Si miramos atrás, los últimos cinco años del foodtech se entienden a través de dos grandes olas. La primera, acaecida en 2020 al abrigo del COVID-19, fue sanitaria: la pandemia reactivó la demanda de alimentación saludable, funcional y basada en evidencia; la segunda, más reciente, ha sido geopolítica y climática: tensiones de suministro y la necesidad de resiliencia han puesto en primer plano la seguridad y la soberanía alimentaria. Estas dinámicas han cambiado la agenda de I+D, acercando la ciencia al mercado con soluciones tangibles para salud, sostenibilidad y eficiencia.
Pero, ¿cuáles han sido los ámbitos en los que más se ha puesto el foco?
La conexión alimentación–salud a través de la microbiota ha sido uno de los vectores más transformadores. El interés por probióticos, prebióticos, postbióticos y sinbióticos crece, pero su adopción industrial exige evidencias sólidas y mensajes regulatoriamente aceptables en Europa. La regulación europea, como es habitual, avanza más despacio que en otros puntos de interés geográfico, como Norteamérica o Asia. La ventana de oportunidad existe, pero pide madurez científica y diseño industrial que garantice estabilidad, dosificación y eficacia.
Proteínas alternativas: foco selectivo y biotecnología aplicada
El discurso de proteínas alternativas se ha vuelto más selectivo. La fermentación de precisión ha pasado de tendencia a infraestructura crítica para producir moléculas bioidénticas (proteínas lácteas, pigmentos, grasas) con huellas potencialmente más eficientes, aunque el reto es escalar con costes competitivos. El mix proteico del futuro podrá ser plural: plant-based, proteína microbiana (SCP), fermentación de precisión y, con más fricción regulatoria, agricultura celular. Los principales avances en el ámbito del cell-based los hemos visto en Estados Unidos, Israel y Singapur, países que, por el momento, parece que van a seguir siendo el epicentro de la innovación en este ámbito.
IA y digitalización: del laboratorio a la línea de producción
La IA ha roto muchos esquemas en todos los niveles, también el industrial. Aunque su potencial y la velocidad evolutiva de la tecnología genera debate y cierta incertidumbre, en el sector agroalimentario ya está presente: lo vemos en formulación, en diseño de microorganismos, en control de procesos en tiempo real, en gemelos digitales o en medición rápida en línea. La aplicación de la IA en combinación con tecnologías de visión, por ejemplo, es una de las bases del concepto de Calidad y Seguridad Alimentaria 4.0, que hemos trabajado con ahínco, acercándolo especialmente a las pymes, bajo el paraguas del Proyecto IRIS-EDIH.
Volviendo específicamente a la IA, en 2025 se observa un viraje inversor: la tecnología gana tracción como palanca de eficiencia y mejora competitiva. Para la industria, esto se traduce en reducir tiempo a mercado y tomar decisiones con datos, dejando atrás la intuición.
Desperdicio cero (o casi): prevenir primero, transformar después
Reducir pérdidas y desperdicio desde el sector agroalimentario sigue siendo una prioridad. La hoja de ruta que las empresas pueden abordar combinan la prevención —más vida útil y control de procesos con tecnologías de conservación y sensórica/analítica no destructiva— y revalorización —subproductos que vuelven al consumo humano y sustratos para bioprocesos—. Los casos reales con tecnologías como las altas presiones hidrostáticas o la luz UV demuestran que esta vía es ya una palanca de competitividad.
En definitive, el foodtech ha madurado. La ciencia está más cerca del mercado y desde la industria se ha dado un salto en ámbitos como la biotecnología o la Calidad y Seguridad Alimentaria 4.0. Aún queda recorrido, pero las ventajas competitivas que ya se están comprobando in situ en las empresas son la mejor prueba de que la innovación y la transferencia de tecnología son claves en el proceso de transformación que vive el sector.
La prioridad actual es sincronizar ciencia, regulación, transferencia efectiva y llegada a mercado, con IA y biotecnología como motores y la circularidad como criterio de resiliencia. Si hacemos bien esa coreografía, la próxima década no será solo de productos nuevos, sino de sistemas alimentarios más saludables, sostenibles y accesibles.