A Mikel Landa solo se le conoce un estilo, el atacante. Ciclista de un única pose. Por eso se le reconoce al instante y se le vitorea. Es un ciclista previsible, monotemático, convencido, valiente. De una sola pieza. No sabe camuflarse en el anonimato. Es alguien aferrado a un manual irrevocable. Landa no negocia. Se expresa. Espíritu libre, solo concibe la competición como una extensión de su personalidad expansiva, siempre dispuesto para el combate. Mecha corta, estallido y luz. Por eso, en su debut de la temporada, Landa no contemporizó. Su instinto natural se lo impide. Siente una cuesta y se impulsa como un resorte. Es un acto reflejo que siente desde la infancia, cuando el ciclismo era un divertimento. Landa mantiene intacto ese sentido lúdico aunque a sus piernas aún les falte el lustre y los muelles que alimentan la competición.

En su despertar en el curso, Landa se levantó de un respingo. Nada de remolonear. En el Trofeo Laigueglia, un ensayo del Giro de Italia que viene, Landa se desplegó con coraje y convicción. Fiel a sí mismo. El de Murgia enseñó los incisivos en un grupo en el que compartió metraje con Egan Bernal, Giulio Ciccone, Clement Champoussin o Mauri Vansevenant, al que solo se les escapó Bauke Mollema, vencedor de la carrera tras elevar el tono a 16 kilómetros de meta y acceder a la gloria con más de medio minuto de ventaja sobre el grupo en el que circulaba Landa, sexto. "El recorrido me venía bien y el equipo estuvo fuerte", ha resumido el neerlandés sobre su segunda victoria del curso. La primera la logró en una etapa del Tour de los Alpes Marítimos.

Una vez evaporado Mollema, que no tardó en embolsarse 20 segundos de renta que le validaron la victoria en solitario, Bernal, recuperada la sonrisa que se le emborronó en el Tour, se esforzó de nuevo, pero arrastró a Landa y al resto a su vera. El grupo no se descompuso. Juntos. Bernal estuvo arropado por el Ineos en buena parte de la clásica. Era su apuesta. Entre la formación británica y el Trek desactivaron la esperanza de la fuga, en la que respiró Unai Cuadrado (Euskaltel-Euskadi), muy valiente en una carrera de alto nivel. El alavés dejó su sello.

Los movimientos telúricos comenzaron una vez la fuga colgó del retrovisor del pasado. En los últimos 40 kilómetros arrancaba la carrera con el tono serio y la mirada hosca de los favoritos. En ese recorrido se contabilizaban cuatro pasos por Colla Micheri (2,2 km al 7,4%) y otros tantos por el Capo Mele (2,2 km al 3,2%). Trek agitó el ambiente con Nibali a modo de pértiga de Mollema, que se proyectó con convicción antes de enfocar la cota definitiva. El neerlandés posee más radio de acción a medida que acumula pliegues de sabiduría en el rostro y arrugas en la interpretación de la carrera. Landa tampoco deletreó mal ni una sola línea del libreto, pero careció del punto de empuje que otorga la competición.

En cualquier caso, Landa emitió buenas señales en su toma de contacto de la temporada, que continuará este domingo. Lo mismo sucedió con Pello Bilbao, que también hacía acto de presencia por vez primera en el curso. El de Gernika, anunció en DEIA que llegaba bien a la carrera, pero que notaría la ausencia de reprís que concede la competición. Bilbao concluyó en la 14ª posición. La carrera evidenció el auge de Mollema en su versión como cazador de etapas y certificó el ilusionante debut de Landa, que ejerció a su manera. Landa es Landa.