“Las máquinas no mueren, quien muere es el alma”, dice Patxi Araujo a propósito de su nueva instalación, que habita el espacio Apaindu de la calle Curia.

Es la última incursión del creador navarro en su proyecto artístico de investigación Bruniana. Pequeña Dramaturgia para Objetos Técnicos, que media lo tecnológico a través de lo poético, de lo escenográfico, de lo dramático.

La dialéctica entre la máquina y el alma

En este caso, la última instalación que Araujo (Pamplona, 1967) dedica a las máquinas y con la que, después de nueve piezas dentro de su proyecto Bruniana, quiere “cerrar un ciclo”, habla en voz baja a partir de su cuerpo precario, de mecánicas hackeadas y electrónicas encarnadas en objetualidades analógicas, obsoletas: linternas mágicas de punto focal móvil, sensores encerrados en jaulas de reclamo para pájaros que ya no existen, pieles tensadas percutidas al ritmo inopinado de partículas invisibles y bombillas incandescentes, una cámara que filtra el movimiento, un metrónomo, un reloj.

En un ambiente de calma e intimidad luce la obra de este artista que se confiesa "máquinaherido" y que afirma estar quitándose, cada vez más convencido de trabajar en una línea muerta, en una más de las muchas que se abren a los lados de discursos tecnológicos desbocados.

“Soy un artista máquinaherido, va a ser difícil quitármelo, lo llevo en vena”

Patxi Araujo - Artista multidisciplinar

“Las máquinas iteran, repiten procesos sin parar, de una manera incansable, y el alma es una entidad que muere, esa es la profunda diferencia que existe entre ellas”, dice Araujo haciendo alusión al “argumento” de su nueva creación, que convoca y hace presentes en Apaindu tres tiempos distintos: “El que ya estaba aquí, inevitable; es el tiempo que se mide en horas, minutos y segundos, el tiempo lineal que conocemos tal y como lo conocemos, cuyo ritmo marcan el reloj y el metrónomo”, cuenta.

El reloj marca el tiempo lineal. Iban Aguinaga

Hay otro tiempo en la instalación, que es “un tiempo de simulación”. “El no de las máquinas parpadea a un ritmo random maquinal, falso, que se programa, es una función; la máquina no tiene misterio, las máquinas no mueren porque no tienen abismo, no tienen preocupación, no tienen prisa, el alma sí tiene este tipo de problemas. Pero las máquinas simulan muy bien. Entonces son capaces, por ejemplo, de generar una pseudoincertidumbre”, reflexiona Araujo.

Y el tercer tiempo es “un tiempo vertical, un tiempo del instante, del acontecimiento; los griegos lo llamaban kairós, y aquí está señalado mediante un sensor Geiger que captura partículas cargadas de radiación que vienen del espacio”, cuenta. Esas partículas, “como son absolutamente marcianas, marcan un ritmo no humano y además aleatorio puro. No hay manera de saber cuándo ni dónde va a surgir el próximo impacto. Entonces, este es un tiempo al que los poetas llamaban vertical, un tiempo de un instante. En un momento ocurre todo, es como una especie de relámpago”, explica el artista sobre los tres tiempos que ha convocado “para hablar acerca de esa dialéctica entre el alma y la máquina, de ese yo muero, tú iteras; yo itero, tú mueres”, a partir de lo cual “se va generando lo que somos, la cultura”.

La instalación más zen

Las máquinas (no) mueren habla del tiempo del alma y del tiempo del cuerpo. “El alma está un cuerpo finito, se va a morir, va a tener sus historias, sus depresiones. Y tiene prisa, tiene necesidades por generar y comprender, por viajar, hacer, recordar y soñar, y para ello se apoya en las máquinas. Las máquinas son perfectas simuladoras, perfectas falsificadoras, pero también son muy capaces de amplificar discursos que nosotros no podemos ver ni oír”, reflexiona Araujo, quien nos invita a dialogar con todo esto en silencio y (casi) a oscuras, en un espacio en el que “a veces hay sonido, a veces luz. Pero mayormente no hay luz ni sonido”. 

“Nunca fueron buenos tiempos para el alma, y estos todavía mucho menos”

Patxi Araujo - Creador multidisciplinar

Proyectores de diapositivas antiguos, hackeados por el artista, marcan un tempo de luz y sonido que interpela al visitante. Iban Aguinaga

Esta instalación, que tiene presente la causa Palestina porque "no podemos ser ajenos a esta tragedia, hay que poner el foco ahí", dice Araujo, es la menos objetual, la más zen de las que el artista ha dedicado a las máquinas, y "funciona muy bien en silencio y de noche, cuando se apaga la luz de fuera, porque se dramatiza mucho todo esto”, apunta el creador sobre este epílogo para Bruniana.

¿Qué vendrá a partir de ahora? “No tengo ni idea. Ahí hay incertidumbre real. Me gustaría mucho reflexionar acerca de los procesos creativos, escribir poesía, recuperar el dibujo, volver a la cosa tecnológica pero desde otro ámbito...”, dice Araujo, reconociendo: “Va a ser difícil quitármelo, soy un artista máquinaherido, lo llevo en vena”.

El imperio de la racionalidad y la rentabilidad

El artista cree que “nunca fueron buenos tiempos para el alma, y estos todavía mucho menos”. “Existe un imperio de cierto tipo de racionalidad, y de obtención de rentabilidad política y económica, y parece ser que las máquinas y lo tecnológico se han aliado con ese imperio”, dice, reivindicando una “mediación poética” en todo esto.

“Es necesaria, y creo que esta instalación la reivindica”, asegura Araujo; además, lo hace en un territorio sutil y a través de objetos antiguos, analógicos, que permiten ser hackeados y a los que el artista ha dado una segunda vida.

Detalle de la instalación que habita Apaindu y que explora la dialéctica entre la máquina y el alma. Iban Aguinaga

El tiempo veloz que se nos impone se ha detenido en Las máquinas (no) mueren. Y hay que saber situarse ante él.

La instalación de Patxi Araujo exige al visitante “un saber mirar” al que estamos poco acostumbrados. “Estamos devorados por chronos, pero entiendo que es el privilegio y la responsabilidad del espectador saber situarse aquí y ahora; como cuando estás leyendo, centrarte en que estás leyendo. Hay que hacer ese esfuerzo. Esto no es gratis. Y estamos muy acostumbrados a que nos lo den todo hecho”, dice Araujo, invitándonos a “parar ese ritmo frenético y e intentar escuchar cuestiones que están siendo silenciadas o marginadas, como, por ejemplo, otra concepción del tiempo, otra manera de ver, de entender las cosas; algo que siempre ha reivindicado el discurso estético, que siempre han reivindicado el arte y la poesía”, concluye.

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EN CORTO

  • Qué: Las máquinas (no) mueren, instalación de Patxi Araujo con la que cierra un ciclo artístico-tecnológico dedicado a las máquinas, su proyecto Bruniana.
  • Dónde: Espacio de arte Apaindu, calle Curia, 7.
  • Cuándo: Hasta el 31 de octubre, de lunes a viernes en horario de 17.00 a 20.00 horas.
  • El autor: Artista e investigador nacido en Pamplona en 1967, Patxi Araujo desarrolla su trabajo en el territorio de la poética de los nuevos medios, como una coartada estética para hacer frente a lo tecnológico-digital.