Susana Rodríguez Lezaun acaba de publicar Mejor muerto (HarperCollins), su séptima novela y la tercera y, quizá, penúltima de Marcela Pieldelobo. Las promotoras inmobiliarias y las prácticas de especulación se colocan en el centro de una trama en la que la víctima cae peor que mal. A la presentación de este jueves, 21 de marzo, a las 19.00 horas la acompañará el escritor Carlos Bassas del Rey. La autora atendió a este periódico en las instalaciones de la Vinoteca Damaxen (antigua Vinoteca Murillo), situada en la confluencia entre las calles San Miguel y San Gregorio de Pamplona, que accedió amablemente a acoger la sesión de fotos y esta conversación.

Le van los títulos potentes. ‘Bajo la piel’, ‘En la sangre’ y, ahora, ‘Mejor muerto’.

–El título es el nombre de pila del libro. Igual que cuando dices tu nombre te sitúas en un entorno social, regional, etcétera, el título de una novela es como la portada. Quien no te conozca tiene que llegar aquí de alguna manera, o por la cubierta, o por el título. Es muy importante, y yo le doy muchísimas vueltas. Lo pienso durante meses y meses, aunque, en este caso, Mejor muerto era el título provisional que se me ocurrió al principio. Pero no es habitual, lo pienso mucho. Es que es para toda la vida, siempre se va a llamar así.

Sé que es difícil, pero, de los tres de Marcela Pieldelobo, hay alguno hacia el que sienta especial apego.

–A ver, Bajo la piel es muy, muy especial porque fue el primero. Fue la construcción del personaje y su presentación ante los lectores. Y en Mejor muerto muestro a una Marcela evolucionada, que ha dado un paso adelante o dos, que está más tranquila... a ratos (ríe). Y me he podido centrar mucho en el caso policial, que ya es muy coral, como a mí me gusta. He disfrutado muchísimo dando voz a todos los personajes y cediéndoles espacio. Y luego siempre está el hijo del medio, En la sangre, que es el que se recuerda menos, el pobre.

Lo ha comentado, aunque con altibajos, Marcela ha evolucionado.

–Sí, porque al final es cierto que el tiempo es un bálsamo; no cura, pero sí apacigua. Ella viene de la pérdida de su madre, de un caso súper difícil en Bajo la Piel, con menores implicados, con el Opus Dei por medio... Pero pasa el tiempo, unos seis meses hasta Mejor muerto, y está más calmada. Sigue notando la la cicatriz, pero ya no es esa herida sangrante que tenía al principio. Eso le permite pensar con más calma, estar más centrada, darse más cuenta de lo que le hace ser más eficaz y ser menos transgresora a veces. Lo que pasa es que cuando se topa con puertas cerradas, las tiene que abrir. 

“Marcela va a tener una cuarta novela seguro, pero soy incapaz de decir si habrá quinta. Cuando no tenga más pliegues, la dejaré ir”

En eso sí que es puro carácter.

–Sí, pero todas y todos tenemos carácter. Bueno, igual hay gente que es más pusilánime, más tranquilo y sosegado, y hay quien tiene dinamita en las venas. Entre un punto y otro creo que está el equilibrio, aunque Marcela no es equilibrada (ríe). Marcela tiende más hacia el sector dinamita que hacia el sector horchata en las venas. Lo que vivimos nos marca y nos forma. Ella no ha tenido buenas experiencias personales, así que no se fía mucho. Tiene su carácter y a mí me gusta.

Sí, sin embargo, la última vez que hablamos, me dijo que le confiaría su vida, pero...

–¡No seríamos amigas! (ríe) Lo mantengo, lo mantengo. No nos llevaríamos bien. Me tomaría una cerveza con ella, pero, después, cada una por su lado. Creo que convivir con Marcela tiene que ser muy difícil. Y a mí ya no me apetece esforzarme tanto por personas así; aunque, sin duda, le confiaría mi vida. Es lo que tiene Marcela, que se pone siempre en el lugar de la víctima y lo que va a hacer es sacarle la cara y defenderla por encima de todo, caiga quien caiga.

