pamplona - “Lo más importante es nuestra vida. No somos unos locos que vamos ahí a 50 bajo cero. Hay un bagaje de expediciones. He estado 20 veces en Nepal, doce veces en Pakistán, llevamos escaladas doce montañas de 8.000 metros. Para cuando lancé mi primera invernal poseía 8 cumbres de más de 8.000. Tengo 34 años y llevo desde los 20 haciendo expediciones. No es ningún juego, el compromiso es muy alto”. Álex Txikon, protagonista de este reportaje, vive para escalar, para llegar cada vez un poco más arriba, para coronar cumbres y tocar el cielo.
Nació en Lemoa (Bizkaia), en el seno de una familia de 13 hermanos. Él era el menor, y desde muy joven manifestó un más que evidente amor por la montaña. Un amor que se consumó con el ascenso de su primer ochomil, el Broad Peak (8.047 m), en la frontera entre China y Pakistán.
Desde entonces se sucedieron las ascensiones. Fueron cayendo algunas de las cumbres más inhóspitas de la tierra a la vez que se labraba un nombre en el montañismo internacional. Sin embargo, el hambre de Álex aún no estaba saciado. Había que llegar más alto, o al menos hacerlo más difícil.
Nanga parbat (8.126)
Ascensión en invierno
Solo había dos ochomiles que nadie había ascendido en invierno: el Nanga Parbat y el K2. Álex centró su atención en el primero, una montaña en Pakistán que cuenta con el dudoso honor de ser la segunda con más siniestralidad de la historia solo por detrás del Annapurna. La ambición del reto era directamente proporcional a su peligrosidad.
Lo intentó por primera vez en 2015 pero uno de sus compañeros de escalada no pudo más y se vieron obligados a descender para no poner en riesgo su salud. Habían alcanzado los 7.850 metros y Txikon manifestó que “al menos no nos negarán haberle puesto ganas”. De todos modos, su fuego interior no se había apagado, el vasco juró cobrarse la revancha y anotó una serie de lecciones que aprendió de ese aborto de ascenso, muy útiles para su siguiente intentona. “Aprendimos a cómo transportar el material desde el campo base al campo 1. Aprendimos que el tiempo iba a ser un calco y a cómo manejar la logística hasta el campo 3. También nos hizo comprender que no nos podíamos quedar quietos si venía mal tiempo sino que había que actuar”. De los errores se extraen las más valiosas lecciones.
El siguiente invierno volvió a verse las caras con el Nanga Parbat, y está vez el desenlace sería diferente.
Álex narra la complejidad de la gesta: “Escogimos la ruta Kinshofer del año 62, que a priori es la normal, pero no quita que sea difícil. Tiene un muro de roca de 250 metros antes de llegar al campo 2. Es una ruta técnica, yo la compararía con la ruta de los Abruzzos del K2, es muy, muy vertical. Hay que escalar 4.000 metros de desnivel. En el Everest el campo base está a 6.400 metros y la cumbre a 8.850, por tanto tienes que escalar 4.450”, ejemplifica.
El vizcaíno prosigue explicando que es una montaña mortal por encima de los 7.000 y que la diferencia entre subirla en verano o en invierno es como “el día y la noche”. Tanto es así que en periodo estival se llega a los 15 grados bajo cero pero el 26 de febrero, día que Álex hizo cumbre, el termómetro marcaba los 50 bajo cero, con una sensación térmica de 65 grados bajo cero.
Detrás de ese hito había mucho trabajo preparatorio, más de lo que el resto de los mortales podemos intuir. “El 95% del trabajo previo de equipar fue realizado por Ali Sadpara -el pakistaní- y yo. 2.650 metros de cuerdas fija entre el campo 1 y el campo 3 durante un esfuerzo ininterrumpido de un mes. El trabajo previo ha sido fundamental”, comenta el protagonista de estas líneas.
A día de hoy, el ascenso al Nanga Parbat de Txikon y su equipo es una especie de película que comienza con un flashback, mostrándonos un final feliz para después explicar los acontecimientos que lo desencadenaron. No obstante, detrás de dicho final feliz, hubo muchas dificultades, algunas previstas, otras no tanto.
