En 2021, Médicos Sin Fronteras cumplimos medio siglo respondiendo a crisis cada vez más complejas y a conflictos en los que el acceso a la población resulta cada vez más difícil. Lo que para otras instituciones u organizaciones es un aniversario señalado y un momento de celebración, en la nuestra necesariamente genera sentimientos contradictorios. Es la misma sensación que cuando nos conceden un premio o un reconocimiento.

Los triunfos y gestas de nuestra gente siempre ocurren en un contexto mayor de sufrimiento y mortalidad de personas y comunidades, y de fracaso de la humanidad y, en particular, de los estamentos e individuos que son causantes de esa crisis o no hacen lo suficiente por evitarla.

Ya nacimos en un escenario de conflicto y desplazamiento forzado, en Biafra (Nigeria), fruto de mezclar nuestro compromiso y entendimiento de la profesión médica con la necesidad de denunciar para canalizar nuestra indignación, señalar a los responsables y buscar alianzas para revertir estas situaciones.

Cierto es que, en las décadas transcurridas desde 1971, hemos tenido varios momentos que han quedado en la memoria colectiva de nuestra gente y de la institución. A principios de los años ochenta, nos expulsaron de Etiopía por no querer ser un instrumento útil del éxodo al que el Gobierno forzó a parte de la población; entendimos que la acción humanitaria puede ser manipulada y convertirse en un cómplice camuflado de ayuda. En los noventa, en los Balcanes, fuimos testigos directos de cómo nuestra presencia no podía evitar matanzas indiscriminadas de civiles que venían a nuestros hospitales buscando protección. En el genocidio de Ruanda, donde fueron asesinadas más de 250 personas de nuestros equipos, reclamamos por primera vez una intervención militar externa que parara el horror. El cambio de siglo nos trajo la "guerra contra el terrorismo" que sacudió Oriente Próximo y el mundo entero, y en la que discursos y posicionamientos políticos vinculaban o directamente anexionaban la asistencia humanitaria a procesos de "consolidación democrática y pacificación" que nos pusieron en la diana de los grupos armados.

Denunciamos el uso de la violencia sexual en conflictos como los de Darfur (Sudán) y los Kivus (República Democrática del Congo), y vimos cómo tembló Haití, para después sucumbir a una epidemia de cólera sin precedentes. Estos últimos años, lugares como Siria o Yemen nos han demostrado que estamos aún muy lejos de que la comunidad internacional pueda reaccionar adecuadamente y poner fin a las guerras enquistadas. Los conflictos en el Sahel cruzan todo el continente africano como un cinturón de violencia que lo ahoga. El Ébola y la covid-19 nos hablan del auge de las epidemias y, en Europa y Estados Unidos -supuestos impulsores y garantes de derechos-, se ha hecho frente a las necesidades de refugio y migración de miles de personas vulnerables con medidas de seguridad y bloqueo, del todo deshumanizadas, que encierran a niños en cárceles y convierten mares en cementerios.

Pero esta lista de hitos está incompleta. Porque son solo parte de una mucho más extensa de otras situaciones que, de forma reiterada, no aparecen en el radar de los grandes medios, cronificadas en un olvido que solo contribuye a incrementar el dolor y sufrimiento de las personas que viven atrapadas en ellas. En Médicos Sin Fronteras, los grandes momentos son cotidianos y somos conscientes de que el secreto de nuestra persistencia es saber que cada vida que salvamos, en el rincón del planeta que sea, independientemente de cualquier otra consideración, es un logro enorme, de la mayor relevancia y absolutamente necesario. Quizás perdamos todas las guerras, pero ganamos millones de batallas.

Ojalá no cumplamos los 100. Nos apasiona lo que somos y lo que hacemos. Pero no tenemos mayor anhelo que desaparecer por innecesarios. Ojalá llegue el día en que podamos cerrar nuestra oficina y arrojar las llaves a este mar Mediterráneo tan nuestro, el que nos une (no separa) de África, como homenaje y disculpa por no haber podido asistir a quienes murieron intentando cruzarlo. Ojalá nuestros equipos puedan arriar la bandera blanca con el monigote de trazos rojos y queden nuestros hospitales como último regalo para los países en paz. Ojalá que nuestros coches hagan un último viaje para devolvernos a nuestras casas y puedan jubilarse como ambulancias cruzando junglas y desiertos.

Gracias a los miles de navarros y navarras que nos acompañáis en este camino. Sé que estamos registrados como organización no gubernamental, pero lo que somos, de verdad, es sociedad civil organizada. Somos una cadena de humanidad, arraigada en todos los extremos del país, que se prolonga con nuestros equipos, sobre todo los de terreno, y se engrana con los verdaderos protagonistas de nuestro esfuerzo colectivo: las personas y poblaciones a las que atendemos.

Muchas gracias, mila esker.