H ay gestos necesarios. Deberíamos hacerlos aunque nos dé vergüenza o nos traten de locos. Uno de esos lo protagonizó la gobernadora de Nuevo México, Michelle Luján Grisham, que colgó un vídeo en Twitter con el que demuestra su oposición a la idea de que los norteamericanos construyan un muro de 3.000 kilómetros en la frontera que comparten con México. Porque las fronteras o se comparten o se padecen. Hay americanos que las padecen. Sufren la inmigración sin tan siquiera saber si podrían subsistir si no contaran con ella. El muro que quieren levantar los norteamericanos con la excusa o el mandato de Donald Trump, les acabará aislando del resto del mundo. Y si esto es así, parte de este mundo se alegrará de ello. Es preferible advertir ahora que todavía no se ha construido esa ridícula muralla. ¿Hoy, que cualquiera es capaz de entrar dentro de nuestros documentos más íntimos y distribuirlos por todo el mundo sin dejar rastro, se habla de fronteras? Qué pintan, cuando lo más fácil era asociarse con los vecinos en igualdad de condiciones. Pero si algo ha demostrado la administración USA es que ha vuelto a las andadas. Aquellas incursiones que hicieron tanto daño en Panamá, en Nicaragua, en Cuba dejaron cicatrices que todavía se notan. Durante años fuimos testigos de ello a través del cine y la literatura: vimos en qué consistió aquella obsesión del gigante del norte por apoyar dictaduras y descabezar intentos revolucionarios. Después de medio siglo, poco se ha aprendido de todo aquello. El fantasma de la guerra en Venezuela y el muro salen a pasear en cada telediario. En plena expansión planetaria de Netflix o Amazón, recordar estos tambores de guerra de la gran potencia de Occidente es frustrante. Hagamos gestos que indiquen lo que pensamos en este momento: deberíamos parar el mundo con el mando a distancia. Lo siento; es lo único que se me ocurre hasta que alguien nos despierte de esta pesadilla.