No pretende ser este título una llamada a defenderse del ataque del enemigo… a menos de que se trate de la ofensiva de ese urbanismo expansivo y especulativo que hemos conocido en las últimas décadas, guiado por los intereses inmediatos que en cada momento tenían los promotores privados. Pretende ser una invitación metafórica a regresar a la tierra, a volver la mirada hacia el territorio, hacia un uso más racional del suelo. Girar la mirada hacia un urbanismo complejo que remiende las ciudades, que combine diversidad de usos y servicios, que dialogue con su entorno natural, arquitectónico, cultural o vecinal; un urbanismo más sostenible, humano y social.

A menudo, cuando visitamos una ciudad acostumbramos a mirar hacia arriba mientras paseamos por sus calles, en busca de su patrimonio arquitectónico, de sus casas o construcciones residenciales, sus edificios singulares o icónicos. Nos fijamos en el vuelo… pero descuidamos mirar al suelo. Es decir, observar cómo se ha planificado esa ciudad o cómo se ordena el territorio que le rodea. Cómo concibe el planeamiento urbanístico –expansivo o compacto- o cómo disponen y dota sus espacios públicos. Cómo organiza su movilidad urbana, el acceso a la vivienda, a los servicios o a la cultura. Cómo procura unas relaciones económicas equitativas o cómo gestiona las desigualdades que conlleva siempre un crecimiento intensivo. Cómo diseña sus espacios de convivencia y actividad, aborda el consumo o ahorro energético o cómo encauza los procesos participativos entre el vecindario. Todo esto es lo que implica el urbanismo, que influye mucho más de lo que creemos en nuestra forma de vivir, de relacionarnos y hasta de pensar.

En su empeño por instaurar otro urbanismo –más inclusivo, igualitario o sostenible-, el Gobierno de Navarra ha activado no pocas herramientas. El cambio de la Estrategia Territorial de Navarra (ETN) bajo el prisma de nuevos retos –climático, demográfico, territorial o social-; los convenios con ayuntamientos para implementar esos principios en los planeamientos municipales; la puesta en marcha de acciones innovadoras en pueblos y ciudades echando mano de un urbanismo táctico o participativo, más ágil y pegado al terreno y a las necesidades de las personas; la traslación de los principios de la sostenibilidad urbana a los PSIS que se tramitan en determinados ámbitos de la Comarca de Pamplona y la adecuada gestión, supeditada al interés general, de las plusvalías que generan estos desarrollos; el debate que hemos abierto sobre la necesidad de elaborar una nueva Ley Foral de Ordenación del Territorio y Urbanismo (LFOTU) o incluso el plan Biziberri de rehabilitación energética y regeneración urbana en barrios y pueblos. Políticas que se alinean en una misma dirección: reencontrarnos con el territorio en ese ‘cuerpo a tierra’ que les propongo en este título.

El autor es vicepresidente y consejero de Ordenación del Territorio, Vivienda, Paisaje y Proyectos Estratégicos del Gobierno de Navarra