A finales de septiembre de 2020, este periódico anunció que Helena Taberna tenía previsto llevar al cine la novela Feliz final, de Isaac Rosa. Una historia complicada y un año complicado. Aunque había comenzado a escribir el guión con Virginia Yagüe, esta se retiró del proyecto a causa de la pandemia “y yo entré en pánico”, confiesa la cineasta navarra. Sin embargo, aprovechó “la soledad y el silencio” que generó la situación “y me lancé a la aventura”. Casi un lustro más tarde, el 28 de febrero próximo, estrenará Nosotros, “una película que amo”. Y lo hará en compañía de Isaac Rosa, porque, para promocionar este trabajo, ha decidido que la unión de la cultura es su fuerza.
Ha costado llegar hasta aquí.
Sí, sobre todo porque yo pensaba que esta película iba a ser más fácil, pero no. A pesar de todo lo que ha costado, cuando hago balance y estoy contenta porque he hecho la película que he querido y como he querido.
¿Elige los caminos difíciles?
–Seguramente, pero siempre y cuando la historia lo merezca. Y me parecía que esta lo hacía; más incluso a medida que trabajaba en ella y estos últimos días cuando hablábamos en los encuentros con Isaac. Me he dado cuenta de que tiene muchas capas y cosas que van saliendo; fíjate que me han venido a la memoria unos ensayos sobre el amor de Ortega y Gasset que leí a los 16 años y que venían a decir que, en el inicio de una historia de amor, todo hombre sensible se siente siempre inferior ante la capacidad amorosa de lo femenino. Y creo que es así. Cuando las mujeres son diosas de sus parejas, luego es muy difícil descender de ese nivel.
En sus películas ha abordado temas complejos y comprometidos, ahora, en este momento tan terrible que vivimos en todo el mundo, vuelve con una historia sobre el amor. ¿Quizá era lo más político que podía hacer?
No me lo he planteado así, muchas veces funciono por intuiciones o por necesidad de conocer algo. Para mí, el cine también ha sido un proceso de aprendizaje, y me gusta que los espectadores pasen por esa etapa cuando ven la película. Me parece apasionante. Dejo la puerta abierta. Además, aunque todos decimos que nos importa tanto, el amor estaba fuera del circuito de la reflexión y el pensamiento, por eso me interesaba tanto esta historia. En la película, por ejemplo, vemos los espejos en los que tratan de reflejarse los personajes: en el cine, en una pareja amiga, en unos jóvenes enamorados... Y creía que era muy importante eliminar esa banalización del amor tan frecuente hoy. Es que cuando veo a estos actores que rompen con una y al día siguiente ya están con otra, como si no hubiera pasado nada... va a ser que no, que la vida no es así y que el duelo no te lo quita nadie. Salvo que no fuera amor, claro.
En un momento de ‘Nosotros’, los personajes dicen que ellos eligieron ‘el otro amor’, ¿a qué se refieren?
En realidad, la película empieza y termina con esa idea. Al principio, ella dice que está segura de que el amor verdadero existe, aunque no lo ha encontrado todavía. Y es esa cierta ingenuidad lo que a él le fascina. Por eso cuando ella se va con otro él se siente tan roto, porque esa mujer le había hecho tener una gran fe en el amor y sentir que con ella iría hasta el fin del mundo. Ella era una soñadora y él quiso compartir sus sueños, de ahí que viva lo sucedido como una traición. Hemos trabajado mucho esa pena y ese dolor con los actores para generar esa sensación de que aquello no puede continuar, no puede ser. Como me dijo alguien después de ver la película, Nosotros emana una especie de romanticismo fuerte y auténtico que denostaba el falso.
La estructura de la película se asemeja a la de nuestra memoria, episódica, caprichosa a veces con los recuerdos que rescata, mentirosa otras por cómo los recupera...
Exacto. Y tiene una explicación. La zona de interés es una película que me entusiasmó y me hizo ver las cosas que hizo el nazismo de una manera mucho más intensa. Recuerdo sentir que olía los cadáveres sin ver ninguno. Y pensé en el adormecimiento social que vivimos actualmente y en el hábito de ver películas y contenidos en casa, pausándolos cuando queremos, durmiendo, dejándolos a medias..., sin ser capaces de disfrutar de la belleza de los encuadres, del lenguaje del cine. Por eso, al estructurar Nosotros, tuve claro que no podía contar la historia a la manera clásica porque yo quería, sobre todo, que los espectadores entraran en ella. Y que tenía que contar algo sencillo que, al principio, pareciera tener una lectura simple, para luego llenarlo de capas para las distintas experiencias vitales del público; para que pudiera acceder a ellas como fuente de conocimiento y placer.
Un planteamiento arriesgado.
