Cuando Mateu Lahoz decretó el sábado penalti a favor del Athletic, la grada de Anoeta contuvo la respiración. Existió un tiempo, sin embargo, en el que la afición realista, durante los segundos de tensa espera, habría entonado el “No pasa nada, tenemos a Arconada”. Igual que la hinchada rojiblanca se hubiese animado con el “Iribar es cojonudo” en situaciones similares a las vividas en la primera vuelta de la presente Liga, cuando Oyarzabal marcó dos goles desde los once metros en Bilbao. Arconada e Iribar. Iribar y Arconada. Dos mitos vivientes de la historia de los clubes vascos más laureados, a quienes el festival cultural Korner reunió ayer en el Teatro Principal de Donostia.

No hubo alusiones al derbi del fin de semana. Sí a dos trayectorias exitosas que comenzaron como empezaron. La de Iribar, cuando fue delatado por un vecino, en el patio del colegio. “El primer día de clase, en el recreo, organizamos un partido y dijo que a mí lo de portero se me daba bien”. La de Arconada, en virtud de su valentía para probar los rigores de la gravilla: “Yo era el único que no tenía miedo. Hablamos de piedras y de heridas, no del césped artificial de hoy en día”. Las trayectorias de zarauztarra y donostiarra avanzaron hasta cruzarse mediada la década de los 70, en vísperas del primer derbi disputado por el txuri-urdin. “Nos citaron de la revista Kirolak en Zarautz, para una entrevista conjunta. José Ángel era uno de mis referentes. Y recuerdo que, al ser la primera vez que nos encontrábamos, pensé al verle: Qué grande es. Qué manos tiene”.

Llegaría después la hora de que el blanquiazul impresionara a Iribar, y no al revés. Sucedió en diciembre de 1976, durante el famoso partido de la ikurriña, en Atocha. “No me acuerdo bien del resultado”, bromeó ayer Arconada. Ganó la Real 5-0, pero al parecer el marcador resultó exagerado. “Tuvimos muchas ocasiones, sobre todo en la segunda parte”, recordó el de Zarautz. “Luis aquel día las paraba y yo no”. Tiraría el portero txuri-urdin de reflejos, esos que adquirió jugando a balonmano de niño. Y también de agilidad, la que le dio la práctica del judo. “Aprendí a caer bien, a no lesionarme y a levantarme rápido”. Iribar también es de la opinión de que otros deportes ayudan: “La pelota, por ejemplo. Muchas veces en el frontón piensas que este o aquel, por sus movimientos, podía haber sido un buen portero”.

En cualquier caso, no todo es cuestión de aptitudes físicas. “La cabeza es importante. La gran mayoría de los porteros son gente metódica y ordenada”, repasó Arconada, quien también concedió relevancia al estudio de los rivales. “Yo me veía de principio a fin los Estudio Estadio y apuntaba todos los penaltis: quién los lanzaba, a dónde y con qué resultado en el marcador. Porque no es lo mismo tirar con empate que con un 4-0 favorable”. Iribar, una década antes, disponía de menos medios y se guiaba muchas veces por las indicaciones de los técnicos. “Los había que te contaban cosas del rival. Otros, menos. Daban la charla y añadían al final: El portero, que no meta dentro las que van para fuera”.

Los tiempos han cambiado. “La regla de la cesión supuso un antes y un después”, indicó Iribar, opinión compartida por un Arconada que, sin embargo, también quitó hierro a los efectos que tiene en los porteros el fútbol moderno. “Hay novedades y evolución. Pero no dejan de jugar once contra once. Diez y un portero”. “Lo más importante en un guardameta es que pare balones, independientemente de lo demás”, recogió el exarquero del Athletic, antes del turno final del coloquio, las preguntas del público. Se animaron a ejercer de improvisados periodistas Gero Rulli y Miguel Ángel Moyá, presentes en primera fila. El balear planteó una duda interesante: ¿Qué cualidad de uno le habría gustado tener al otro? Y viceversa. De Iribar, Arconada se quedó con la altura. De Arconada, Iribar se quedó con la capacidad de mando sobre la línea defensiva.