Don Manolito

Sainete madrileño en dos actos con libreto de Luis Fernández de Sevilla y música de Pablo Sorozábal. Reparto: Don Manolito, César San Martín. Margot, Itsado Loinaz. Guillermo, Darío Maya. Emilio, Iker Casares. Leocadia, Leire de Sntonio. Nica, Imanol Etxabe. Doña Cándida, SAmaia Iriondo. Don Jorge, Koldo Torres. Coro Agao, director Javier Echarri. Orquesta Sinfonía Navarra. Dirección de escena: Ekaitz González. Dirección musical, Arkaitz Mendoza. Producción de Agao. Teatro Gayarre. 22 de noviembre de 2024. Casi lleno.

El Padre Donostia, en una carta a Felipe Pedrell del 20 de noviembre de 1915, despotrica ferozmente contra los compositores vascos que dejan la ortodoxia de la música vasca y componer otras músicas para ganar dinero; sobre todo contra Usandizaga, Guridi y Sorozábal. Tiene que salir el gran tenor wagneriano Fagoaga (Bera 1893) a defenderlos: “con “Mirentxu” y “Amaya”, Guridi apenas pudo comprarse un chaleco, con “El Caserio” educó a sus hijos y podía pasar meses de descanso en un chalet de San Sebastián (biografía de Guridi, de Arozamena). No sé qué hubiera dicho el insigne capuchino si llega a escuchar Don Manolito, ese popularísimo y maravilloso pastiche (M.Mol. mezcla heterogénea de cosas) donde Sorozábal se autocita, echa mano de melodías de corros infantiles, eleva el pasodoble a pieza magistral, se arrima al jazz, encumbra a los hinchas del fútbol, y pone romanticismo y desenfado a un libreto que, entre otras cosas, se presta a meter todo tipo de “morcillas” (citas localistas o atemporales); con el morcillón del equipo de fútbol local, que, evidentemente, está bien traído.

La luminosa y colorista producción presentada por la Agao gustó mucho al respetable. La orquesta, -aún con reducida presencia de la cuerda-, funcionó muy bien. El sonido del coro fue hermoso y empastado, a la vez que muy claro con el texto y bellos matices en “piano”. La concertación de Arkaitz Mendoza, -salvo algún desajuste sin importancia entre coro y foso- fue garbosa, segura, siempre otorgando el tempo y el ritmo apropiado a las cambiantes situaciones. Y con unos solistas que cumplieron con creces, destacando un extraordinario César San Martín, como Don Manolito, que bordó su papel. Cèsar San Martín, que también convenció teatralmente, tiene una voz de barítono agradable, amplia, homogénea en toda la escala que se le exige, con agudo brillante y graves asentados; y sobre todo, con buen fraseo y gusto cantando, dando a cada romanza su diferente contenido: jovial “la vida de casado…”, dramático “matar…”, y tierno en la doble intención con Margot. Esta, en la voz de Itsaso Loinaz, no llega a asentarse hasta su romanza final; quizás no es su voz tan apropiada para este papel, aunque salva bien el agudo. Es una partitura que, al principio sobre todo, exige graves a una soprano más lírica. Darío Maya se presenta con voz amplia y potente. Casares, Leire de Antonio, Imanol Etxabe, cumplieron, así como los actores Amaia Iriondo y Koldo Torres. Amaia, un punto histriónica (quizás así la quería el maestro de escena); Koldo hilvanó bien su continuo entrar y salir a escena. Ekaitz González, director de escena, traslada la acción a una estación de esquí y a un campo de golf; queda bien, porque la dota de luz, vistas agradables y cierto “pijerío”, que pega con el carácter, un tanto superficial, (al principio) de los personajes. El coro se implica bien en el ambiente, aunque, quizás, no subiría mucho la producción contar con la Escuela de Danza para bailar un buen pasodoble. El coro se mueve bien, pero cuando interviene cierta coreografía, es más complicado. No se facilitan los nombres de la orquesta, pero hay que destacar al excelente trompetista: su solo en el pasodoble es de recordar, (por cierto, me estorbó el griterío de Doña Cándida por el teatro); así como el temple jazzístico del clarinete, trombón, y metal; y, en general, todos los solos instrumentales. El público, encantado.