El precio del aceite de oliva es una de los temas más destacados cuando miramos la cesta de la compra de un tiempo a esta parte. Un producto codiciado del que Navarra cuenta con zonas y marcas destacadas. Así, Arróniz tiene nombre de una variedad autóctona pero que hasta hace unos años lo que más se conocía era su vino Galcibar, un término municipal que puso apellido al fruto de sus viñas. Pero ambos cultivos tradicionales e históricos en la localidad -se remontan hasta el tiempo de los romanos como indican los vestigios de lagares y almazaras en la ruinas de la vecina villa de las Musas-, tomaron caminos diferentes.

La “moda” de la vid en la década de los 90 hizo que la localidad contara con alrededor de 500 hectáreas de diferentes variedades de cepas y que se abandonaran muchas parcelas de olivos viejos. Fueron años en los que los precios de la uva fueron subiendo, al mismo tiempo que también el prestigio de su bodega cooperativa en la que participaban buena parte de los agricultores de Arróniz. “Se llegaron a pagar 200 pesetas de las de entonces por kilo de uva. Eso alentó a la gente a poner más viñas y después lo cierto es que bajó y apenas el precio del kilo se pagó a 20 pesetas algo que no cubría ni siquiera los gastos”, recordaba el agricultor Álvaro Ajona de aquel boom que le tocó siendo aún adolescente. Lo cierto es que su evolución como agricultor tuvo que tomar decisiones drásticas como la de acogerse a las ayudas “para arrancar las viñas”.

Paralelamente a la evolución de los viñedos, en 1992 se fundó, precisamente en Arróniz, el trujal Mendía que reunió en la localidad, la actividad de 22 almazaras de Tierra Estella, de la Zona Media y la Ribera. Una infraestructura que sirvió para centralizar los esfuerzos de inversión en nuevas tecnologías para conseguir aceite de marca y de calidad, de los cientos de miles de viejos olivos cultivados por centenares de agricultores navarros, alguno de los cuales apostó por incorporar nuevas plantaciones de olivos en tierras que competían con la pujanza con los jóvenes viñedos que incorporaron nuevas variedades de vides -tempranillo, merlot o cabernet sauvignon-, que triunfaban en los campos de las zonas vitivinícolas de Navarra hace 30 años.

Declive de la vid

Poco a poco y tras soportar los bajos precios de la uva, los viñedos de Arróniz dejaron de ser atractivos y se arrancaron hasta casi desaparecer -hoy quedan apenas 30 hectáreas de las 500 que hubo hace apenas 20 años-. “Algo que también ocurrió y está ocurriendo en otras localidades cercanas”, comentaba Rubén Osés, técnico del Departamento de Agricultura y natural de Arróniz, que ahora ve el paralelismo de aquellos viñedos con el de los viejos olivares que necesitan “mucha mano de obra que no hay, y que corren el riesgo de desaparecer en pocos años”.

Pero de momento, el auge de la oliva cuenta todavía con una parte de la producción de pequeñas explotaciones con olivos centenarios que siguen trabajados de la manera tradicional y con el trabajo familiar. Una cultura que ha hecho que el proceso de transformación hacia su desaparición sea más lento que el de la vid que se transformó hace 30 años y, también, porque los olivos “siempre habían ocupado parcelas de difícil acceso en las que no se podía cultivar cereal ya que históricamente la oliva nunca había sido rentable y se buscaban esas fincas”, aseguraba Ajona.

Auge del aceite

Lo cierto es que en los últimos años, el precio del aceite de oliva ha ido subiendo y este verano ha estallado por la sequía y otros factores que han provocado la escasez del producto en los mercados. Un problema que no afecta al trujal ya que ha vendido buena parte de su producción, “ahora apenas queda ya aceite en el trujal”, aseguraba Ajona. “Lo de los precios altos solo vendrán bien la próxima temporada” aseguró Jesus Ángel Martínez, de 53 años, uno de los agricultores que transformó buena parte de su viñas en olivares. “Me lo pensé pero en 2012, el último año en el que se podía y aburrido por los precios de la uva, decidí acogerme a las ayudas y arrancar las 18 hectáreas de viñas”; de las que en 13 de ellas, plantaría sus nuevos olivares, para mantener su actividad agrícola junto con las fincas de cereal “aunque el grano también tiene malas perspectivas, por lo que si puedo, lo mismo planto algo más de olivar si en las parcelas puedo contar con agua y hacer una balsa para regar los olivos con agua más templada”.

Jesús M.ª García es otro vecino de Arróniz que a su 58 años ya hizo su transformación hacia el olivar pero que todavía mantiene una finca de vides: “Este año, con las tormentas, se inundó parte de la viña y ahora es cuando ya me estoy pensando arrancarla porque a mí me gusta más el cultivo del olivo que es buen amigo”. Con todo, su queja más amarga es por “la burocracia y las grandes trabas que nos ponen a los agricultores con tanto papeleo y tanta directiva para decirnos qué tenemos que hacer en nuestras parcelas: inspecciones, cuadernos digitales y el laboreo”, aseguró García, un amante de su profesión que disfruta del trabajo entre sus olivos. “La gente mayor siempre decía que era mejor trabajar el olivo que la viña y ahora los entiendo”, apostilla.

Cultivo con riesgos

Con todo, el precio del aceite no es el único aspecto que preocupa a los agricultores de Arróniz, que saben que su producto depende de muchas circunstancias. “Un año es el precio, otro las epidemias y otro es el clima”. Y es que este verano los olivares de Arróniz se han enfrentado a una gran sequía y a varias tormentas con dos pedriscos que han diezmado la producción de aceitunas. “Hay parcelas que tienen el 80% de daño y otras apenas un 10 por ciento, es que nunca se sabe con qué se cuenta”, aseguraba Ajona. “Este año creemos que la oliva seguirá un poco más cara, pero si el año pasado nos pagaron a un euro el kilo de oliva, este año no creo que cobremos a más de 1,5”, aseguró Martínez que forma parte de la junta de la cooperativa de Mendía, un trujal que cuenta actualmente con más de 4.000 socios que cultivan casi 1 millón de olivos en cientos de fincas que superan las 2.800 hectáreas de decenas de localidades navarras. Pese a la sequía y al daño por las tormentas “esperamos que se compense y que la cosecha sea como la habitual de otros años y también que se mantenga un precio aceptable”, aseguró Martínez que le sigue dando vueltas a lo de plantar o no “una finca de unas 70 robadas”, aunque, eso sí, en su entorno no encuentra a casi nadie que le anime.