¿Ritmos flamencos, minimalismo electrónico y letras en euskera? El músico Aitor Martínez (Zarautz, 30 años) publicó el año pasado un disco que se salía claramente de lo común, Argiek istilu, grabado durante el primer semestre de 2023 en los estudios El Tigre de Bilbao. Su proyecto en solitario, Jai/Egun, no es solo una rareza en la escena musical vasca. Está imbuido del duende de Granada, ciudad en la que vivió cinco años, y logra sorprender al público allá donde va. 

En el pódcast Lore Hostoak de EITB afirmó que este disco va sobre la experiencia de sentirse extranjero en su propia vida. ¿Cuándo dice extranjero se refiere a perdido o desubicado? ¿Es eso? 

-Sí y no. Podría decirse que es sobre sentirse desubicado, pero creo que eso no captura completamente el tipo de experiencia a la que me refiero. Sentirse sin rumbo claro o simplemente perdido es una experiencia que puede darse más de una vez en la vida sin que suponga una ruptura con lo que uno o una ha vivido anteriormente. Yo me refiero a una experiencia en la que hay una especie de parón indescriptible y estás de repente intentando describir lo que ha sucedido. Algo así como despertarse tras un accidente sin saber lo que ha sucedido y no poder reconocerse a uno mismo.

El primer tema, Akapella, arranca con una percusión electrónica que parece un martillo golpeando un yunque. El golpeo es cada vez más fuerte y violento. ¿Hay una metáfora en este inicio que nos estamos perdiendo? 

-No hay una metáfora; la percusión junto a la voz busca reflejar un estado que tiene bastante que ver con lo que hablaba en la pregunta anterior. Intenta reflejar un estado de shock, un tono de cuando se está en el ojo del huracán tras vivir momentos intensos sin saber ni de dónde vienen los golpes. Pero hay un cierto momento de serenidad, de alzar la cabeza y ver el paisaje alrededor antes de volver a la ‘batalla’. A nivel compositivo es especial. Viene de ir distorsionando el bertso del agurra de 2017 de Maialen Lujanbio, que creo que tiene ese mismo tono de alzar la mirada de lo inmediato y, en su caso, si no me equivoco, celebrar la cultura vasca. La canción creo que comparte ese tipo de vértigo. Como tengo poca capacidad de atención, a veces la estaba cantando y pasaba a centrarme en ritmos de bulería. Fui mezclando ambas y terminó teniendo un tono y melodía parecida a una soleá.

Ya en la segunda canción, Berriz, toma protagonismo una guitarra flamenca. ¿En los años que vivió en Granada era asiduo a los tablaos de los barrios del Albaicín y el Sacromonte? ¿Iba al Eshavira o a la peña flamenca de La Platería, por ejemplo? 

-No especialmente. Es gracioso que menciones el Eshavira, que lo abrieron justo el año que me iba y fui un par de veces. Justo cuando llegué había un bar, La Cueva del Gato, al que fui un par de veces a ver a un cantaor y a un guitarrista. Pero no he frecuentado muchos tablaos. Sí que he callejeado mucho por el Albaicín.

¿Cuánto ha influido Granada en la concepción y el espíritu del disco? 

-Granada fue muy importante, ahí ya se formó una base de mi personalidad adulta. Soy una persona a la que le gusta bastante estar en casa, pero me alegro de haber tenido una época en la que iba muchas veces con amigos a distintos rincones del Albaicín a improvisar. También toqué en muchas casas desconocidas con muchos desconocidos. El prototipo de vida bohemia, solo que eres estudiante y está medio justificado que tus padres te paguen lo que no te llega con el dinero del trabajo de los veranos. Granada fue donde viví experiencias más o menos duras que también han influido en mi carácter, y en el disco se cuenta una historia que es una mezcla de vivencias que tuve en esa época con otras que tuve a finales de mis años 20.

Mezclar flamenco con toques electrónicos, rumba, folk, etc. y cantar en euskera no es demasiado habitual. ¿En algún momento temió que la propuesta no cuajara entre el público por demasiado extravagante? 

