PAu - Es el puerto de todos los puertos, el que más veces ha subido el pelotón del Tour de Francia, 82, dicen que el más duro y selectivo. Pero solo en dos ocasiones la meta se ha situado en la cumbre de sus infernales 19 kilómetros al 7,4% de desnivel medio, con un agotador muro final.

Por tercera vez albergará la llegada de una parcial. Como en 1974, cuando se impuso el francés Jean-Pierre Danguillaume. Como en 2010, cuando el luxemburgués Andy Schleck superó en el “sprint” final al español Alberto Contador, que se conformó con conservar el maillot amarillo.

El Tourmalet es el traje de gala del Tour, el de las grandes ocasiones, según su director, Christian Prudhomme. No vale para cualquier día porque llevar la meta a su cumbre es un desafío logístico de envergadura.

Hace 9 años lo vistieron de llegada para festejar el centenario del primer paso de la carrera por los Pirineos. En esta ocasión como homenaje al maillot amarillo, que también cumple un siglo distinguiendo al líder de la general.

En su primera edición como meta, el ascenso al Tourmalet no cambió la carrera. El belga Eddy Merckx mantuvo el control de la general y llevó el jersey de líder hasta los Campos Elíseos de París.

En 2010 el Tour lo situó a tres días del final, como si de esa forma quisiera darle el mayor protagonismo, la responsabilidad de dictar la sentencia definitiva. Tampoco tuvo el efecto previsto.

En esta ocasión, el Tourmalet llega en la segunda semana, como principal aliciente pirenaico, destinado hacer un diagnóstico crítico. No será ni la primera etapa de alta montaña ni el primer final en alto. Pero, sin duda, será el termómetro de las fuerzas. Nadie puede ocultarse tras sus curvas, nadie puede disimular frente a sus rampas.

El Tourmalet abrirá la puerta de los cielos de una edición que los organizadores han querido que se gane en lo más alto, por encima de los 2.000 metros, donde transitará buena parte de una carrera, los momentos más decisivos, ahí donde el oxígeno es artículo de lujo y donde los pulmones jadean cada bocanada de un aire pobre y enrarecido.

Sus 2.115 metros no serán el techo de la edición, honor reservado para Iseran y sus 2.770. Tampoco la meta más alta, que estará en Val Thorens, la víspera del paseo triunfal en los Campos Elíseos, a 2.365. Pero el Tourmalet será la antesala de todos ellos, de un total de siete cimas por encima de los 2.000 metros, el test para los pulmones, para los organismos que se habitúan a la apnea.

Apenas 117 kilómetros le separan del inicio de la etapa en Tarbes, la misma longitud que en su primera edición como meta. Pero en esta ocasión han colocado como antesala el Soulor, de primera categoría, 11,9 kilómetros al 7,8 % de desnivel, de trampolín hacia el mítico Tourmalet, lanzadera de aventuras. - Efe / Foto: Efe