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ZaharaCantante

“Las canciones son del género en el que las interpretas”

Fiel a su carácter curioso, Zahara llega al Teatro Gayarre este sábado con su gira Acustiquísimo. La de Úbeda interpretará canciones de toda su discografía en un formato diferente

“Las canciones son del género en el que las interpretas”Adrián Cuerdo

Llevaba tiempo sin ofrecer estos conciertos acústicos. ¿Por qué ha decidido recuperar ahora este formato? ¿Cómo ha sido el reencuentro?

En parte por eso, porque llevaba años desarrollando shows grandes con unas exigencias físicas y técnicas muy grandes, tocando en festivales, escenarios altos.. y me apetecía mucho volver a la cercanía, a lo íntimo. El reencuentro está siendo genuinamente precioso. Al ser algo tan cercano y cantar canciones con tanta carga emocional me está pasando que en mitad de alguna canción me pongo a llorar a moco tendido y en otras paro para reír a carcajadas por alguna cosa que alguien ha dicho.

Concierto acústicos, y además en solitario, sin músicos de acompañamiento, por lo que entiendo que la exigencia será mayor.

Este formato es algo que empecé a desarrollar hace una década. Al principio no era más que yo con mi guitarra y mi voz, pero con los años ha ido evolucionando y transformándose. Aunque sobre el escenario solo esté yo, debajo está Sergio Vera, que toca conmigo desde la mesa de sonido. Loopea mi voz o mi guitarra, genera delays con feedback infinito… Yo toco escuchando lo que él hace y él está concentrado en mí y en mis posibles improvisaciones para acompañarme. Se convierte en algo muy vivo, divertido y emocionante, lleno de riesgo y sí, de mucha exigencia. Porque además de toda esa conexión con él está toda la parte musical y vocal.

Su discografía abarca canciones de todos los estilos: acústicas, eléctricas, electrónicas… ¿Todas son susceptibles de entrar en este formato?

La mayoría, sí. De hecho es una de las cosas que más me gusta de la música. Las canciones son del género en el que las interpretas. Por eso una canción de los Beatles puede sonar jazzera o metalera. Es fascinante. Con mis canciones pasa eso. Me encanta ver cómo una canción de baile como Berlin U5 se transforma en una canción tristísima. Cobra un significado nuevo y algunas letras en las que quizá no habías reparado de repente cuentan una historia que no te imaginabas. Me encanta el reto de plantarme frente a la canción y pensar en cómo interpretarla para que aporte algo, que sea diferente o que transmita la emoción necesaria. También hay algunas canciones que las interpreto tal cual nacieron y es bonito eso, no tener que hacerle mucho porque ya funcionaba bien hace diez años.

Dentro de su trayectoria, hubo un punto de inflexión, que fue su penúltimo disco, ‘Puta’. ¿Qué supuso para usted?

Crearlo fue toda una liberación. En el momento de hacerlo, en plena pandemia, las canciones se convertían a veces en el vómito que me ayudaba a soltar lo que me hacía daño o la conclusión a la que había llegado en mi sesión de terapia. Fue un disco que nació desde un lugar oscuro para iluminarme, para acompañarme. Sobrevivir a escribirlo y a revivir lo que sufrí fue todo un chute de energía, pero a veces interpretándolo o hablando tantísimo de él, como acabé haciendo, me estancó en él y se acabó convirtiendo poco a poco en un redil desde el que definirme.

¿Y a nivel profesional? Tuvo muy buena aceptación, pero también levantó reacciones negativas, incluso algún episodio de censura.

Principalmente, lo que sentí con ese disco fue una conexión brutal con personas que necesitaban que alguien pusiera palabras a lo que estaban callando y sufriendo. En realidad fue lo único que recibí hasta que cierto partido político usó la portada de mi disco para descontextualizarlo y atacarme. Sinceramente, con este disco me sentí tan arropada que cuando pasó eso fue como una jarra de agua fría porque no estaba preparada. No podía imaginarme que una imagen tantas veces explicada que denuncia la violencia, las presiones, los insultos que sufrimos y recibimos las mujeres pudiera usarse para intentar parar un concierto mío en pleno siglo XXI.

