En paralelo a la París-Niza discurre la Tirreno-Adriático, unidas ambas carreras por el cordón umbilical victorioso Jumbo. Si en la montaña venció Roglic, casi al mismo tiempo, a un palmo de la playa, alzó los brazos Wout van Aert. Playa o montaña. Ambas. A Roglic le festejaron los viñedos. Al belga le celebraron las palmeras que conducen irremediablemente a las postales de verano aunque es invierno. Van Aert, un ciclista multiherramienta que sirve para alistarse en las trincheras de cualquier frente, fue el más veloz en el arranque de la carrera de los dos mares. El primero en poner la toalla en Lido di Camaiore.

Ni Caleb Ewan, Pocket Rocket, el cohete de bolsillo, pudo con el gigantesco Van Aert, que demostró su capacidad de victoria una vez más. Aceleró y no se supo más de él hasta su alegría. Su victoria fue aplastante. El belga resolvió al esprint la jornada inaugural de la Tirreno-Adriático y lidera la carrera que reúne a cuatro vencedores del Tour: Pogacar, Bernal, Nibali y Thomas, además de a Mikel Landa o Simon Yates. Los favoritos tacharon el día sin más agobio. Este jueves, la carrera se puede seleccionar con final cuesta arriba. 7,5 km al 3,6%.

Los aspirantes al triunfo final piensan en el fin de semana, donde la prueba eleva los cuellos almidonados y se enfrentará a la montaña. El primer asalto de la cita italiana, 156 kilómetros, sin más elevaciones que los badenes que ralentizan la marcha de los coches, si bien esto en Italia es discutible, era un imán para el akelarre de los velocistas, dichosos ante la perspectiva del festín de la adrenalina y el frenesí de las estampidas. Los equipos con los dorsales rápidos dejaron hacer y media docena de ciclistas emprendieron la aventura de la desventura.

Mattia Bais, Jan Bakelants, Guy Niv, Simone Velasco, Vincenzo Albanese y Samuele Rivi se asomaron a la primera línea para tener las mejores vistas, las más limpias, como los madrugadores que atan su destino al de una toalla en la playa de Benidorm. El pelotón, perezoso, otorgó el salvoconducto. Dio el visto bueno a una fuga que como todas las fugas que se gestan en el WorldTour son un tránsito por el patíbulo antes de ser condenadas a parecer. El entretenimiento se prolongó hasta que las escuadras que deseaban desfogarse en el esprint dispusieron el mecanismo de caza. Recogieron las ilusiones de los escapados.

A diez kilómetros del final de Lido di Camaiore, un reclamo playero, los fugados estaban desperdigados en el anonimato del pelotón. El paseo marítimo, con el oleaje calmo del atardecer, lo interrumpió el entusiasmo de los velocistas, que entran en los pueblos con el jolgorio propio de los feriantes en los días de fiesta. En esa pelea entre el orden que pretenden algunos y la algarabía y caos que gusta a otros, Van Aert impuso su criterio. Ni Gaviria ni Ewan pudieron remontar al belga, un cañonazo. Van Aert fue el primero en encender la mecha y el olor a pólvora quedó impregnado del ambiente sereno de Lido di Camiore, que esquivó la siesta para acodarse observando la vida pasar a cámara rápida a la espera de que lleguen los veraneantes apresurados. Nadie más rápido que Van Aert, el turista accidental.