Cada final de año trae consigo un ritual compartido: balances, deseos y propósitos. Pero hay momentos en los que ese ejercicio va más allá de lo simbólico y se convierte en una obligación cívica. No para celebrar lo hecho sin matices, sino para preguntarnos si estamos preparados para lo que viene. Porque 2026 no se abre como una hoja en blanco, sino como la continuación de un tiempo complejo, exigente y profundamente político.
Navarra afronta el nuevo año con una ventaja poco frecuente en el contexto actual: estabilidad. Mientras en buena parte del país se normaliza la prórroga presupuestaria como un mal menor, aquí se han aprobado, por undécimo años consecutivo – séptimo bajo mi presidencia - unas cuentas públicas que permiten planificar, ejecutar y avanzar. Puede parecer un detalle técnico, pero no lo es. Detrás de un presupuesto aprobado hay acuerdos, renuncias, diálogo y una idea clara de a qué debe servir el autogobierno: a mejorar la vida cotidiana de las personas.
Los casi 3.500 millones de euros que destinaremos a inversiones sociales en 2026 no son un simple número. Se van a convertir en más ayudas al alquiler y la construcción y rehabilitación de viviendas; en una mejor atención sanitaria con tres nuevos centros de salud y una nueva UCI pediátrica para el HUN; en una educación pública que va más allá de la escuela, porque por primera vez habrá actividades educativas que se extenderán al ocio y tiempo libre del alumnado, reforzando así el carácter integrador de la educación. Los nuevos presupuestos traerán también una mejor atención para las personas vulnerables, con especial atención a las personas mayores y con discapacidad y que refuerza la Navarra solidaria y comprometida; y supondrán un respaldo a la cultura y el deporte como elementos clave para la cohesión territorial y el impulso de los valores democráticos y sociales.
Estos van a ser los presupuestos más sociales de la historia de Navarra por la inversión social pero también por las inversiones económicas. Con este Presupuesto cumplimos el objetivo anunciado de destinar el 2% del PIB de Navarra a la promoción industrial, que es el motor que alimenta nuestro Estado del Bienestar.
Y a todo esto se une una reforma fiscal que vincula beneficios sociales con beneficios fiscales. Es decir, que beneficiará a las empresas que previamente se hayan comprometido con Navarra y con sus propias trabajadoras y trabajadores en materias como el mantenimiento del empleo, la igualdad y la seguridad laboral. A esto se añade que 7 de cada 10 contribuyentes –quienes menos ganan– contarán con 135 millones de euros extra en sus bolsillos.
Esto sí es poner el autogobierno al servicio de las personas. Utilizar la Navarra foral para extender un modelo que entiende que la prosperidad solo es real cuando es compartida.
Pero sería irresponsable cerrar el año instalados en la autocomplacencia. La ciudadanía identifica con claridad cuáles son hoy sus principales preocupaciones: el acceso a la vivienda y la sanidad pública encabezan esa lista, junto a retos de fondo como la gestión migratoria, la convivencia en sociedades cada vez más diversas o la necesidad de reforzar la calidad democrática. Son desafíos complejos, sin soluciones simples ni inmediatas, que exigen políticas públicas sostenidas y una conversación social honesta.
En este contexto, el ruido no es inocuo. La polarización, la desinformación y el descrédito deliberado de las instituciones no solo deterioran el debate público; erosionan la confianza colectiva y alimentan la desafección, especialmente entre los más jóvenes. Defender la democracia hoy no es un eslogan: es proteger las reglas del juego, exigir ética pública, ser implacables con la corrupción y rechazar el uso de lo común para beneficio particular. La reputación de una comunidad no se improvisa y tampoco se mancha impunemente.
Navarra plural
El nuevo año también interpela a nuestra manera de convivir. Navarra es plural por definición y por convicción. No hay una única forma de sentirse parte de este proyecto común, y ahí reside una de nuestras mayores fortalezas. El diálogo, el respeto y la no violencia no son gestos retóricos: son condiciones imprescindibles para que todo lo demás funcione. Cuando se cruzan determinadas líneas, no se está siendo valiente ni disruptivo; se está debilitando el suelo democrático que nos sostiene.
Gobernar, en tiempos como estos, es resistir la tentación del atajo y del titular fácil. Es seguir apostando por una industria innovadora, por el talento, por la sostenibilidad y por la igualdad como motores de competitividad. Es avanzar en autogobierno con responsabilidad, ampliando competencias y mejorando infraestructuras, no para levantar fronteras, sino para prestar mejores servicios.
El año que comienza no será sencillo. Ninguno lo es ya. Pero hay una certeza que conviene reivindicar frente al escepticismo: la política sirve cuando se ejerce con vocación de servicio, cuando se basa en acuerdos y cuando se mide por resultados, no por decibelios. Empezar 2026 con esperanza no es ingenuidad; es una forma de compromiso. Porque solo desde ahí podremos seguir mejorando lo que funciona y corregir lo que no, sin renunciar a lo esencial.
Ese es, quizás, el mayor reto del nuevo año: demostrar, una vez más, que la buena política no solo es posible, sino necesaria.