- Amaia Alday (Dima, 2000) vivió el domingo un "shock". En la presente campaña ha conquistado el Cuatro y Medio y Plazandreak y ha alcanzado a las finales de San Fermín y San Mateo. Una temporada redonda. "El trabajo ha dado sus frutos", recita.

Ganó el domingo el Cuatro y Medio y casi sin tiempo de parar empieza el entrenamiento para el Parejas. ¿Cómo ve esta competición?

—El nivel va aumentando en la pelota mixta. La exigencia es mayor que en la pelota goxua. Habrá bastantes inscripciones y veremos cómo salen las cosas.

¿Cuál es su objetivo?

—Ganar. Siempre que salgo a la cancha pienso en ello. También es disfrutar y aprender, por supuesto, ya que he sacado algo bueno de cada uno de los torneos que he disputado. Aun así, mi objetivo siempre es llevarme la txapela.

Una de sus metas es crecer en el Parejas. Más todavía al haber conquistado el Cuatro y Medio.

—Es una modalidad a la que me costaba adaptarme. No me sentía tan a gusto. No sabía colocarme en la cancha. Es muy diferente jugar tú sola que tener a alguien por detrás que te está ayudando. Tienes que cambiar el chip, confiar y dejar jugar a tu compañera. Tengo que aprender a ser más constante por parejas.

El trabajo con el grupo vizcaino, en el que están integradas Olatz Arrizabalaga, Janire Arrizabalaga, Enara Gaminde, Olatz Beitia, Naroa Agirre o Maddalen Etxegarai y dirigido por Unai Arrizabalaga, favorece ese aprendizaje, ¿no?

—Un grupo, sea del nivel que sea, ayuda siempre. Además tengo la suerte de entrenar con manistas de nivel. Ensayar con gente mejor que tú te motiva y te hace mejorar.

Algo se merecen tras la consecución de la txapela individual, entonces.

—Algo haremos en este final de año (risas). No están las cosas para echar fiesta, pero sí que lo tenemos que celebrar.

¿Se acordó de todas ellas tras ganar a Miriam Arrillaga en Mungia?

—Si no hubiera estado con ellas, no lo habría logrado. Antes entrenaba por mi cuenta y estuve en Lemoa, pero el nivel era diferente. La caña que me han metido ellas me ha hecho crecer.

¿Hubo celebración el domingo?

—Hicimos una comida en el frontón de Dima con los familiares, amigos y la gente que se acercó. También se lo merecían. Cada uno de ellos es parte de esta txapela.

¿Ya sabe dónde va a colocarla?

—Soy de las que se olvidan los trofeos en el maletero del coche (risas). En casa, la verdad es que no tengo un sitio especial. Tengo las txapelas amontonadas unas encima de las otras.

Aun así, es especial. Cumplió un sueño.

—Es especial, sin lugar a dudas. El valor de la txapela está por encima de si está colgada en casa o en el maletero. Era mi objetivo cuando empecé en el mundo de la pelota. Lo he cumplido.

¿Cuántas veces había soñado con estar en lo más alto del podio, con la camiseta colorada?

—Muchas veces. Cuando se iba acercando la final, ya valoraba las posibilidades de vivir ese momento en el que me calaba la txapela. Lo había imaginado muchas veces, pero hasta jugar el partido y conseguirlo no te lo acabas de creer.

En cierta medida, en la final ante Arrillaga, en la que hubo tensión y nervios, explotó su versión más paciente. Precisamente, lo que explicó en la previa que había fortalecido el último año.

—Al final, cuando estás en un partido así, tienes mucha tensión. No me encontraba con mucha confianza. En mi mente daba vueltas a entrar de gancho, pero te entran esas dudas, piensas en si se te puede ir a la contracancha. Pero no podía perdonar ni un tanto. Jugar una final es difícil, así que opté por la paciencia, por pelotear. Quizás me llevó a su juego, pero no es un patrón en el que me sienta incómoda. Golpear no se me da del todo mal.

La nueva Amaia Alday.

—Vi que necesitaba ayuda externa. No disfrutaba. He llegado a plantearme en varias ocasiones dejar la pelota, no por perder, sino porque no me hacía feliz. Gracias a esa ayuda he llegado hasta la txapela. Al terminar la final mandé un mensaje a mi psicóloga. La txapela también es gracias a ella.