El reloj marca las 11.00 del lunes 16 de noviembre; y el cielo cubierto de nubes deja una mañana gélida. Si la pandemia del coronavirus no hubiera campado a sus anchas, en un año normal, Rebeca Villafranca Rodríguez, de 37 años, estaría a esas horas detrás de la barra del bar Cañaveral, del barrio pamplonés de la Txantrea; y su pareja, Eriz Torres Marín, de 29 años, llevaría unas semanas implicado en un nuevo proyecto en un restaurante, como jefe de sala.

Pero, como la covid continúa rigiendo nuestra vida personal y profesional desde hace nueve meses, en la mañana del lunes Rebeca y Eriz escogen un banco de la Ciudadela, cerca de la Estación de Autobuses de Pamplona, para mantener una conversación en la que relatan su historia. La fría temperatura invita a un café en el interior de un establecimiento, pero las restricciones en su sector para frenar el avance de la pandemia, impiden esa escena.

"La rumorología dice que el Gobierno de Navarra va a dejar abrir las terrazas a finales de noviembre", cuenta Rebeca, natural de Cortes, un par de horas antes de que el vicepresidente primero, Javier Remírez, y la consejera de Salud, Santos Induráin, anuncien que el jueves 26 de noviembre bares y restaurantes podrán usar esta opción si la situación epidemiológica lo permite.

BAR DE CERCANÍA

BAR DE CERCANÍA

Sin embargo, Rebeca insiste en que no es rentable para algunos negocios. "El bar Cañaveral solo tiene permiso para tres mesas, algo inviable", recuerda esta camarera y cocinera que suma 14 años en la hostelería, incluso en sus inicios dirigió un establecimiento en su pueblo. "Me gustan las relaciones sociales que se establecen con los clientes, algunos te cuentan su vida y con otros entablas una amistad. Actualmente desarrollo mi actividad en un bar de barrio, que se caracteriza por la cercanía con la gente", remarca tras 14 meses en el Cañaveral, "uno de los bares en el que más a gusto he estado". Antes de la proclamación del estado de alarma, la plantilla estaba compuesta por tres personas, además de los propietarios, aunque el jefe colabora en el negocio el fin de semana, ya que el resto de días dirige una carpintería.

"ANSIEDAD Y DEPRESIÓN"

"ANSIEDAD Y DEPRESIÓN"

Ese sábado 14 de marzo, todo cambió para Rebeca. De un día para otro entró en un ERTE y comenzó su calvario. "Me despedí de mis compañeras y de mi jefa para volver en dos semanas y pasaron tres meses largos, una inestabilidad que repercutió en mi salud de manera brutal, con ansiedad, depresión, taquicardias y con tratamiento", relata con angustia esta joven que no cobró la prestación por el ERTE hasta el 10 de junio -cinco días después de regresar al trabajo-.

"En ese momento afronté las deudas que había generado", rememora. En ese paréntesis entre marzo y junio, Rebeca, afiliada a ELA, recurrió al sindicato para intentar solventar su problema por la falta de cobro del paro correspondiente por el ERTE.

"El SEPE no me solucionaba nada y registré reclamaciones". Su pareja, Eriz, añade que en una de las llamadas que realizaron al SEPE, el interlocutor les dijo" que también tenían derecho a la pataleta". Eriz censura este trato porque "uno no puede dirigirse así a unas personas con penurias económicas".

APOYO

APOYO

Rebeca agradece la atención de Olaia Alonso, responsable de la Federación de Servicios de ELA, y de sus jefes que le adelantaron la extra de verano durante el confinamiento, a la arrendadora y a su padre. "Como no percibía la prestación por el ERTE, hablaba con mi padre y le pedía que por favor me hiciera un bizum. Gracias a él hemos podido continuar en el piso", cuenta Rebeca.

Eriz añade que hasta esta crisis no había tenido que recurrir a su madre para solicitar recursos económicos. "Siempre debes afrontar gastos fijos, la renta del inmueble y otros imprevistos", relata este camarero, que a pesar de que comenzó a estudiar dos carreras, químicas en Bilbao e ingeniero agrónomo en Pamplona, eligió la hostelería.

