Después de ver -cierto es que atónitos- la discreción, elegancia y respeto con que se ha tratado la muerte de la hija de Luis Enrique, y hasta hacernos ilusiones de que los medios de ámbito nacional habían hecho por fin propósito de enmienda, llega la muerte de Blanca Fernández Ochoa y volvemos a la mierda de siempre. Y no precisamente en los espacios deportivos, que en general se han dedicado a glosar la medalla olímpica de 1992 y el gen competitivo de la esquiadora, sino en ésos sucesos que han proliferado en todas las teles, y en los que solo les falta frotarse las manos ante la pantalla cuando ocurre una desgracia como ésta. Morbo a paletadas con cada dato de su muerte que se encuentre, y testimonios lacrimógenos, y venga a hurgar en su vida personal. Todo es poco, que la queríamos mucho. Lástima que no les hayan dejado meter las cámaras en la autopsia para retransmitirla en directo. Vuelta a la rutina.