uponemos que ahora Jordan Larsson se convertirá en el gran objetivo del Barcelona. Que preparen 100 millones de euros o no hace falta que se dirijan a nosotros". Ésta fue la curiosa reacción del excéntrico multimillonario Leonid Fedun, vicepresidente de la petrolera rusa Lukoil además de propietario del Spartak de Moscú, cuando el conjunto azulgrana anunció en agosto del pasado año la incorporación de Henrik Larsson como componente del cuerpo técnico de Ronald Koeman. Aprovechó el parentesco entre el técnico, antigua gran estrella del fútbol sueco y su joven delantero, padre e hijo, para fabricar un llamativo titular. Lo cierto es que entre ambos existen muchísimas similitudes, sobre todo en lo referente a sus trayectorias, pero al ahora punta internacional, que hoy probablemente arrancará desde el banquillo el duelo que enfrentará a su selección con España, le queda mucho para alcanzar el nivel futbolístico y palmarés de su padre.

Henrik Larsson alcanzó un notable grado de notoriedad en el fútbol de los 90 y hasta el ecuador de la década de los 2000. Formado en su país, saltó al Feyenoord, arrasó en el Celtic a base de goles y, ya veterano, recaló en el Barcelona antes de protagonizar un breve paso por el Manchester United. Bota de Oro europeo con sus 53 goles en el curso 2000-01 y pieza clave en la selección sueca que acabó tercera en el Mundial de 1994, en 2003 fue elegido mejor jugador de su país en el último medio siglo. Su palmarés incluye dos Ligas, una Premier, siete títulos con el Celtic y la Champions de 2006 con el Barça a sus 35 años, saliendo como suplente en la final y dando los dos pases de gol para doblegar la resistencia del Arsenal.

Su sombra es, por el momento, extraordinariamente alargada para su hijo, que a sus 23 años acaba de firmar su mejor curso como profesional (10 goles en 20 encuentros con el Spartak de Moscú) y sólo ha vestido en seis ocasiones la camiseta de su selección, con un gol en un amistoso ante Moldavia. Nacido en Rotterdam durante el periplo profesional de su progenitor en el Feyenoord, gran parte de la trayectoria de Jordan, llamado así en honor al mítico 23 de los Chicago Bulls, ha ido de la mano de la de Henrik. Ya de crío era habitual verle en brazos de su padre en las celebraciones sobre el césped de los títulos con el Celtic y durante los dos cursos que este disputó en el Barcelona el ahora punta internacional dio sus primeros pasos futbolísticos en las categorías inferiores azulgranas. Sin embargo, fue en su país donde comenzó su carrera profesional en el Hogaborgs de la cuarta división. Allí, con sólo 15 años, jugó un partido con su padre, que a sus 41 años había descolgado las botas como solución de urgencia ante la plaga de lesiones que padecía el club en el que se había formado. Coincidieron diez minutos y Jordan marcó un gol. Un año después tuvo sobre la mesa una oferta del Manchester United, otro de los exequipos de Henrik, pero optó por emular el mismo movimiento que hizo su padre en 1992, recalando en el Helsinborgs. Meses después de su llegada, el club fichó a Henrik como entrenador, pero la aventura de los Larsson no tuvo final feliz. En 2016 el club perdió la categoría y en uno de los encuentros los aficionados saltaron al campo para intentar agredir al delantero.

A la hora de salir de Suecia, Jordan también se fue a Holanda, como su padre, aunque a un destino más modesto que el Feyenoord: el NEC. Marcó cuatro goles en 21 encuentros y un año después regresó a su país, al Norrkoping. A sus 21 años, Larsson encontró estabillidad, por primera vez en su carrera superó la marca de los 10 goles en un curso y llamó la atención del Spartak de Moscú, que pagó 4 millones por sus servicios. Su segunda campaña en Rusia ha sido la de su confirmación, pero aún está muy lejos de alcanzar el nivel de su padre.