Una de las anécdotas más célebres de la historia del ciclismo es que el Giro pagó en 1930 a Alfredo Binda para que no participara, porque tras sus triunfos en las tres ediciones anteriores temían que se cargara toda la emoción de la prueba. La idea puede parecer absurda -¿quién no quiere ver siempre a los mejores en sus competiciones?- y hasta antideportiva, pero también hace preguntarse: ¿nadie tiene por ahí unos milloncejos para convencer al Barça de que no juegue la Liga Asobal de balonmano (y quien dice la Liga, dice la Copa Asobal, la del Rey y la Supercopa)? ¿No hay ninguna firma del motor que quiera patrocinar un año sabático de Marc Márquez, que va camino de ganar un nuevo título en la 15ª de las 19 carreras del Mundial? ¿Y ninguna federación asiática está harta de que Carolina Marín gane a todo su continente en un deporte, el bádminton, que aquí practican cuatro gatos? Quien quiera emoción, que pase por caja.