Los problemas
Salir amigos, llegar amigos
Un miembro del equipo, el italiano Daniele Nardi, abandonó el campamento base a las tres semanas. ¿Sus motivos? Discrepancias con Álex Txikon, jefe de la expedición. El transalpino explicó que “su modo de escalar se basa en una ética sólida, en valores”, un argumento demasiado vago para entender su versión de los hechos. El vasco, en cambio, explica la suya: “Igone Mariezkurrena participó en el apartado de comunicación pero acabó trabajando como una más. Trabajó 16 días, Daniele, que vino para cumbre, trabajó siete días. Esto sucede porque no vas con la motivación suficiente. Tengo que hacer autocrítica porque como líder de expedición tengo que poner los puntos sobre las íes. Soy buena persona para cohesionar equipos pero a la hora de cortar el bacalao...”, se sincera el de Lemoa, aunque evita seguir hablando de la polémica con Daniele. “Uno de los objetivos es ir como amigos y volver como amigos”, concluye.
El coste de la expedición
La otra cara del montañismo
La preparación para un reto de esta envergadura cuenta con dos partes. La primera es la preparación física, en la que hay que meter mucho volumen de montaña, escalar y pasar tiempo en la naturaleza para aclimatarse a condiciones adversas. Esa es la cara amable de este deporte. Sin embargo, hay otra menos conocida, menos agradable pero igualmente necesaria. Se trata de la financiación, todo un ochomil para el bolsillo.
“La preparación previa es muy costosa. Se triplica la inversión. Un porteador que te lleva 25 kilos hasta el campo base, en verano te cobra 35-40 euros, en invierno 110 más 10 de propina y usamos 248 portadores y 20 extras. Hablamos que puedes pagar 10.000 euros en verano y en torno a los 30.000 euros en invierno”, comenta Álex que costea sus aventuras a base de buscar patrocinadores, dar conferencias y meter muchas horas de carretera. “En términos económicos siento que me he dejado un riñón desde el año 2011 que llevo intentando expediciones invernales”, comenta. Un riñón destinado a pagar la enorme infraestructura que acompaña a este tipo de retos. “Hay tres escaladores que van para cumbre, una cuarta persona que ayuda con los trabajos hasta campo uno. Luego el equipo entero: cocineros, ayudantes de cocina, guías y demás”, dice Txikon de memoria.
valoración
El sentimiento en la cima
Antes de poner punto y final a la entrevista quedaba una cuestión en el aire. Una pregunta que mucha gente se ha hecho a lo largo de su vida pero que muy pocos llegan a experimentar. ¿Qué se siente en la cima? ¿Cuáles son tus sentimientos cuando coronas un ochomil? “Se siente miedo, vacío, soledad y te das cuenta de que la cumbre está en el campo base y lo único que quieres es llegar sano y salvo con tus compañeros al campamento base. Estás tan concentrado... Yo no he disfrutado en esa cumbre... tendré que volver a subir”, sorprende Txikon.
El vasco argumenta su respuesta explicando que en la cumbre hay “condiciones muy duras y sabes que tienes que estar antes de que anochezca en la tienda porque si no vas a morir”.
Nepal será el próximo destino de Álex Txikon pero aún no tiene nada cerrado, tan solo la férrea voluntad de seguir escalando las montañas más inaccesibles de la tierra.
Hoy, el montañero estará en el Planetario para narrar su enésima aventura, para transmitir esa soledad de la cima y el esfuerzo previo de luchar contra la naturaleza y contra ti mismo. Álex Txikon, el hombre que se sube a lomos de gigantes.
Hoy en el Planetario. Álex Txikon ofrece hoy (19.30 horas) una charla en el Planetario de Pamplona donde contará los pormenores de su ascenso a la cumbre del Nanga Parbat. El precio de la entrada es de 5 euros.
30.000
euros. El coste de la expedición en verano alcanza los 10.000 euros mientras que en invierno se incrementan los salarios de los porteadores y el montante puede superar los 30.000 euros, de ahí que la búsqueda de patrocinadores sea fundamental.