El pasado marzo Eriz, afiliado a ELA, también entró en un ERTE por la clausura temporal del Asador Mercaderes, en el que desempeñaba el cargo de gerente. Hasta mayo no percibió la prestación y pidió ayuda a su madre. "Rechazamos solicitar un crédito, porque como no somos responsables de la actual situación, solo faltaba que tuviéramos que endeudarnos", detalla.

Y NO LLEGÓ LA CALMA

Y NO LLEGÓ LA CALMA

Ambos volvieron a la actividad en junio: Rebeca, al bar Cañaveral; y Eriz, después de un mes, se incorporó a un nuevo restaurante abierto en Pamplona. Transcurrido el verano, a mediados de septiembre Rebeca tuvo que cogerse la baja por un problema de salud y Eriz recibió la carta de despido por el descenso de los ingresos relacionados con la covid.

En este paréntesis laboral, el Gobierno de Navarra anunció nuevamente el cierre de la hostelería, y una vez que Rebeca obtenga el alta, previsiblemente en unos días, volverá a estar incluida en otro ERTE. "Llevo noches sin dormir al pensar que otra vez no voy a recibir la prestación", indica. Además, el colapso en las citas del SEPE retrasa el cobro del paro de Eriz. "Tras ser despedido en septiembre, me dieron cita el 12 de noviembre, pero hasta diciembre no me van a abonar el paro con los retrasos", dice.

"QUEREMOS TRABAJAR"

"QUEREMOS TRABAJAR"

Como el que espera, desespera, Rebeca ha presentado currículum en otras empresas para este periodo sin hotelería, "no puedo estar quieta", repite; y Eriz se está formando en dirección y gestión de sala, en innovación en cocina y en gestión de stock hasta que no eche a andar el nuevo proyecto en el que se ha embarcado, que persigue una estrella Michelin. "Solo queremos trabajar, es injusto lo que se está haciendo con la hostelería", coinciden.

"PODRÉ COMPRAR AHORA ZAPATILLAS A MI HIJO"

"PODRÉ COMPRAR AHORA ZAPATILLAS A MI HIJO"

Isabel Wadiño, de 54 años y de Pamplona, trabaja en varias empresas de limpieza, con las que suma 22 horas de jornada semanal, cuando el convenio establece unas 38. En marzo, una de las compañías le aplicó el ERTE al 100%; en otra, una parte; y en una tercera la despidió. "Tuve problemas de cobro", manifiesta esta empleada, asesorada por CCOO.

Isabel, que vive con su hijo de 21 años, ha tenido que tirar de los ahorros, racionalizar su presupuesto mensual y acudir al respaldo de su familia. "Cuanto estoy sola en el piso por las tardes, no enciendo la calefacción; espero a que venga mi hijo para que encuentre la casa caliente", cuenta emocionada Isabel que, como actualmente está de baja, dialogó por teléfono el lunes 16 de noviembre a eso de las 18.00 horas.

"Ahora me abonarán la paga; y por fin, podré comprar unas zapatillas a mi hijo, que me las ha estado reclamando; ¡y no resulta sencillo encontrar calzado para él, con un 49 de pie!", remarca Isabel, que en la salida de la anterior crisis detectó un deterioro en las condiciones laborales de su trabajo.

"Llegué a trabajar 37 horas a la semana, y cubría de manera holgada mis necesidades; pero ahora estoy en 22 horas y comenzaron las subrogaciones de contratos", relata.

DESESPERACIÓN CONTINUA

DESESPERACIÓN CONTINUA

Laura Pérez, (nombre ficticio) también prefirió exponer su caso por teléfono, ya que quiere denunciar su situación, pero evitar ser reconocida, "porque bastante mal lo estoy pasando", detalla. El 28 de febrero comenzó la nueva temporada en el Balneario de Fitero, donde está empleada, desde hace cinco años, y apenas dos semanas después se encontró en casa, con el ERTE hasta final de año.

Durante estos meses no ha percibido prestación por su regulación, y acudió a UGT. Su situación económica ha sido más desahogada en el hogar, pero ella reitera que quiere una solución ya: "A finales de octubre solicité cita en el SEPE y me dieron para el 27 de noviembre. Nuevamente me dirán que ponga otra reclamación, y así voy a terminar el ERTE sin cobrar. ¡Agobiante!", concluye.