Y en este caso tiene que defender a una víctima que no le cae bien.

–Pero es que no cae bien a nadie. Ni a sus hijos, ni a su mujer, ni a su exmujer, ni a sus empleados. No cae bien a nadie porque no es una buena persona; es violento, tirano... Pero, claro, lo han secuestrado, piden dinero por él y, aunque la familia no tiene muchas ganas de que vuelva, siente la obligación moral de pagar. Aunque todos piensan que Francisco Sarasola estaría mejor muerto.

Tenemos crímenes, policía, familia, relaciones... ¿Hace alguna receta de ingredientes antes de empezar a escribir?

–(Ríe) Lo que quiero es que las historias tengan personas, ellas son los ingredientes principales. Conviven, se enfrentan e interactúan. Cuando escribo, me planteo con quién va a interactuar, por ejemplo, Javier Sarasola, el hijo mayor. ¿De qué manera se va a comportar? ¿Habrá sexo en el caso de que se relacione con otras personas o no viene al caso? Y con el hijo mediano y el pequeño sigo el mismo método. Me hago un mapa de interacciones humanas. Máximo tiene 17 años, una novia y está despertando a ese mundo. Y Marcela tiene pareja. Damen y ella son personas sanas, jóvenes y activas. Cuando viene a cuento, viene a cuento. Lo que no haré nunca será forzar ni una escena de violencia, ni una escena de sexo, ni una muerte. Para mí es muy importante que lo que suceda tenga lógica.

Pero sí que hay más sexo en esta novela que en las anteriores.

– No eres la primera que me lo dice (ríe). Sí, porque es verdad que el perfil de las personas que aparecen en la novela es más dado a que haya relaciones íntimas entre ellas. Pero creo que no está cargado y, sobre todo, huyo de lo soez. No quiero ni una escena grosera y hay una por la que me han felicitado varias veces y de la que me siento orgullosa. No es fácil escribir una escena de sexo sin caer en el tópico, sin hacer ciencia ficción...

En la primera de Marcela Pieldelobo, el Opus Dei; en la segunda, el mundo abertzale, y, en esta, las inmobiliarias... ¿Le gusta meterse en jardines?

–Absolutamente (ríe). Las empresas inmobiliarias son las que están manejando nuestra economía, las que ponen los precios a la vivienda; que no es un bien, sino una necesidad básica recogida en la Constitución. Y es abrumador el porcentaje que no se puede permitir ya no una vivienda en propiedad, sino un alquiler. Me parece vergonzoso. De pronto, un andurrial donde antes un piso valía 100.000 euros, ahora va a costar 250.000 euros porque yo lo digo. Tienen ese poder. Me ofende mucho porque, insisto, la vivienda es una cuestión esencial. Estamos hablando de un sitio digno en el que vivir. Sin humedades, sin corrientes de agua, sin... no sé. Las promotoras, los constructores son los que marcan el mercado; seguidos, claro, por los bancos, que ponen los precios de las hipotecas, indican lo que te van a prestar, lo que no te van a prestar, cuántos años de tu vida vas a estar con la soga al cuello y cuándo te van a echar a la calle si no puedes pagar. Esa indefensión del ciudadano ante la posibilidad de quedarse en la calle me parece terrible.

Hace poco hablaba con otra escritora navarra, Laura Pérez de Larraya, que en ‘Libélula’, describe también uno de estos espacios que han brotado alrededor de las ciudades. En su caso era Erripagaina, y, en el de ‘Mejor muerto’, el Soto del Lezkairu.

