el último informe de la OMS sobre los niveles de actividad física en el estado español muestra cifras preocupantes. Los niveles de actividad física de la población se obtienen a través de estudios basados en cuestionarios específicos. Los datos obtenidos se comparan con los niveles de actividad considerados como deseables y establecidos en función de un gran número de parámetros e informes realizados por los principales organismos internacionales que regulan la actividad física, desde el punto de vista de la promoción de la salud. Entre estos organismos de referencia se encuentran el Colegio Americano de Medicina Deportiva, el instituto de Salud Pública de Harvard, el Consejo Europeo de promoción de Actividad Física o la Organización Mundial de la Salud.

Cuando estudiamos a la población por franjas de edad observamos, con asombro y disgusto, que entre los 11 y 18 años se practica solo un 24% de la actividad física recomendada. En las franja de 18 a 60 y de 60 a 69 años los porcentajes mejoran. Sin embargo en todas las franjas hay un patrón persistente. En los tres grupos de edad, las mujeres obtienen peores resultados que los hombres, siendo esta diferencia especialmente llamativa en el caso de las niñas y adolescentes. En este caso, se estima que practican casi la mitad de actividad física que los niños y los chicos. La casuística por la que las niñas y adolescentes realizan menos actividad física es muy variada pero todas estas razones, básicamente, se pueden agrupar en dos grandes bloques: condicionantes biológicos y condicionantes socioeconómicos. La menarquia (primera menstruación) y la aparición de los caracteres sexuales secundarios en las niñas (fundamentalmente, crecimiento de las mamas y ensanchamiento caderas más redondeo de los muslos), desde un punto de vista biomecánico, ciertamente, no facilitan la práctica de ejercicio físico.

Correr y saltar se convierte en una pesadilla para muchas adolescentes y puesto que ambas actividades forman parte de la mayoría de ejercicios y deportes, estos se convierten, para muchas, en actividades a evitar. Por otra parte, socialmente, las mujeres no han sido educadas para ocupar el mayor espacio posible, más bien al contrario. De hecho, todavía en muchas sociedades, con un esquema absoluta y abiertamente patriarcal, el único espacio por el que las mujeres pueden moverse libremente es el ámbito domiciliario. Actualmente, en nuestro entorno, con mucho luchado, ganado y todavía más por conquistar, todavía hay reductos de ignorancia y conservadurismo donde este escenario continua siendo una realidad.

Por tanto la ocupación del espacio por parte de las mujeres y el aprender a compartir los espacios abiertos, por parte de los hombres, se convierte en otro elemento de cambio para alcanzar la tan deseada igualdad. En el ámbito del movimiento, el ejercicio y el deporte, está diferencia es especialmente evidente tras la pubertad. Los chicos con su punch de testosterona comienzan a realizar ejercicios expansivos y a ocupar el máximo espacio posible, apoyados por el rol social que tradicionalmente han tenido. Mientras a las chicas, en general, les sucede lo contrario, ya que “su rol” está marcado por la prudencia y el recogimiento. Lo contrario sería de “marimachos”.

Esa disminución de movimiento y de práctica física merma el desarrollo motor de las chicas favoreciendo el alejamiento de las mujeres de sus propios cuerpos. Y ese alejamiento les lleva a una pérdida paulatina del control de su corporalidad, con la pobreza física y psicoemocional que dicha pérdida comporta. Esas diferencias bioquímicas, antropomórficas y sociales pesan enormemente en la pubertad y adolescencia, especialmente en las chicas. Y en demasiadas ocasiones, ese peso se convierte en el lastre que inclina la balanza hacia el abandono de la práctica deportiva, por parte de muchas deportistas. La ausencia de referentes de mujeres en el deporte, desde luego no ayuda, aunque hay que reconocer que se van dando pequeños pasos en ese sentido. Pequeños pasos impulsados gracias a la demanda creciente de mayor visibilidad del deporte practicado por mujeres en los medios de comunicación, aunque todavía estemos a años luz de equipararnos con la visibilidad que tiene el deporte practicado por hombres. Y tampoco ayuda la falta de sensibilidad y conocimientos de muchos profesionales y políticos que deberían legislar y aplicar elementos de cambio. De todos los condicionantes que, todavía a día de hoy, “apartan” a muchas mujeres de la práctica física y deportiva no podemos incidir sobre los biológicos pero sí podemos y debemos incidir sobre los condicionantes sociales. Dejar de concebir el ejercicio físico y el deporte como actividades eminentemente masculinas tiene que ser uno de los grandes objetivos para los profesionales del deporte y de la educación.

Plantear en los entrenamientos y en las clases de Educación Física actividades inclusivas donde se tengan en cuenta los gustos y preferencias de todos los integrantes del grupo resulta fundamental. Desde las instituciones, tendría que comenzarse a favorecer la creación de actividades y grupos de entrenamiento que tengan en cuenta y respeten las características de las chicas/mujeres. A nivel legislativo resulta fun-da-men-tal que la asignatura de Educación física pase a tener, al menos, cinco horas semanales. No hacerlo, además de un sinsentido, es seguir apoyando que el sobrepeso y la obesidad infantil vayan adquiriendo la característica de pandemia en nuestra sociedad. Y desde la familia, alentar por igual a hijos e hijas en el mantenimiento de su actividad física y deportiva, en esa etapa vital tan crítica. El respeto, la educación en igualdad y el acompañamiento acabará dando sus frutos. Aunque sea una lucha complicada es necesario darla en todos sus frentes para la mejora de la salud de la población. Mejora de la salud física, mental y social.