Durante 20 años de trayectoria, Amaia Remírez y Raúl de la Fuente, cineastas y fundadores de la productora Kanaki Films, “han sabido hablar de lo que duele”. De aquello que se encuentra en los márgenes y de “los Otros” –como diría Kapuściński–, los que no tienen voz. Y lo han hecho desde el oficio de contar historias, ese que les sale de manera “instintiva” y que les ha servido para que esta mañana fueran reconocidos con el Premio Príncipe de Viana. De esta forma, a través de los ojos de los portugueses Joaquim Farrusco y Luis Alberto Ferreira; del angoleño Artur Queiroz; de las mineras del Cerro Rico de PotosíAbigail, Ivonne y Lucía–; del artista bosnio Bozo Vreco o de los jóvenes sierraleoneses Aminata Jalloh y Chennor Bah, entre otros, utilizaron la cultura –desde la honestidad– como una trinchera para luchar por la dignidad humana.

El relato como herramienta de transformación social

Durante su intervención, Remírez y de la Fuente destacaron el valor de la narración como herramienta para la cohesión social y la evolución cultural. “De pequeña, ya me llamaba la atención el oficio de contar historias. Me parecía algo importante y mágico”, contó Amaia. Y añadió que el relato es tan importante que fue “lo que permitió sobrevivir y prosperar al homo sapiens en la Prehistoria”; su capacidad para el chismorreo –como diría el escritor Noah Yuval Harari– facilitó que grupos humanos cada vez mayores se organizaran, convivieran y crearan culturas más complejas.

No obstante, para conseguir grandes avances es preciso que la sociedad acoja “las historias que traen los Otros, los desconocidos, los migrantes”, quienes permiten que las tradiciones prosperen y sigan siendo útiles para la sociedad. Y eso es, precisamente, lo que les llevó tras el terremoto en 2012 a uno de los barrios más castigados de Puerto Príncipe, o a conocer a los menores presos en la prisión de Pademba, en Sierra Leona, más conocida como el infierno en la tierra. “Nada de esto tiene sentido si no mantenemos el esfuerzo de permanecer honestos, fieles a nuestra raíz, a nuestro origen, que es la curiosidad genuina y sin juicio, porque solamente así conseguiremos navegar en mundos tan contradictorios y disonantes”, apuntó Raúl.

“La cultura no es de las élites”

Y a pesar de haber recibido una de las condecoraciones más importantes de Navarra, recordaron –citando al pedagogo brasileño Paulo Freire– que “la cultura no pertenece a las élites, aunque solo unos pocos lo sepan”. De esta forma, agradecieron a “las organizaciones culturales de base, a las de los barrios, los pueblos pequeños, las casas de cultura, al profesorado que se organiza en ikastolas e institutos, a las redes de bibliotecas y a las iniciativas comunitarias”, que acercan la cultura a todas y todos y que “tantas veces han programado nuestras películas”, dijo Amaia.

En esa línea, ambos comentaron que esperan que haber recibido este premio contribuya a que “las temáticas con las que trabajamos tengan la visibilidad que se merecen”.

“Nuestro trabajo tiene que ver con la psicología y con la empatía. Queremos que esas personas nos quieran por un rato, que nos compartan sus secretos más íntimos y que nos vean como cómplices que les acompañan con admiración. Porque nuestro objetivo es trazar retratos hermosos de personas que también lo son”, sostuvo Raúl.

De la Fuente conoció la palabra Kanaki –cuyo significado es ser humano– en un viaje a Nueva Caledonia. Y a ambos les gustó tanto que la convirtieron en el nombre de su productora y en el emblema central de su identidad. “Hoy más que nunca tiene sentido pensar en el ser humano con mayúsculas, ya que estamos siendo testigos en directo del genocidio en Gaza. Y lo que tenemos que hacer es hablar para que no impere el silencio y para frenar esa guerra, porque muchos conflictos han sido detenidos por la sociedad civil”, mencionó Raúl. A lo que Amaia añadió que no hay que olvidar que “todos somos un poco parte de las culturas y de las religiones que han existido en un territorio. Por eso, no cabe la pasividad ante el exterminio y el deseo de eliminar al Otro”.

De esta manera, para ambos, la cultura se convierte en un espacio para la lucha y la transformación, o, dicho de otra forma, “una herramienta para transformar la realidad e intentar crear un mundo un poco mejor”, defendió Raúl. Y con sus películas documentales logran transmitir lo más íntimo y verdadero de las historias de quienes conocen y se convierten en su familia. Porque la cultura es “justicia social, belleza y dignidad”, pero también es una “medicina para el alma”, concluyeron.