Cuando era niña, a Inés Boza (Pamplona, 1962) le encantaba ver a los ciervos no solo en los fosos de La Taconera, sino también en los del Caballo Blanco y en otros espacios de la ciudad. También recuerda que, cuando visitaban un bosque, “los mayores siempre nos decían que hablásemos bajito porque si no, no conseguiríamos verlos”. De estas memorias de infancia surgió el título de la creación escénica con la que ha vuelto a subirse a los escenarios después de años dedicada a la coreografía y la dirección de proyectos de danza teatro. El salto del ciervo, en el que comparte tablas con Edurne Arizu, que interpreta su música en directo, se podrá ver este viernes, 31 de octubre, a las 20.00 horas en el Teatro Gayarre.
Hace apenas unas semanas que Boza visitó su ciudad natal para impartir talleres en el festival de artes escénicas comunitarias Teatrodix. Unos talleres que entroncan con la línea de trabajo que viene desarrollando en los últimos años y que “no difiere mucho de lo que entiendo por danza teatro”. Y es que, “a fin de cuentas, es utilizar la danza como instrumento para contar desde el cuerpo, que lo es todo, porque es el instrumento del actor y del bailarín”, pero no en sí mismo, sino como canal a través del cual transmitir la verdad de cada cual, apunta la creadora. En este sentido, le gusta trabajar con lo que llama “cuerpos contaminados, en contraposición los cuerpos homogeneizados de la técnica de la danza”. “Esto hermoso, conmovedor; yo acostumbro a trabajar y a entender el arte escénico respetando lo que cada intérprete es y haciendo brillar a cada persona desde su singularidad”, agrega.
La danza como camino
A lo largo de su carrera, ya sea como intérprete o como coreógrafa o directora de escena, Inés Boza ha tenido claro que “la danza, el movimiento, la lectura del cuerpo es mi camino”. Y, como todo artista, con sus proyectos ha buscado “conmover, crear mundos y mirar la realidad desde otros lugares”, apostando por intérpretes “que sobre el escenario sean personas, no bailarines”, de manera que el público se pueda “identificar con ellos”.
Ahora, la que regresa a escena es ella. Y eso de por sí ya tiene una gran fuerza simbólica, ya que “no se ven muchas mujeres de cabeza blanca que puedan bailar”. Será porque siempre le ha gustado afrontar “retos artísticos”, actitud que en mayo de este año le valió el Premio Serra d’Or en reconocimiento a toda su trayectoria.
El salto del ciervo surgió como una colaboración entre La Caldera, centro cultural del que la navarra es fundadora, y el Mercat de les flors. “He fundado muchas cosas en mi vida”, indica, como la compañía SenZa TemPo, que creó y dirigió entre 1990 y 2017. En estos espacios se da un contacto constante entre creadoras de distintas generaciones, como Nuria Guiu. “El proyecto nació en una conversación con ella, pero finalmente no está en el espectáculo”, apunta Boza, discípula de la escuela de Pina Bausch.
Se trataba de “mirar hacia atrás y contemplar los puentes que hay entre las jóvenes y las que ya tenemos una trayectoria, para ver cómo han cambiado las cosas”. Y, sobre todo, “para entender este presente acelerado en el que vivimos”. La creadora navarra sentía “curiosidad” por echar un vistazo a su propio recorrido y por desvelar las voces de mujeres de distintos tiempos y la experiencia “ha sido enriquecedora”. “La memoria es puro presente, así que para entender el presente tienes que mirar atrás”, aunque no con nostalgia. “Lo hermoso ha sido mirar atrás, honrar y soltar”, porque “honrar es sanador, pero luego hay que soltar y seguir caminando”, continúa Boza, que reconoce que el plan original no era que ella volviera a bailar, “pero hablándolo con Àngels Margarit –directora del Mercat de les Flors cuando se gestó El salto del ciervo–, me dijo que no le interesaba toda la teoría que le estaba contando; quería verme a mí”.
“Así se dio” este regreso, que también es “un viaje personal” que parte de la infancia. Un montaje que se estrenó tras “un proceso largo e intenso” que le ha exigido mucho. “En todas mis creaciones, suelo escuchar mucho a los intérpretes, que para mí también son creadores, pero tenía muy oxidada la escucha de mí misma en escena”, confiesa. El resultado, el viernes en el Gayarre.