thrillers y esta es mi primera incursión en un género que no es el que se me atribuye. Al final, lo que yo hago es contar historias y las que he publicado hasta ahora necesitaban el lenguaje de la novela negra. La historia de Fiódor, de Rita, necesitaba otro, así que lo que he hecho es plegarme a ella y contarla como creo que tiene que ser contada. Pero soy consciente de que es posible que haya lectores que tengan cierta reticencia porque me clasifican en la novela negra, y al revés, lectores de género que no se atrevan porque no es lo que esperan. Por eso quiero que sepan que lo he hecho lo mejor que he sido capaz, que nunca ninguna novela me ha costado tanto y que, bueno, le den ese voto de confianza y luego me cuenten. 

Se nota que esta es una novela más literaria.

–No tiene nada que ver con las anteriores. El tono de una novela negra o de un thriller es mucho más directo y coloquial y los personajes hablan como se habla en calle. Sin embargo, quería subir un peldaño a nivel literario y narrativo. Ha sido un trabajo arduo de selección de verbos, de expresiones, de imágenes... Y de corrección, porque la he repasado hasta el infinito. Siempre me esmero mucho, pero esta vez mucho más. 

Portada de novela editada por Navona.

¿Por qué la guerra de los Balcanes?

–Cuando estalló aquella guerra, yo trabajaba en un pequeño periódico de Soria. Entonces tenía 24 o 25 años y una de las cosas que más me llamaban la atención es que la gente que aparecía en televisión era como yo, como tú, como los vecinos. No eran africanos, no eran árabes, sino europeos y blancos y aquello era el terror más absoluto. Recuerdo la imagen de una mujer que cruzaba de una esquina a otra para ir a comprar y fue abatida por deporte por un francotirador. Esa señora no era una amenaza, así que fue como si las normas de la guerra, si es que eso existe, hubieran saltado por los aires. Me impresionó muchísimo. 

Y luego pudo conocer a algunas víctimas de primera mano.

–Sí, cuando se firmaron los Tratados de Dayton empezaron a llegar refugiados a España. Hubo un grupo, formado casi en su totalidad por mujeres y menores, que llegaron a Soria y del periódico me mandaron a hacer un reportaje. Recuerdo que había una dentista, varias maestras... Y, como soy una persona bastante sociable, hice buena relación con la traductora, que me llamó prontísimo al día siguiente para pedirme que fuera porque una de las refugiadas, Sabina, se había quitado la vida. Entonces no podía entender cómo estando ya a salvo había hecho eso. Claro, luego me enteré de todo lo que le pasó. Horrible. No creo que nadie salga indemne de una guerra, la padezca en primera persona o no, y no puedo ni imaginar el dolor que sufren esas personas, entonces en Yugoslavia y hoy en Gaza, por ejemplo. Sabina ha vivido conmigo desde entonces y quería compartir el peso de su memoria y su dolor. 

"Hay hombres que, de algún modo, se sienten cargados de razones para agredir y violar a las mujeres porque, claro, como están en la guerra, mañana podrían estar muertos..."

Esa deshumanización de los francotiradores en Bosnia la estamos volviendo a vivir ahora en Gaza. Es como si no vieran a los palestinos como personas.

–Eso es. Tiran al bulto y no quieren saber si es una mujer, un niño o un hombre. Pero, vamos, que las atrocidades que se produjeron hace 30 años en los Balcanes ya se habían cometido en la primera y en la segunda guerra mundial. Y ahora en Ucrania, Gaza, África... No sé qué es lo que mueve al ser humano a matarse por un pedazo de tierra cuando tenemos un planeta en el que cabemos todos de sobra. Lo que más me descorazona es que no hemos aprendido y lo estamos repitiendo. 

Probablemente, la de los Balcanes fue una de las primeras guerras televisadas y pudimos enterarnos de manera mucho más directa de la tremenda violencia contra la mujer como arma de guerra, de limpieza étnica. Este es uno de los temas centrales de ‘Mañana acabará todo’.

–Así es, Hay un personaje que dice que las mujeres somos mercancía en una guerra. Y que, además, hay hombres que, de algún modo, se sienten cargados de razones para agredir y violar a las mujeres porque, como están en la guerra, mañana podrían estar muertos. El papel de las mujeres en las guerras es dramático. Son esclavas sexuales y las últimas en recibir alimento y atención porque se prioriza a los soldados, incluso a los niños frente a las niñas... Y, como dices, la guerra de los Balcanes fue la primera televisada prácticamente en directo. La seguíamos todos los días en el telediario. Anda que no me he visto documentales de Pérez Reverte durante la investigación para la novela. 

¿Qué cuenta del papel de los Cascos Azules?

–Cuando se firmaron los Tratados de Dayton, los Cascos Azules se desplegaron en los Balcanes, pero tenían prohibido intervenir porque se supone que iban a propiciar que las partes se entendieran entre ellas, Una de las cosas más curiosas que sucedieron es que no hubo necesidad de alimentos o de medicamentos. Había de todo porque de eso se se encargaban los Cascos Azules mientras las diferentes facciones se seguían matando. Resultaba tan curioso... Se ponían a levantar un puente cuando había una carnicería a 30 kilómetros, pero no podían actuar. Esto es como cuando alguien oye que un vecino le está dando una paliza a su mujer y dice ‘ya, pero están en su casa’. Tal cual. A mí, el papel de los Cascos Azules en aquella contienda me parece más que cuestionable. 

"Los personajes de 'Mañana acabará todo' están heridos, lo han pasado francamente mal y aprenden que juntos son más fuertes que por separado"

¿Y el papel actual de la comunidad internacional en Gaza, donde no hay dos ejércitos enfrentándose?

–Es que en eso tampoco hemos aprendido nada. Ahora se expresan muchas condenas, pero nada más. Está claro que hay muchos intereses, porque todos le recriminan a Netanyahu que mate a la población y él sigue haciéndolo. Sabe que son un país estratégico, una potencia militar, y que ni Estados Unidos ni Europa le van a dar la espalda. Solo le riñen como una madre consentidora le dice a un niño travieso ‘no lo vuelvas a hacer’. Incomprensible. 

Fiódor, Rita, Adriana, Daniela, Dunjya... son personajes que han sufrido, que están heridos, pero que, de alguna manera empiezan a sanar juntos. ¿Es solo en compañía de otros que podemos salir de la oscuridad?

–Todo lo que hacen ellos en la novela gira alrededor de la casa, que un día fue un burdel, luego unas ruinas y ahora es algo parecido a un hogar de gente absolutamente disfuncional, herida, que está sobreviviendo a una guerra. El ser humano está programado para adaptarse. Ellos se juntan y hacen como un puzle. Lo han pasado francamente mal y aprenden que juntos son más fuertes que por separado. Incluso, para olvidarse de lo que les rodea en algunos momentos intentan cantar.

¿Sobre qué base los creó?

–Siempre quise que fueran personajes muy humanos, como cualquiera de nosotros. Y que los lectores pudieras identificarse con ellos y sintieran que, en sus circunstancias, habrían hecho lo mismo. 

¿Qué huella le gustaría que la novela dejara en los lectores? 

–Me gustaría despertar en el lector una reflexión sobre las guerras, en particular sobre quienes la padecen. Que no olvidemos que detrás de las imágenes que vemos en el telediario cuando comemos o cenamos hay gente de verdad. Real. Y que exijamos a los gobernantes que no haya  una guerra más. Sé que es una utopía, pero pedir es gratis, y soñar también, y yo pido y sueño.