En ese sentido, ¿cómo lleva la presión de estar siempre en el ojo del huracán? Cada vez hay más artistas que tienen que hacer pausas en sus carreras para cuidar su salud mental: Rozalén, Antonio Orozco, Valeria Castro…

Para mí fue clave la terapia y con el tiempo también incorporar la meditación, pasar menos tiempo en redes, leer más, recuperar espacios de calma. Ahora mi relación conmigo misma está más relajada y ya no vivo tanto desde esa hípervigilancia constante. Eso ayuda. Aún así, me parece muy importante que compañeras y compañeros estén señalando los riesgos reales que tiene esta profesión para la salud mental y que durante décadas han sido invisibilizados. Estar expuestas de forma continua, sosteniendo opiniones, exigencias, juicios ajenos… no es algo neutro. Creo que debería servir como una llamada de atención colectiva para preguntarnos qué estamos haciendo con nuestra empatía, nuestra atención, qué herramientas tenemos para gestionar lo que los demás proyectan sobre nosotras y qué falta de cuidados estamos normalizando cuando olvidamos que detrás de todo hay personas.

¿Podría considerarse su último disco, ‘Lento ternura’, una reacción a todo el dolor y la rabia que traía ‘Puta’?

Creo que sí. Ahora que ya ha pasado algo de tiempo y que he podido reflexionar sobre ello, siento que Lento Ternura es una consecuencia del lugar en el que me dejó Puta. Nace de esa necesidad de salir de esa narrativa y de intentar resolver quién soy más allá de ese disco, de la violencia y también de los premios y el reconocimiento.

¿Qué tal se lleva con sus primeros discos? Hay artistas que son reacios a interpretar sus primeras obras, quizás ya no se ven reflejados. ¿Es su caso?

Me parece lógico. Yo hay cosas que no puedo cantar porque me resultan ridículas. Piensa que empecé a hacer canciones con 12 años y tengo 42. Sería impensable para mí interpretar algunas canciones y emocionarme haciéndolo. Lo que sí me pasa es que a veces encuentro esa emoción no en lo que yo siento con lo que canto sino lo que genera en los demás. Eso es potentísimo y me agarro fuerte a esa sensación para conectar con algunas canciones de mi repertorio muy antiguas, sobre todo ahora en esta gira de acustiquísimos que estoy interpretando canciones de todos mis discos.

¿El paso del tiempo hace que pueda normalizar su relación con una canción como ‘Con las ganas’? Durante años no podía cantarla sin llorar…

Bueno, o sin cabrearme. Con las ganas tiene veinte años y justamente es una canción con la que he tenido una relación complicada, lógico, por otra parte. Ha creado tantos vínculos que entiendo que para muchas personas sea su canción de cabecera, pero, como dices, durante algún tiempo no podía interpretarla porque me hacía demasiado daño o porque me obligaba a ponerme en ese lugar de vulnerabilidad y fragilidad que la canción exige para interpretarla. No siempre tenía la energía o las ganas. Ahora he vuelto a tocarla agarrándome a lo que te comentaba antes, al poder de la canción para conectar. Eso es un chute brutal que me hace emocionarme sin tener que revivir nada de la que la originó.

Creo que después de esta gira planea hacer otra con su parte más electrónica y ‘ravera’. ¿Necesita buscar estímulos yéndose a los extremos?

(Risas). Eso parece. Me gustan los contrastes. Pero sobre todo me interesa descubrir qué hay detrás de cada estilo, sonido, momento. La música es infinita, flexible; es refugio, altavoz… Buah, es que la música es lo más. Y yo no quiero perdérmela. Me emociona hasta las lágrimas estar tocando Sansa yo sola con la guitarra, pero la furia, la energía, lo poderosa que me siento cuando nos ponemos en versión electrónica, cuando invocamos a la diosa del tecno y dejamos que el beat y el sub empujen los corazones es algo que solo da ese formato y no me quiero privar de él.