La instalación de envolventes térmicas en los edificios se han convertido en un uno de los asuntos más tratados en las reuniones de vecinos de Navarra. Y se están convirtiendo también en un foco de conflictos, debido fundamentalmente al coste de las obras, que varía en cada caso, pero supone un mordisco indudable a los bolsillos de los vecinos, muchos de los cuales, sobre todo los de mayor edad, no terminan de verlo claro.

“Son juntas complicadas, se viven enfrentamientos muy duros y hay reuniones con mucha tensión”, explica PeioMendia, del colegio de administradores de fincas, quien señala que hay profesionales de baja con problemas de “estrés y ansiedad” a cuenta de una intervención en el edificio que sigue resultando muy costosa. “Estamos hablando de cantidades importantes, que oscilan entre los 12.000 y los 21.000 euros por vecino”, incluso una vez descontadas ya las ayudas. Las Gobierno de Navarra alcanzan los 20.000 euros en el entorno rural y los 12.000 euros en un entorno urbano. “Nos movemos a golpe de subvención, por eso mismo hay ahora tanta actividad”, dice Mendía. 

Porque la realidad es que el impulso público resulta fundamental para poner en marcha una intervención cuyos beneficios se aprecian de manera inmediata –los consumos de calefacción descienden drásticamente– tanto en invierno como en verano, cuando la temperatura también sube algo menos, pero cuyos costes totales son elevados. Hay diferencias importantes, eso sí, según el sistema que se escoja: el de fachada ventilada, más caro, o el conocido como SATE, también eficaz para aislar térmicamente el edificio y más asequible. De hecho, el Gobierno de Navarra liga las ayudas a lograr una reducción mínima del consumo de energía no renovable del 45% y reducción mínima de la demanda energética global del 25% o 35% (según la zona climática). 

Obras pequeñas, otro problema

El boom de la rehabilitación tiene otras derivadas. Y una de las que padecen algunas comunidades de vecinos es la dificultad para encontrar gremios, empresas y profesionales que asuman trabajos más pequeños, pero igualmente indispensables, como la instalación o reforma de un ascensor o la impermeabilización de un garaje. 

“Faltan sobre todo albañiles y fontaneros”, explica Peio Mendia. Una escasez que también la notan las grandes empresas a la hora de contratar (los costes laborales están ya subiendo), pero que repercute en mayor medida en las compañías más pequeñas. “La costumbre siempre ha sido solicitar tres presupuestos para elegir aquel que más convenciera, ahora esto es muy complicado. Muchas empresas directamente no te dan un presupuesto no ya para obras pequeñas, sino para obras de envergadura mediana. Se han enfocado a la rehabilitación, que es más jugoso”.

No es la primera vez que las empresas miran a la rehabilitación como una oportunidad. Tras la crisis de 2011, cuando el sector constructor pisó el freno hasta detenerse casi por completo en 2013, muchas empresas enfocadas a la construcción de viviendas tuvieron que cambiar y adaptarse a una nueva realidad: nunca volverían a construirse tantas. Al mismo tiempo, algunos de los profesionales que durante años vivieron del sector y poseían conocimientos y experiencia, terminaron por abandonarlo. 

Ahora son las medianas empresas, que durante años han vivido de las reformas, las que han encontrado un nuevo nicho de negocio al que parecen esperarle años de intensa actividad. “Hay obras de hasta 100.000 euros, como impermeabilizaciones, para las que cuesta encontrar salida”, dice Mendía.

Otro foco de problemas son los ascensores. “Sobre todo cuando no lo hay, la obra es muy compleja y las empresas prefieren obras más limpias, como la instalación de una fachada ventilada”.