-Nunca he sido consciente de ello. He escuchado la música que me gusta y disfruto, y de forma automática me sale imitarla. Toco las canciones que me gustaría escuchar. Lo de que cuaje en el público o no… No sé. Tengo la buena y la mala suerte de que esta no es mi profesión. Buena porque no tengo que amoldarme a ningún mercado y lo prioritario es el criterio artístico; y mala porque poco a poco mi vida laboral se va comiendo los espacios para componer y me da cierto miedo quedarme a medias en este proyecto.

Varias canciones del álbum sobrepasan los seis minutos de duración y tampoco hay un single claro. Importa la atmósfera, crear un aura concreta. En estos tiempos apresurados de reels de Instagram y vídeos de TikTok, ¿no es este una osadía de disco?

-Yo personalmente no he buscado hacer ninguna defensa de nada. Sin duda, es un disco que requiere un tipo de escucha que no encaja con el modelo de escucha general actual. Pero simplemente no puedo hacerlo de otra manera. He compuesto tal y como me han ido pidiendo las canciones.

Este trabajo se fraguó a cámara lenta con el productor y músico Jon Aguirrezabalaga en 2023. ¿Cuánto hay de él en Argiek istilu? 

-Jon, que acaba de publicar un disco con su alias artístico Zabala, es un productor genial. Pero a niveles que no solo se reflejan en el sonido del disco. Aparte de hacer un trabajo finísimo en eso, a nivel personal comprendía los procesos emocionales por los que pasaba, las ansiedades, etc. Y sabía muy bien qué se necesitaba en cada momento: apretar, parar, hablar, tocar… En mi caso era que yo no me pasase de experimental/pretencioso e intentar que el disco fuese escuchable (risas).

¿La música en euskera se está atreviendo a traspasar barreras estilísticas que hasta no hace tanto eran imposibles? 

-Creo que en euskera siempre ha habido gente haciendo música muy interesante; tenemos a Mikel Laboa ya en el siglo pasado. Otra cosa es que no haya público ni, por tanto, conciertos suficientes para que esta música pueda circular, darse a conocer y tomar cuerpo. Somos una comunidad muy pequeña. Sí que parece que ahora hay más hábito de escuchar música en euskera por parte de gente que no sabe euskera.

¿Por qué en directo toca solo? ¿Por una cuestión de presupuesto o porque cree que así refleja mejor su propuesta? 

-Sobre todo por logística. Introducir a una persona complica mucho el asunto, cuando se está solo es muchísimo más fácil la parte organizativa: decir que sí a los conciertos, organizar viajes y calendario, cuadrar ensayos… y es fácil no compartir el mismo nivel de compromiso, ya que este proyecto es vital para mí. Junto a eso, claramente, necesito cierto margen de beneficio ya que grabar un disco y llevarlo al directo supone un buen gasto. Necesito amortizar todo lo posible. No lo hago por dinero, pero tampoco puedo hacer como que no existe o que no me limita. Aunque no te voy a negar que a veces es un poco cansado llevarlo solo. Pero bueno, es lo que hay y no es poco.

Ensanchando fronteras 


 Los cinco años que pasó en Granada durante la veintena le han marcado profundamente al músico zarauztarra Aitor Martínez. Metido en la piel de Jai/Egun, ha sido capaz de relacionar la tradición del bertsolarismo con el flamenco mediante los sonidos de una fragua en la canción Akapella. De ahí que abra los conciertos con falsetas típicas de soleá antes de tocar este tema. Su propuesta, mestiza y arriesgada, también ha llegado a interpretarse fuera de Euskal Herria. El pasado 16 de noviembre tocó en la mítica sala El Sol de Madrid teloneando a los granadinos Ramper. En mayo actuó en la ciudad de la Alhambra, de nuevo antes de Ramper. 


Jai/Egun pertenece a la escudería especializada en música independiente Humo Internacional, donde, entre otras muchas bandas, comparte sello discográfico con el ascendente trío pop de Pamplona Tatxers. Pero Martínez juega en otra liga. Ni mejor ni peor: diferente. Vuelca su ansia creativa con una libertad que se emparenta con otros artistas vascos como Amorante, Verde Prato o Sara Zozaya. “¡Me siento halagado de estar incluido en esa lista!”, afirma.