Cuenta Levan Akin que Solo nos queda bailar, su último largometraje, es una historia sobre la juventud LGTBI+ y sus problemas a pequeña escala, pero también expone, a su vez, la historia y la situación actual de Georgia. Porque con la danza como hilo conductor, la película regala "una mirada hacia una parte del mundo que no mucha gente conoce, pero también reivindica la importancia de ser libre", explica el cineasta sueco.

Precisamente un hecho real sucedido en 2013 fue el punto de partida del proyecto: un grupo de jóvenes quiso hacer un desfile por el Orgullo en Tiflis (Georgia) y fue atacados por una multitud de personas ligadas a la Iglesia Ortodoxa. Y es que según apunta, tres son los ejes de la tradición georgiana: la Iglesia, el canto polifónico tradicional y la danza tradicional nacional. De ahí que decidiese ambientar su relato en este mundo para narrar la historia y evolución personal del bailarín Merab, personaje interpretado por Levan Gelbakhiani cuya interpretación le valió el galardón a Mejor actor en la pasada edición de la Seminci.

"Lo descubrí por Instagram, es bailarín y poco a poco establecimos una relación, hasta inspirarme en su entorno y su vida", recuerda Levan Akin. El joven actor interpreta a Merab, un joven que lleva varios años bailando en la Compañía Nacional de Danza de Georgia y cuya vida cambia un vuelco cuando aparece Irakli, otro bailarín que se convierte en su rival más poderoso, pero también en su mayor objeto de deseo.

"Quería explorar cómo un encuentro puede hacerte valiente y libre", explica Akin, que anteriormente dirigió proyectos como El círculo (2016). De orígenes georgianos, con este proyecto ha viajado en varias ocasiones a Georgia y cuenta que se ha encontrado con que "existe una brecha enorme entre la generación joven y la generación anterior que vivió durante la Unión Soviética". Un abismo que durante el rodaje de Solo nos queda bailar les llevó a enfrentarse con la compañía de danza Suxishvilebi, después de que rechazasen colaborar en el proyecto ya que "nos dijeron que la homosexualidad no existía en la danza georgiana", recuerda el cineasta. De ahí que en el largometraje, "la danza georgiana represente lo antiguo y el creciente amor entre los dos bailarines sea lo nuevo".

Una división que trasladó presión a la hora de grabar, e implicó incluso trabajar con guardaespaldas por amenazas y motivos de seguridad, ya que rodaron en localizaciones reales, con actores no profesionales e inspirados en historias reales que Akin fue recopilando durante una ardua labor de documentación. Por ello, concluye, uno de sus objetivos con este largometraje, es "mostrar que aunque uno se abra y se mueva en una dirección diferente, puede seguir manteniendo sus tradiciones". Porque debería quedar mucho más que bailar.