Algunos fenómenos del panorama mundial parece que vienen a actualizar ese clásico dilema de ‘cañones o mantequilla’, que cíclicamente se repite en los manuales de teoría económica, ya desde los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial. Los últimos tambores que nos llegan desde la presidencia de la ‘popular’ Ursula von der Leyen nos anticipan que la UE se prepara para un fuerte incremento en el presupuesto de defensa. Y todo apunta a que será a costa de los fondos sociales o, más concretamente, en detrimento de las ayudas de la PAC, amenazando así con dejar en papel mojado aquella ‘nueva visión’ de la agricultura europea, basada en la sostenibilidad y la soberanía alimentarias, que con tanto entusiasmo nos anunció el comisario Christophe Hansen en su toma de posesión. Entre cañones o mantequilla, la UE parece tenerlo claro.

En el contexto de la guerra de Ucrania, el continuo y desmedido crecimiento en gastos militares de EEUU está arrastrando al resto de los países occidentales y el Estado español no es una excepción: aunque se mantenga en el 2% del PIB, destaca como uno de los 20 países con mayor gasto de defensa del mundo, según el Stockholm International Peace Research Institute. En el otro lado de la balanza, el sector primario parece que vaya a ser uno de los paganos. Nos veremos abocados a depender de alimentos importados de terceros países, más baratos pero renunciando a la calidad, a los compromisos ambientales, a la producción local y en detrimento de las rentas de nuestras personas productoras, como ocurre desde hace años en otros sectores que fabrican bienes manufacturados en Asia.

La agricultura europea está viviendo un período crítico, en un contexto global de encrucijada geopolítica, climática y social, sí. Pero hemos hablado mucho de ello durante este año y no quisiera seguir ahondando en esta letanía. Preferiría, en este anuario sobre La Navarra del siglo XXI, girar la mirada hacia un ámbito más cercano y destacar las fortalezas y oportunidades que creo se nos presentan en Navarra.

El sector agroalimentario no sólo se ha demostrado estratégico para el desarrollo económico, social, territorial y ambiental de la Comunidad Foral, sino que además puede vivir ahora momentos emergentes si sabemos aprovechar sus fortalezas. El agro representa el 6,5% del PIB en la economía navarra –medio punto por encima incluso que la automoción– y emplea a casi 30.000 personas –el primer subsector en términos de empleo–, entre personas agricultoras a título principal y trabajadoras en la industria agroalimentaria.

Navarra vende el doble de productos alimentarios de los que importa; es el sector que más ha aumentado sus exportaciones este año (5,9%, frente al descenso medio del 6,3% en el resto de actividades) y ha crecido un 18% en volumen de negocio (muy por encima del 1,2% del resto de la industria), por citar sólo algunos indicadores económicos ilustrativos. Pero, lo que es más importante, el sector agroalimentario navarro despliega un tejido productivo de más de 1.200 empresas, cuyos centros de decisión –a diferencia de otras multinacionales– están arraigados en nuestra tierra, estrechamente comprometidas con nuestras gentes y cuyo futuro no depende de un lejano consejo de administración radicado en Alemania o de un fondo de inversión luxemburgués.

Este músculo, unido al alto grado de consenso y complicidad que hemos logrado alcanzar entre organizaciones agrarias, industria agroalimentaria, agentes sociales y Administración foral en torno a una estrategia propia y compartida que defenderemos desde Navarra en el debate sobre el próximo período de la PAC, permite a la Comunidad Foral afrontar con garantías los retos a los que nos enfrentamos.

Necesitamos fortalecer las alianzas entre productores locales y la industria agroalimentaria –ambos se necesitan– y engrasar esta cadena de valor con elementos como la innovación, la sostenibilidad ambiental y social, el desarrollo local, la dinamización rural o el relevo generacional. El Departamento de Desarrollo Rural ha activado varias herramientas para coadyuvar en esta estrategia compartida. Iniciativas como las inversiones para modernizar infraestructuras de regadíos –el uso eficiente del agua va a ser clave en la próximas décadas–, la puesta en marcha del programa Lurberri de relevo generacional, el diseño conjunto con las organizaciones agrarias de un plan estratégico para el sector primario o el lanzamiento de las leyes forales de Calidad Alimentaria y Desarrollo Rural –es urgente cambiar las reglas de juego para mantener un mundo rural vivo y activo– están llamadas a ser palancas de la acción política para el próximo año 2026.

Pero la Administración no puede caminar sola. Estos instrumentos deben ir acompañados de la implicación, el compromiso, la capacidad de adaptación y la ilusión que ha demostrado el conjunto del sector agroalimentario navarro para salir fortalecido de las crisis. La mantequilla, sin duda, también nos hace más fuertes.