Cinco trabajadores temporeros recogen pera en una pequeña explotación de Sartaguda. Lo hacen con un complemento inusual: con mascarillas, y una PCR realizada. La covid-19 ha puesto al sector de los temporeros en el punto de mira. La comarca del Segrià, en Lleida, fue la primera región en el Estado en volver al confinamiento tras el estado de alarma, a principios de julio, y lo hizo, según las autoridades sanitarias catalanas, a raíz del ir y venir de personas que llegaban para participar en la temporada de recogida de la fruta. Las condiciones de hacinamiento al que muchas veces se enfrentaban esos trabajadores multiplicó los contagios en las explotaciones, situación que se trasladó después a la población local. "En nuestra recogida participan cinco personas, sin aglomeraciones, y hemos tomado medidas para minimizar el contacto social durante la jornada laboral", explica Alberto Benito, agricultor del sindicato agrario EHNE y propietario del campo de peras de Sartaguda.

Desde mediados de agosto, hasta entrado el mes de octubre, Navarra afronta la temporada de la recogida de frutas y hortalizas. Durante estas semanas, la demanda de mano de obra en los campos de la Comunidad se incrementa, y se cubre en buena medida con personas que vienen de fuera de las fronteras navarras.

Benito ha reducido la plantilla respecto a otros años. "De normal suelo contratar siete personas para recolectar la pera, pero he preferido alargar un poco la recogida y contratar a cinco; así se reduce mucho el contacto entre ellos", explica el agricultor. Asimismo, tras los contagios entre temporeros en Lleida y Aragón, el Ejecutivo foral marcó a principios de agosto un protocolo para evitar posibles contagios en el sector. Todas las personas provenientes de fuera de Navarra para las recogidas del campo tienen que hacerse una prueba PCR. El agricultor tiene que enviar las fichas de sus empleados a la Administración cuando firma sus contratos, y es esta la encargada de contactar con los temporeros para hacerles la prueba de diagnóstico del coronavirus. En el caso de Alberto Benito, eran cuatro los que tenían que hacerse la PCR; el quinto vive en Navarra, y hasta entonces había trabajado en explotaciones de la Comunidad.

Al ser una pequeña producción, el trabajo no ha cambiado mucho en la parcela de Alberto Benito. "Las medidas más estrictas las tomamos en el momento del descanso, cuando todos paran a comer algo e hidratarse; les suelo avisar para que se separen cuando se sientan, y cada uno se trae su agua para que no compartan las botellas", señala Benito.

Con todo, el sector de los trabajadores temporeros en Navarra tiene condiciones distintas a las que se puedan dar en otras comunidades autónomas. Mohamed Maza, uno de los empleados de Benito, hace dos años trabajó para una compañía multinacional en Lleida. "Estaríamos unas 30 personas; teníamos que vivir todos juntos en un albergue que preparaba la misma empresa, y se nos descontaban esos gastos del sueldo", dice. Cuando viene a las recogidas de la Comunidad Foral, Maza vive en Calahorra, al igual que otros tres compañeros. "Aquí, en el norte del Estado, la gente suele vivir en pisos, con otras dos o tres personas", señala. Hamir Aattou está en la misma situación. Asegura que tiene alquilada una habitación en Calahorra que la paga con su mismo sueldo. "En temporada alta es muy difícil encontrar piso, pero no vivimos todos juntos en barracones", aclara.

El contacto social, sin embargo, es difícil de evitar para los temporeros. Más allá de la procedencia o la situación laboral, parte de la vida de estas personas se basa en las relaciones que se tejen dentro del sector. "Si quieres conseguir trabajo, tienes que conocer a otros temporeros, hablar con ellos, y preguntar muchísimo", dice Hamir Aattou.

Las oportunidades de trabajo llegan a través de contactos personales. Cuando acaba la jornada, Aattou vuelve a Calahorra, y a menudo sale a la calle para charlar con los compañeros que se juntan en algún punto concreto de la localidad. "Los temporeros nos solemos relacionar según nuestro lugar de procedencia, o por idiomas. No todos saben hablar castellano, y da más confianza trabajar con gente con la que compartes alguna cosa", precisa. Para los temporeros, la pandemia no ha restado la importancia a relacionarse. De hecho, el mismo Alberto Benito contrató a sus trabajadores mediante el boca a boca. Uno de los empleados, Bouderballa Tighrini, era conocido de Benito, quien se organizó para contactar con el resto y empezar a trabajar en Sartaguda.

INCERTIDUMBRE

Limitaciones de la covid-19

Demandas del campo

"Cuando una fruta o una hortaliza está madura, hay que recogerla en el momento", dice Benito. Explica que por esa razón las campañas no han parado a pesar de la pandemia, pero que existe incertidumbre entre los productores. "¿Si yo doy positivo y tengo que estar 14 días en casa, por ejemplo, quién recogerá la fruta, que hay que recogerla en un periodo de diez días?", señala. Benito defiende los protocolos, porque "ayudan a preservar la salud de todos, incluida la de los agricultores", pero reflexiona sobre posibles seguros que se podrían aplicar para cubrir las pérdidas que se generen por la covid-19, decisión que, en su caso, debería tomar el Gobierno central, que es quien regula los seguros agrarios. "Estaría bien que se incluyera un punto para ayudar al agricultor si este no puede recoger el género por culpa del coronavirus".

A falta de las estadísticas de la recogida de este año, la covid-19 golpea a un sector ya debilitado en los últimos años. Según los datos del Gobierno foral, el año pasado en Navarra se recogió la cantidad más baja de melocotón y manzana desde 2000, y la producción de pera cayó por segundo año consecutivo situándose en niveles de 2009. Son las tres frutas que más se cultivan en la zona de Sartaguda. Sin embargo, Mohamed Maza explica que este año sigue habiendo actividad suficiente para los temporeros que vienen a la Comunidad Foral. "Tenemos miedo a que el trabajo caiga a niveles de 2008; sufrimos mucho la anterior crisis", explica. Si bien tiene preocupación por la covid-19, Maza teme más el impacto económico.

Al acabar la mañana, nos despedimos de los cinco trabajadores; marchan, pero volverán a la tarde para acabar la jornada que, literalmente, es de sol a sol. Lo ha sido siempre. Este año se le suma la mascarilla y el gel hidroalcohólico. El resto sigue igual.

"En Lleida he llegado a vivir en un albergue con más de 30 personas; aquí no hay esos apiñamientos"

Trabajador temporero

"Para nosotros, socializar con otros temporeros es importante: los trabajos se consiguen con el boca a boca"

Trabajador temporero

"En los descansos se mantienen las distancias y cada uno se trae su botella de agua"

Agricultor de Sartaguda

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Temporeros con mascarillas