Sí, pero lo he disfrutado mucho. También el montaje. No renuncié en absoluto a ese placer de la reescritura de la película ni a probar cosas con la imagen, la música...
Con los años de carrera que lleva, ¿sigue atreviéndose a probar y a experimentar?
Igual más (ríe). Cada vez entiendo menos eso que se dice de que conforme vas creciendo, te vas volviendo menos valiente, menos progresista, más conservador. A mí me pasa al revés. Cuando ya sabes de qué va esto, tienen mucho más sentido la pasión y el estímulo a la hora de hacer cosas. En realidad, siempre he procurado que cada película tuviera el lenguaje cinematográfico que le correspondía, y para eso siempre he probado e innovado. En este caso, además, al contrario de lo que pudiera parecer, la presencia cercana de Isaac me ha animado y me he atrevido aun más. La vida tiene que ser movimiento y aprendizaje puesto al servicio de lo que te interesa.
Es curioso, las relaciones entre cineastas y escritores han sido históricamente bastante malas.
Lo sé, lo sé, ha habido demandas judiciales y todo. Pero cuando a conocí a Isaac y me dijo que era un halago que yo quisiera hacer una película con su novela, ya todo lo demás no importó y se abrió paso el placer de hacer la película que quería hacer. Aparte de eso, las adaptaciones fieles de novelas suelen ser malas películas. Es que literatura y cine trabajan con lenguajes distintos.
Los protagonistas, María Vázquez y Pablo Molinero, tienen mucha experiencia, pero no son tan conocidos. ¿Es lo que iba buscando?
Totalmente. No me interesaba que fueran actores demasiado glamurosos ni demasiado conocidos para que el espectador no viera a la actriz haciendo de Ángela, o al actor, de Antonio, sino que tenían que ser ellos de verdad. Además, los dos tienen mucha experiencia y ya desde el primero momento se percibió esa química, esa atracción, esta ternura, esa capacidad de jugar...
Siempre ha defendido que el cine es una herramienta muy poderosa para transmitir emociones y, con ellas, provocar reflexiones.
Sí, siempre me ha interesado llegar al pensamiento a través de la emoción. Y cada vez lo pienso más. Para eso, hay que volver a las salas. Somos tan culpables de que una generación entera no conozca el placer que da ir al cine. Yo haría una selección de películas y llevaría un día a la semana a los institutos a las salas, ateniendo, claro, a sus intereses y problemáticas. Las filmotecas públicas deberían hacer estas programaciones, si no, la cultura va a desaparecer. No es casualidad que con la que está cayendo Isaac y yo hayamos decidido hacer esta promoción de unir literatura y cine. Es casi una acción política.
Es que vivimos en un momento en el que se odia la inteligencia, la cultura, las ideas...
Sí, hablas de ese desclasamiento tan doloroso, ¿verdad? La clase obrera está votando a multimillonarios que destrozan el planeta, los sistemas sanitarios. Es el triunfo de la sinrazón y de la fealdad sobre la belleza. Por eso es importante la educación artística; para trabajar la sensibilidad.
Esta es su película más sobria, ¿se va despojando de elementos a medida que crece como creadora?
No lo sé, pero lo que he procurado es que el espectador entre en la historia. Y para eso tenía que dejar vacíos, huecos. Creo que por fin he entendido el vacío de Oteiza y los he convertido en silencios para que el público tenga la posibilidad de entrar.
¿Qué lugar diría que ocupa esta película en su trayectoria?
Es mi séptima película y estoy muy contenta de haberla hecho como quería. Con esta me ha pasado como con Yoyes, he tenido una intuición de que es una historia poderosa. Recuerdo que entonces nadie quería programar la película, pero yo sabía lo que tenía, y me fui al Guggenheim, que me abrió sus puertas para estrenarla. Y, a partir de ahí, todas las demás.
Pero después de su ópera prima, no lo tuvo tan fácil.
No. Por eso decidí convertirme en productora, porque si no, no hubiera vuelto a dirigir en este país. Así que después de los premios y los éxitos de Yoyes, tuve que volver al principio. Y hubo una frase de Agnès Varda que me salvó. Ella creía que los directores de ficción deberían transitar por el cine documental porque enseña humildad.Yo lo he hecho y es verdad que en estos años ha habido proyectos que se han quedado por el camino, pero estoy satisfecha porque he hecho lo que quería hacer. ¿Tú sabes lo grande que es eso? Mi vida ha sido un proceso de ir creciendo con el cine como espectadora y como autora.
¿Y después de ‘Nosotros’?
Pues me gustaría seguir con el cine, que me gusta tanto como la vida, y fíjate si la vida me gusta. Mientras tenga curiosidad y me interese lo que pasa, seguiré.