Con enorme suspense e intriga, después de 254 kilómetros, se frenó en seco la Amstel Gold Race, congelada en un limbo de indefinición una vez concluida. No se sabía quién había ganado por lo apurado y agónico del esprint entre Kwiatkowski y Cosnefroy. Un duelo al límite. Las dudas abrazaron con fuerza el vis a vis del polaco y el francés, que se presentaron en el mismo fotograma. Los centímetros tuvieron que decidir. El francés celebró el triunfo, pero se precipitó. Alguien le dijo por el pinganillo que había ganado, que la más grande de sus victorias era suya. Se equivocó. Momentos después, la foto finish, insobornable, le negó la alegría.

La decepción se imprimió sobre Cosnefroy. La tristeza y la incomprensión se insertaron en sus adentros. De repente el rostro le mudó. Del festejo al funeral. Cara de circunstancias. De no entender nada. Se lo aclaró la imagen de meta. El VAR del ciclismo es la foto finish. Una llanta, algo así como tres centímetros, dieron la victoria a Kwiatkowski, al que se le planchó una sonrisa en el rostro tras la zozobra de lo que pensó una exigua derrota. El festejó cambió de bando. El polaco es tres centímetros más bajo que Cosnefroy, pero se estiró más que él sobre la línea de meta. Eso le dio la gloria. El golpe de riñón de Kwiatkowski le hizo crecer lo suficiente para enganchar su segunda Amstel Gold Race. La primera la conquistó en 2015. Kwiatkowski, que mantiene una estrecha relación con la clásica belga, manejó los hilos. Fue el polaco el mejor antes del esprint y el más dichoso después de que interviniera el VAR.

Plegada la fuga después de 200 kilómetros, emergió la espuma de la Amstel Gold Race, la clásica de la cerveza. Una año atrás Tom Dumoulin observaba la carrera desde la cuneta de casa. A la Mariposa de Maastricht, punto de ignición de la clásica, le picaron las ganas de competir y regresó al asfalto después. Dumoulin estaba dentro de la clásica, pero lejos de lo que fue. Intrascendente en el anonimato. Su dorsal no tiene peso, aunque le colgaron el número 1. El neerlandés lleva tiempo en objetivos perdidos.

La Amstel demanda otra clase de ciclistas para pilotar entre carreteras estrechas, reviradas y caprichosas. Es un laberinto. Caminos que se cruzan, que tejen un entramado como el del sudario de Penélope, que lo empezaba una y otra vez. Lo deshacía por la noche y lo reconstruía por la mañana. Nunca avanzaba. Así perdían la paciencia sus pretendientes mientras ella aguardaba Ulíses. La Amstel también consume energía. Altera el sistema nervioso central. Hay que saber esperar y no caer en la desesperación ni la desidia. Conviene calcular y no precipitarse.

KWIATKOWSKI, SORPRENDE

El Keutenberg hizo la limpia con el impulso del Ineos, encarnado en el empeño de Kwiatkowski. Benoot, Pidcock, Asgreen, Hirschi, Matthews y otros se envalentonaron. Van der Poel rectificó y se soldó al grupo de patricios. Alex Aranburu resoplaba en el grupo perseguidor, a más de una veintena de segundos de los galgos. El de Ezkio colaboró con Wellens para empastar la caries, pero no les alcanzó. Kwiatkowski, campeón del Mundo en 2014, se lanzó a la aventura en el Cauberg. Cosnefroy se le unió. El resto se vigilaba. El gobierno de la desconfianza. Nadie se fiaba. Intereses encontrados. Miradas de reojo entre Van der Poel, Küng, Matthews, Pidcock.

El británico tamborileaba calma porque Kwiatkowski abría el paso. Menos presión para él. A Van der Poel y Matthews les convenía un esprint y Pidcock era una zapata de freno para sus deseos. Küng no podía jugársela a un final a quemarropa. Atrapados los perseguidores en esa liturgia, el ritual del esprint se posó sobre Cosnefroy y Kwiatkowski. Se midieron pulgada a pulgada hasta que la foto finish chafó al francés y bendijo al polaco. El VAR da la Amstel a Kwiatkowski.