BILBAO. "Ya sabe usted que le quería mucho", le susurró por teléfono un hilo de voz quebrada, casi rota, a Miguel Madariaga, que no supo qué decir ante eso y apenas dijo nada. ¡Qué iba a decir! Que lo sentía. Poco más. Madariaga no encontró la manera de explicarle al padre de Víctor Cabedo, un hombre roto al otro lado de la línea, lo mucho que le dolía ese dolor. Que la muerte de su hijo, de 23 años y ciclista de Euskaltel-Euskadi, después de chocar de frente contra un coche y precipitarse por un barranco de la Serra d'Espada, cerquita de Onda, su pueblo en Castellón, era el golpe más duro que había recibido en 46 años vinculado al ciclismo. El vizcaíno se dio un tiempo breve para repasar otras desgracias que le rondaron. Recordó aquel accidente de Agustín Sagasti en Asturias en 1994 que le costó la carrera al vizcaíno, que falleció años después en su casa de Mungia. O las caídas espeluznantes de Laiseka, Muniain y alguna más. Ninguna tuvo un final como este, irreversible. "A Víctor no le vamos a ver nunca más", cerró el debate del dolor Madariaga, desolado ante la tragedia más grande de la historia de Euskaltel-Euskadi. Ni qué decir del desgarro de la familia, la suya propia, pero también la ciclista.

Cabedo se dejó la vida en un barranco de la Serra d'Espada. Entrenaba por una carretera estrecha cuando se topó de frente con un coche, lo golpeó y salió despedido. Cayó al vacío por el precipicio. Voló 15 metros. Allí, en el fondo, lo encontraron los bomberos de Sogorbe sobre las 15.00 horas de la tarde. Para entonces, el ciclista ya estaba muerto. Rescataron el cuerpo sin vida en una camilla, lo subieron a la carretera desde la que había caído y fue trasladado al Instituto Anatómico Forense de Castellón, donde esta mañana se le realizará la autopsia.

La muerte de Cabedo tuvo un impacto demoledor en varios lugares, como el Mundial de Holanda donde Contador recibió la noticia con incredulidad y Josean Fernández Matxín, que le fichó de juveniles para su equipo de aficionados, recordó a un chaval bueno y honesto con el que siguió manteniendo la comunicación aunque ayer, turbia la mirada y la memoria, no recordase su última conversación. Antes, la muerte del ciclista había atronado en el oído de Samuel Sánchez, que recibió la llamada de un corredor de la zona contándole lo sucedido y el fatal desenlace. Al asturiano le vino a la cabeza la persona callada, educada y correcta con la que había entablado una buena relación desde que, tras dejar el equipo aficionado de Matxín, fichó por el Seguros Bilbao de Xabier Artetxe y ganó el Memorial Valenciaga tras un ataque antológico en el descenso de San Miguel. Artetxe también se encogió ayer cuando se lo contaron y luego, al detenerse un poco y pensar, dibujó en el aire el rostro serio de Cabedo, el chico introvertido de las pocas palabras y una sola idea pedaleando en la mente. "Tenía muy claro que quería ser ciclista. Es lo único que le interesaba. Su mundo era la bicicleta", rescata el preparador de Larrabetzu, que describe a un ciclista metódico al extremo. Lo confirma Ion Izagirre, que compartió con el equipo en el Seguros Bilbao y no olvida los desayunos a los que bajaba con su mochila cargada de pan integral, cereales de avena o yogures especiales. "Era callado pero simpático. Y sí, se cuidaba mucho", dice el guipuzcoano, sobrecogido también cuando Madariaga fue anunciando a los corredores de Euskaltel la muerte de su compañero.

DE ONDA A BALMASEDA A Madariaga se lo contó Samuel y se quedó de una pieza. Rápidamente, se acordó de Dorleta Zorrilla, la exciclista vizcaína que trabaja con la base en el Aula Pedagógica de la Fundación y novia de Cabedo. Se conocieron hace cuatro años en una concentración de la selección estatal y desde entonces están juntos. Así que a Madariaga no le costó convencer al chico para que se empadronara en Balmaseda, donde vive Dorleta, cuando después de una temporada fantástica en Orbea en 2011 -ganó una etapa en la Vuelta a Asturias y fue quinto en el Gran Premio Primavera- decidió subirle a Euskaltel-Euskadi.

El día que fue a firmar su contrato con Euskaltel, a Cabedo le acompañaba Dorleta, que le comentó a Madariaga lo mucho que le gustaría darle un toque femenino a la escuela de ciclismo de la Fundación Euskadi. Miguel le llamó poco después para ofrecerle un sitio. Ayer, cuando descolgó el teléfono, escuchó la voz temblorosa de su jefe, que le contó con tiento algo de una accidente de Víctor y que estaba grave. Luego, supo la verdad.

Al saber de su muerte, Igor González de Galdeano, responsable del nuevo proyecto de Euskaltel en el que figuraba Cabedo, "un tipo de ciclista diferente, fuerte y alto", sacó la cabeza de entre los papeles que le desbordan por el tema de los puntos y todo eso, y habló de una tristeza inexplicable, de la peor noticia imaginable, de que, filosófico el alavés, "un día se apaga la luz y ya está". "Nada importa tanto como la vida", abundó Galdeano, que dejó todo el revuelo en torno al equipo en segundo plano, pospuso el viaje al Mundial que tenía previsto y hoy acudirá junto a Miguel Madariaga al funeral que se celebrará a las 18.00 horas en Onda.

LA LISTA NEGRA La de Cabedo es la noticia más trágica en la historia de Euskaltel pero engorda la lista de profesionales muertos en la carretera desde la muerte de Cepeda en el descenso del Galibier en el Tour de 1936. Valentín Uriona forma parte también de esa crónica negra, como, más reciente, Antonio Martín Velasco, Mariano Rojas, Sanroma, Isaac Gálvez o Ricardo Otxoa, que fue atropellado por un coche en febrero de 2001 cuando entrenaba con su hermano Javier, que sobrevivió milagrosamente al accidente. El año pasado, la muerte sorprendió a Xavi Tondo en un garaje de Sierra Nevada. Ayer, le esperaba a Cabedo en un barranco de la Serra d'Espada.