Un fondo negro con manchas rojas, como si tratara de ver más allá. O, quizá, como si intentara dialogar con los árboles, con el bosque, con la energía que va más allá de lo humano. No se trata de una oscuridad “de muerte”, sino que pretende transmitir No es una oscuridad “de muerte”, sino de cambio que “forma parte del orden. Es una imagen que se regenera, que me muestra el principio de cortar”. Con esta descripción inicial comienza Cambium, que además de ser un documental de 46 minutos dirigido por las navarras Marina Lameiro y Maddi Barber –que se estrena mañana a las 12.30 horas en el Festival Punto de Vista–, es una membrana cambiante que recorre los troncos y las raíces para potenciar el crecimiento. Y eso es, precisamente, lo que esta película quiere reflejar.
La composición es un díptico que muestra la transformación de un pinar próximo a Lakabe desde el momento en que una ecotaldea plantea deforestar ese espacio –se produce un diálogo con la naturaleza, un intercambio de experiencias basadas en el respeto– con el objetivo de recuperar unos antiguos campos de cultivo y pasto para el ganado. Y, en el proceso, tiene lugar la escucha a la naturaleza, que vive y reconoce el cambio. Que, en última instancia, se regenera porque el ser humano ha sabido cómo cuidarla.
¿Cómo nació Cambium?
MADDI BARBER: Empezamos este proyecto hace tres años, cuando nos invitaron los habitantes del pueblo a documentar ese proceso de transformación del pinar. Querían, de alguna forma, ver cómo era ese lugar antes y cómo iba a ser después. Lo hicimos con diferentes tecnologías para recoger el lugar a través de múltiples ópticas y dar distintas texturas a la imagen: el celuloide –la película analógica–, sonido y el escáner LiDAR –una tecnología que permite obtener una nube de puntos del terreno tomándolos mediante un escáner láser aerotransportado–.
¿Qué motivó la elección de un rollo de película de 16 mm?
MARINA LAMEIRO: En realidad, los 16 mm llegaron antes que el documental –se ríen–. En 2019, decidimos comprarnos juntas una cámara Bolex y, mientras rodábamos en Berlín 918 Gau, de Arantza Santesteban, le contamos esto a Alazne Ameztoy, y esta nos dijo que tenía en su casa unas latas de 16 mm caducadas, de no más de 40 minutos. Fue ahí cuando nos prometimos hacer algo juntas. Al tiempo, le llegó a Maddi esta propuesta, y ella les comentó que quería que yo me uniera al proyecto. Y tiramos para adelante.
¿Cuál fue su mayor descubrimiento a la hora de grabar esta pieza?
M.B: Al principio, las imágenes LiDAR se nos hicieron muy extrañas porque no nos las esperábamos y no las habíamos realizado nunca antes. Pero nos convencía porque era una forma de ver más allá de lo que el ojo puede enseñar. Es más simbólica, casi enérgica. Nos pareció muy bello porque, de alguna forma, podíamos reconstruir el lugar de forma digital. Y creímos que era el lugar perfecto para montar la voz de Maia porque era lo suficientemente abstracta para que el espectador se abra hacia lo no visible.
¿Cómo era la relación de los miembros de la comunidad con el pinar?
M.B: En Lakabe primaba el respeto. La película documenta un proceso de deforestación de un bosque, pero de la forma más cuidadosa y tierna posible. Ellos tenían en mente cómo poder atender otras temporalidades, otras sensibilidades, otros seres... Hay una atención por parte del pueblo y la película pretende ser eso: una escucha a lo más que humano y a la relación que se establece entre la población y el pinar. Es una transformación para utilizar la naturaleza de otra manera; es decir, es un cambio de la relación.
El documental comienza con la voz en off de una mujer que dialoga con los árboles del pinar...
M.L: No fue una escena que buscamos; tan solo llegamos allí y ella nos contaba esa conversación. En cualquier caso, nos interesaba ese mensaje que le transmitieron los árboles a Maia acerca de la importancia de sostener el lugar. Que mientras haya alguien que lo cuide, la energía no desaparece, sino que se desplaza. No obstante, tampoco queríamos hacer apología de la destrucción, lo que queríamos mostrar que es importante el contexto y el cómo.
M.B: En cada una de las circunstancias, hay que mirar y analizar lo que se encuentra alrededor: la economía, los humanos que trabajan, la biodiversidad...
En ese sentido, la pieza también se puede entender como una correspondencia amorosa entre el ser humano y la naturaleza...
M.B: Sí. A fin de cuentas es una relación de reciprocidad. La naturaleza nos cuida y nosotros debemos hacer lo mismo, devolverle ese cariño.
M.L: De hecho, aunque en la película aparece el bosque como un único espacio, en realidad son dos pinares separados, y uno de ellos era más habitado por el pueblo que el otro. Fuimos a ambos lugares con Maia sin haberle dicho nada y ella nos dijo que “los árboles querían agradecer a los humanos por haber venido porque es mucho más vívido”. Y nos quedamos fascinadas.
Después de haber pasado ya varias veces por el Festival Punto de Vista, ¿qué significa esta colaboración para ustedes?, ¿han experimentado algún cambio o transformación?
M.L: Todo lo que haces te afecta y te construye como persona. Hemos pasado muchas horas en ese bosque haciendo lo que queríamos. No sé si me ha cambiado, pero sí que lo viví con mucha libertad. Era como un juego o como un pasatiempo con Maddi. Y lo disfruté mucho.
M.B: En mi caso, yo destacaría el desplazamiento, que es una constante en mis películas. Tienes que llegar a un sitio para luego rodar y, para ello, hay que preparar el cuerpo y la mente. De alguna manera, procurábamos estar presentes en todos los sentidos para estar limpias. En ese sentido, hay un cambio, porque dejamos atrás todo historias para conectar con ese lugar y con la naturaleza que nos rodeaba.
¿Cuál es el mensaje que proponen al espectador con Cambium?
M.B: Tenemos problemas con la palabra mensaje –se ríen–. Por lo general, no queremos transmitir un mensaje o una moraleja, sino una experiencia. Un tiempo donde puedas estar en un lugar sintiendo de otra forma.
M.L: En todo caso, sería trasladar unas preguntas. Queremos que la gente se cuestione cosas. Antes de empezar el proyecto, nos interesaba mucho cómo es posible complejizar un tema que antes no nos lo parecía. Con la primera parte del díptico, Paraíso, la gente pensaba que las máquinas que venían a talar eran los malos, como si alguien externo pretendiera adueñarse del lugar. Lo que queremos es complejizar un tema binario o maniqueo. Y también cómo utilizar el cine para cuidar la tierra.