se le ilumina la cara a Muhammad Ali Sadpara (Sadpara, 1977) cuando habla de la montaña y de los cinco gigantes que se le derraman a Pakistán por el norte. La esquina boreal del país es un templo escarpado en el que se encuentran el Nanga Parbat (8.125 metros), el Broad Peak (8.047 metros), el K2 (8.611 metros), el Gasherbrum I (8.068 metros) y el II (8.035 metros). Ali Sadpara, reconocido por el nombre de su localidad de origen, ha coronado cuatro de esos cinco tótems. Ali Sadpara sonríe cuando habla de la invernal al Nanga Parbat y de lo que ha aportado a su pueblo y al norte de su Estado. “Los talibanes cerraron el Nanga Parbat y Alex Txikon y yo lo abrimos”, revela. Cuando mira el retrovisor, se le enciende el rostro y le acompaña en todo su periplo, que arrancó cuando en el año 2000 empezó a mirar a la montaña en vez de vivir de espaldas a ella. Entonces, comienza su historia de idilio con las cumbres.
En 2004 comenzó a escalar, aunque desde 2000 había trabajado en expediciones de porteador. “Me sentí muy a gusto”, desgrana. En 2006 se inició en el himalayismo. “Entonces no iba ni con buen calzado, ni con ropa adecuada para ese tipo de cimas”, recuerda. Fue en 2015 cuando se unió a Alex Txikon para intentar la primera invernal del Nanga, territorio inexplorado en la época más dura del año. Cuenta el pakistaní que en 2013 se cerró la montaña “por el asesinato de once montañeros en el Campo Base”. “En 2014 estaba aún cerrado, pero si se abría en 2015 lo íbamos a intentar. Ese verano se concedieron permisos para ir al Nanga y fuimos”, evoca. La realidad es que aquello, para Ali, amante de su gente, supuso “algo muy bueno para todos esos poblados de montaña. Genera puestos de trabajo y puede dar educación a los niños y un porvenir. Mucha gente me decía, si escalas esta cima, crecerá nuestro trabajo”. El problema era que la gesta era en invierno: “Las condiciones cambian. Son muy duras”. El pico se les escapó entre los dedos -se quedaron en los 7.900 metros- y se volvieron sin coronar. “Todo el mundo venía a preguntarme si habíamos tenido éxito y tuve que decirles que no. Fue muy duro. El viento es frío y muy fuerte. Querían que fuéramos en verano para que hubiera más gente que se animara”, sostiene Sadpara. Él contestaba a todos los que le cuestionaban que ya lo vería más adelante.
“En 2016 volvimos. Me sentí muy feliz de haber tenido éxito y de haber alcanzado la cumbre. Estaba toda esa gente en mi cabeza. Aprovechamos la experiencia del año anterior. Tuvimos éxito, lo celebramos y me sentí muy halagado. Muchos se sentían felices por lo que habíamos conseguido: demostramos que era un sitio seguro, en el que volvía el negocio para la gente de ese área y así mejoraban sus condiciones de vida. Lo conseguimos”, admite el escalador pakistaní. Le chispea la mirada. Es un orgullo para él.
“Este año ha habido muchas expediciones en el área del norte del Pakistán. Se ha notado que es una zona segura”, concreta y revela que “me siento muy contento, ya que la gente en nuestra zona me llamaba para que fuera a su casa, que les visitara. Estuvimos allí alrededor de quince días y no tuvimos que pisar un hotel”. Asimismo, expone que “la gente necesitaba trabajo y estas expediciones ayudan” y añade que “mi trabajo me ha conseguido buena educación para mis hijos, una casa en Skardu, pero nuestro área del norte del país vive del turismo. Nuestra zona depende de esas expediciones y nosotros pudimos abrirla de nuevo a más expediciones”.
No obstante, la realidad en su país de origen es muy distinta a pesar de mirar hacia el norte a cinco de las montañas más grandes del mundo. “No se conocen ni a las montañas ni a los montañeros. Por eso estoy feliz por estar rodeado de gente que sí lo hace en lugares como el Mendi Film Festival. Allí hablas del Nanga Parbat y mucha gente pregunta dónde está”, desvela Ali, quien revela que especialmente es en la capital, Islamabad, donde apenas se da importancia a alpinistas como él, uno de los escaladores más fuertes de su país, especializado en rutas invernales. “He hecho nuevas rutas, he escalado el Makalu, voy a intentar el Everest en invierno y ahora me estoy dando cuenta de que en la mayoría de sitios la gente conoce mi nombre y saben qué hacemos. Me siento muy feliz por ello”, desbroza el montañero asiático. Gran parte de la culpa reside en el “Club Alpino”, a juicio de Sadpara. Y es que, está situado en la capital de Pakistán y “no conoce siquiera a los montañeros”. Por eso, Ali es autodidacta. Todo lo aprendió por sí mismo. A base de mirar. A base de fijarse. Una esponja. “Cuando empecé a escalar no sabía ni lo que eran las cuerdas ni lo que era un arnés”, espeta.
‘Hermano’ de Txikon Por otro lado, califica su relación con Txikon como de “hermanos”. “Notas su energía. Eso genera buenas sensaciones. Por ejemplo, cuando nos quedamos a cien metros de la cima en 2015, él entendió que iba con los pies congelados y que no podía seguir. Me dijo que no había problema, que el Nanga seguiría allí al día siguiente. Alex entiende mi forma de escalar”, especifica Sadpara. Y es que, además, cuenta que cuando tiene que volver a escalar, la familia solo se queda “tranquila” cuando comparte cordada con el lemoarra. “Cuando se enteran de que voy a ir a la montaña, no lo pasan bien. Si saben que voy con Alex es distinto y se quedan contentos. Le conocen. Han pasado tiempo con él. Saben que estaremos bien allí arriba”, anota Ali Sadpara. En diciembre, viajará junto a Alex Txikon al Everest para ascender en invierno. Otra arruga más en su sonrisa. Otra gesta.