Antes de los ‘payasos de la tele’, hubo un espacio infantil en Televisión Española que batió todos los records de fama, seguidores y duración en antena. Fue el programa de Los Chiripitifláuticos, que entre los años 60 y 70 del pasado siglo se convirtieron en el mayor entretenimiento de los niños y las niñas, que no se perdían ni una peripecia del Capitán Tan, Locomotoro, Poquito, Barullo, los hermanos Malasombra, el Tío Aquiles o Valentina. Esta, la única mujer del grupo, fue una creación de la actriz de doblaje navarra Mari Carmen Goñi. Ahora, la Filmoteca de Navarra le dedica uno de los libros de su colección, escrito por la periodista Cristina Leza.

La peculiaridad que esta biografía tiene respecto a las que la entidad ha publicado hasta la fecha es que Mari Carmen Goñi es la única protagonista que sigue viva. Y esto ha sumado responsabilidad, pero también ha brindado a la autora y a la Filmoteca la oportunidad de rendirle un homenaje que ella, a sus 96 años, puede disfrutar. Así lo cree Cristina Leza, que también fue la encargada de inaugurar esta serie editorial con un volumen dedicado a la actriz navarra Eulalia Josefa Garrigó Oronoz, más conocida como Camino Garrigó. “Cuando me llegó el encargo de la Filmoteca ni siquiera me sonaba, para mí era una actriz completamente desconocida”, indica Leza, que no le sucedió lo mismo con Mari Carmen Goñi, a la que conocía, sobre todo, por su “inconfundible voz”, que, aun pasado todo este tiempo, “conserva en perfecto estado”. Y es que no solo fue Valentina, sino también Petete, el de El libro gordo...; Willie Oleson, en La casa de la pradera, y Dianne Kay en Con ocho basta.

“Me dio mucha pena que no pudiera estar en la presentación, pero es que son muchos años”, señala la autora del libro, que sí ha mantenido varios encuentros virtuales con Goñi gracias a la intermediación de su hija pequeña, Isatxa Mengíbar, actriz de doblaje como su madre, en su caso de personajes como Lisa en Los Simpson. “Hay muchas cosas de las que Mari Carmen ya no se acuerda, pero sigue teniendo una personalidad muy jovial”, agrega la periodista.

Iba para cantante

Como cuenta Leza en el libro, Goñi nació en Pamplona en 1928, pero, a los tres meses, su padre falleció y su madre se trasladó con ella y con su hermano mayor a Ochagavía, donde estaban los abuelos. “Su abuelo, Guillermo Martínez de Goñi tuvo una gran influencia en ella, fue el que la introdujo en el mundo de la música, y cuando ella tenía alrededor de 12 años, la familia volvió a Pamplona”, donde, “como vieron el potencial que demostraba”, empezó a recibir clases de canto. “Aquí ofreció algún concierto, en el Gayarre, por ejemplo, mientras continuaba con su formación entre Navarra y Madrid”. Sin embargo, esta intensa actividad le produjo una lesión en las cuerdas vocales que le obligó a abandonar la deseada carrera musical. 

A cambio, llegó la radio. Mari Carmen Goñi siguió estudiando en el Conservatorio de Madrid, que también era la escuela de arte dramático, y “hasta allí fueron los responsables de Radio Intercontinental a buscar voces para su cuadro de actores”, señala la autora. Su carrera en las ondas se consolidó y, a los 10 años, se introdujo en el mundo del doblaje y “comenzó a hacer alguna cosita en televisión”. Así, hasta que a mediados de los 60, el productor argentino Óscar Banegas, que ya barajaba la idea de Los Chiripitifláuticos, “la oyó y quedó encantado”. “Decía que Mari Carmen le recordaba a su abuela, una mujer más bien pequeñita y muy mandona que se llamaba Valentina”. Así nació el entrañable personaje de la serie de televisión que encadiló a los más pequeños de la casa entre 1966 y 1974. 

Mari Carmen Goñi, como Valentina. Cedida

Unas gafas de mercadillo

“Ese papel le cambió hasta el nombre, porque, desde ese momento, ya nadie la llamaba por el suyo; simplemente, era Valentina”, continúa Cristina Leza, que subraya “la tremenda fama mundial” que adquirió la actriz. “Claro, es que entonces solo había un canal, y, al regresar del cole, los niños merendaban pan con chocolate y Los Chiripitifláuticos. Los que tenían televisor, claro. De este modo, “el éxito estaba asegurado”, aunque “también fue un programa muy innovador y lleno de imaginación”, que se basaba en cuentos fantásticos o lecciones de comportamiento hechos con humor, casi siempre disparatado, por parte de personajes que aun permanecen en la memoria del público. También de la actriz navarra, que “sobre todo recuerda las canciones” más célebres como Un barquito chiquitito, Si quieres ser capitán o El burro Perico.  

Conserva, asimismo, las emblemáticas gafas que caracterizaron siempre a Valentina. “Ese detalle fue cosa suya, era muy tímida, no le gustaba nada maquillarse y sentía las gafas como un disfraz con el que se transformaba en el personaje”. Lo curioso es que las consiguió en el puesto de un mercadillo que encontró un día en su camino al trabajo. “Las vio, le gustaron, las compró y las pintó y las adornó con piedrecitas en rojo”, abunda la autora, que añade: “Años después de que terminara la serie, aun le preguntaban por las gafas”.

El fenómeno de Los Chiripitifláuticos fue de tal magnitud que “hacían galas en estadios de fútbol, en polideportivos y la Guardia Civil les tenía que escoltar en las entradas y en las salidad”, prosigue Leza. Así no era raro que la reconocieran cuando salía con su marido y sus cinco hijos a comer o a dar un paseo. “Por eso, según me contó la hija, todos los años se iban en caravana a las Dolomitas, para pasar desapercibidos”. 

El perfil de la actriz no era en absoluto común para una mujer de su época. “Menos mal que su madre se fue a vivir con ellos a Madrid, si no, habría sido inviable”. Con los años, Mari Carmen se dedicó de lleno a la dirección de doblaje y hoy sigue viviendo en Soto del Real con su marido, Pedro Mengíbar, y no descarta volver a Navarra, a Ochagavía, en primavera, cuando se despida el frío.

Cristina Leza, con el libro publicado por la Filmoteca de Navarra. Oskar Montero