Juan Luis Goenaga era un hombre que abrazaba la mitología vasca y lo que esconde la tierra. Decía que podía sentir las energías telúricas que emanaban, por ejemplo, de Ernio, lugar al que, en una ocasión, convocó a Joxe Miel Barandiaran para señalarle un enclave en el que el artista percibía algo. Resulta que allí donde señaló con su dedo, donde dijo sentir el vibrar de la tierra, se encontró un crómlech enterrado. La anécdota la ha contado este viernes el que fuera amigo suyo, el antropólogo Joseba Zulaika, en la presentación en Tabakalera de un libro fotográfico editado por el Museo de Bellas Artes de Bilbao y que "expande" la muestra Juan Luis Goenaga. Alkiza 1971-1976, que cerrará sus puertas este domingo en la capital vizcaina. El volumen, que comparte título con la exposición, ha sido escrito por Mikel Lertxundi, comisario de la misma, y ha contado con la colaboración de Zulaika, que ha firmado uno de los textos en el que ha narrado las semanas de voluntaria reclusión que compartió con Goenaga (Donostia,1950-Madrid, 2024) en Alkiza en primavera de 1975. Junto con Lertxundi y Zulaika, han comparecido ante la prensa el director del Bellas Artes, Miguel Zugaza, los hijos del pintor, Bárbara y Telmo Goenaga, y el presidente de Petronor, Emiliano López Atxurra.

La elección de Donostia para dar a conocer el nuevo libro sobre uno de los artistas vascos más importantes de la segunda mitad del siglo XX ha sido todo un guiño por parte del Bellas Artes. No en vano, hace siete años, en el mismo Prisma de Tabakalera en el que se ha celebrado hoy la rueda de prensa, se presentó la monografía Goenaga, también escrito por Lertxundi, que en su momento publicó la editorial donostiarra Nerea.

Álbum familiar, artístico y experimental

El historiador del arte ha explicado con detalle los cinco apartados en los que se ha estructurado un libro que se asemeja a un álbum de fotos. De formación autodidacta y tras sus primeros pasos en la pintura, un melenudo Goenaga, con una figura muy parecida a la del Beatle George Harrison, se asentó en Alkiza en 1969. Entre 1971 y 1976 vivió una suerte de retorno a la tierra. "Mentalmente, yo también soy un pintor de Ekain", dijo en vida Goenaga.

En los setenta abandonó la pintura y comenzó a trabajar otras disciplinas como la fotografía y el land art. Este álbum se compone de 221 imágenes, la gran mayoría de ellas tomadas por el propio Goenaga, aunque también hay seis que capturó el fotógrafo guipuzcoano y primo del artista, Antton Elizegi, que fue quien enseñó a Goenaga la práctica de este arte. Son estas seis instantáneas las que abren el libro y a estas le siguen otras, fechadas en 1971, en las que el artista registró su intervención directa sobre el terreno de la zona del monte Herniozabal y que suponen la confirmación de que Goenaga fue pionero del land art en el Estado. Muchos son las vías o los caminos que retrató Goenaga, pues el camino era para él un elemento recurrente, símbolo del paso del tiempo.

El Bellas Artes de Bilbao ha presentado un nuevo libro sobre Goenaga este viernes en Tabakalera. RUBEN PLAZA

El siguiente capítulo se compone de positivos de fotografías de gran formato de una época especialmente productiva en cuanto a exposiciones se refiere. Entre 1973 y 1975, este chamán de Alkiza volvió a la pintura, compaginándola con la fotografía experimental. Así, el siguiente apartado Lertxundi ha puesto relación cuadros de aquella época, como Itzal euriak, Sustraiak, Bellarak, Larruak o Hari-matazak, con fotografías que parecen reflejadas en espejos. "Para tener solo 27 años demostró una gran coherencia artística", ha asegurado el historiador. Para concluir, se han seleccionado una serie de instantáneas del propio Goenaga en su caserío-taller. La última, en la que se ve al artista de espaldas abandonando la estancia, evoca el fin de su reclusión y el retorno completo del artista a la pintura a partir de 1976.

"Yo no he pintado ese cuadro"

El Museo de San Telmo celebró la primera exposición individual de Goenaga en 1973 –pocos meses después, las Salas Municipales de Cultura de Durango, a instancias del padre de Miguel Zugaza, Leopoldo, acogieron otra muestra en la que se incluyeron varios de los trabajos de land art escultórico que el artista había llevado desde Alkiza–. Fue en la exposición de San Telmo cuando Goenaga y Zulaika se encontraron por primera vez. Según ha relatado el antropólogo, la conexión fue inmediata: ambos eran dos hombres parcos en palabras y “torpes” en lo social. Además, ha los dos les unía el interés por la mitología vasca.

Dos años más tarde, Goenaga ilustró con ocho grabados el primer poemario de Zulaika, Adanenen poema amaigabea, y sin saber cómo, el antropólogo acabó viviendo un mes con el artista en primavera de ese mismo 1975.

Según ha narrado, no intercambiaron más de cinco horas de palabras en esos 30 días. No era necesario pues su comunicación era casi mística. Zulaika escribía de día; Goenaga, en cambio, pintaba de noche. El pintor era poseído por una especie de “frenesí” que le empujaba al pintar. Al llegar el alba y coincidir el uno con el otro, y ver el resultado de la pintura de la noche anterior, Goenaga se pronunciaba: “Yo no he pintado ese cuadro”. Esto, ha continuado Zulaika, llevaba entonces a otra pregunta: “Y, entonces, ¿quién lo ha pintado?”. “El cuadro era el resultado de su inconsciente”, ha concluido el antropólogo, que acabó abandonando Alkiza después de que, en un ataque de ira incomprensible, Goenaga lo echase de casa, aludiendo que no soportaba la música que ponía Zulaika.

Cada uno siguió su vida, pero no perdieron la amistad. Goenaga marchó a Bilbao y a Donostia y Zulaika saltó el charco hasta Reno, Nevada (Estados Unidos). En el año 2000 volvió a visitarle a Alkiza y encontró al mismo Goenaga que le vio marchar 25 años antes. El pintor sacó entonces un retrato del propio Zulaika. Este no dio crédito. Era una pintura que Goenaga había hecho durante aquella convivencia. Hasta ese momento, jamás habían hablado de ello. No había sido necesario, ya lo habían hecho sus pinturas y poesías.