-Es una barbaridad. Yo me acuerdo que, cuando era una adolescente, tenía una amiga que vivía en el Soto, donde solo había un bloque de edificios. El resto era tierra de cultivo. Cuando mi hijo empezó a jugar al fútbol, un día nos dijeron que teníamos que ir allí y entonces vi las primeras rotondas, unos poquitos pisos, obras, grúas... Y había sitios como los que aparecen en la novela en los que las calles ni siquiera tenían nombre. Estaban los edificios desnudos, esperando a los habitantes, sin las indicaciones viarias, sin pintar, con las farolas sin conectar, los cables por todos los sitios... La tendencia es a expandirse. Yo creo que no hay tanta gente para tanto piso, pero parece que sí porque se siguen vendiendo. El boom inmobiliario ya no es boom, es una traca valenciana porque no hace más que explotar.

“Es vergonzoso el porcentaje de personas que no se pueden permitir una vivienda ya no en propiedad, ni siquiera en alquiler”

También la vida personal de la protagonista avanza.

–Sí, ya está sacando la cabeza del pozo. Se da cuenta de que no se puede comportar así, que no son solo sus sentimientos, que las personas con las que trata también tienen sentimientos y se pueden sentir ofendidas, heridas. Así que decide ser un poco más suave. En caso de Damen, él tiene unas expectativas y ella no sabe si será capaz de cumplirlas, por lo que decide ser honesta; para bien o para mal, pero honesta. Toma decisiones no llevadas por la pasión ni por el alcohol, sino por la razón y por el respeto al otro. Eso es importante.

La inspectora tiene un nuevo compañero, Vila, en un claro homenaje al Bevilacqua de Lorenzo Silva.

–Pienso mucho los nombres y coincidió que cuando empecé a escribir la novela había estado con Lorenzo Silva en Pamplona Negra. Es una persona con la que me agrada muchísimo conversar y discutir, porque somos dos discutidores natos y discutimos muchísimo; eso sí, siempre con una sonrisa en la boca. Y él en Twitter es @VilaSilva. No pensé que lo iba a captar nadie, pero son guiños que hago; los dejo ahí y no los explico.

Cuando charlamos con motivo de la publicación de ‘En la sangre’, me dijo que esta saga iba a tener tres o cuatro entregas, pero que lo dejarías cuando viera que el personaje no daba para más. ¿Qué va a ser de ellos?

–Es verdad que cuando Marcela no dé para más pliegues, la dejaré ir. Una novela más va a tener seguro, pero soy incapaz de decir si llegará la quinta. Lo que no me veo, y aquí  a lo mejor me pillo los dedos, es haciendo una saga como la de Jo Nesbø o como la de Ian Rankin, que llevan 14 o 15 novelas con el mismo personaje. A mí la literatura no puede aburrirme; tiene que ser siempre un reto.

Parece que después de ‘Mejor muerto’ tiene diversos proyectos. ¿La literatura al final le ha permitido asomarse a paisajes interesantes?

–Una barbaridad. Jamás en mi vida estaré lo suficientemente agradecida a lo que la literatura me ha aportado. No es que mi vida anterior fuera mala; soy periodista, una persona social y siempre he tenido un amplio círculo de amistades. En los últimos años he escrito y publicado libros, pero, sobre todo, he conocido gente. ¡Madre mía, qué personas! Para bien y para mal (ríe). Todo enriquece muchísimo. Y sonrío mucho. Sonrío hasta cuando estoy preocupada, Porque es una preocupación positiva del tipo ¿cómo voy a terminar este libro? 

¿Qué me dice de la competencia?

–La suerte que tengo es que no me planteo a otros escritores como competencia; solo tengo compañeros. Así es más fácil llevarse bien. Por ejemplo, no pienso que Santiago Díaz sea mi rival. Las personas que leen no leen solo un libro al año, de modo que no tienen que elegir entre él o yo. Pueden leernos a los dos. Y, para mí, Santiago a día de hoy es un amigo. Igual que Ibón Martín, Mikel Santiago, Rosa Montero, Alicia Giménez Bartlett, Rosa Ribas... Para mí eran el top y ahora me los encuentro, les doy dos besos y me tomo un café o como con ellos. Bueno, es que es otra vida; yo diría que mejor, más completa.

Portada de la novela.

Portada de la novela. Cedida