Un Mundial que puede desvirtuar la historia
El aumento del número de selecciones participantes de 32 a 48 puede abrir una brecha mayor entre los equipos más poderosos y los más débiles, y devaluar un torneo inspirado en el concepto de una rivalidad entre los mejores
Si por algo se ha caracterizado la Copa del Mundo desde su creación en 1930 es por la capacidad de enfrentar a las mejores selecciones del planeta, pero el aumento de participantes a lo largo de su historia pone cada vez más en tela de juicio el nivel del torneo, sentando el debate de hasta qué punto este próximo capítulo que acogerán de manera conjunta Estados Unidos, México y Canadá puede desvirtuar la historia de la competición al ahondar en la brecha entre las selecciones más poderosas y las que menos lo son.
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Es cierto que la tendencia en cuanto a número de selecciones participantes ha sido ir en aumento. La primera edición celebrada en Uruguay contó con 13 selecciones. El segundo certamen elevó la cifra a 16. La cantidad de concursantes osciló entre 13 y 16 hasta 1978, ya que en 1982 España acogió una cita que albergó a 24 equipos. La representación creció en Francia 1998, con 32 selecciones, cifra que se mantuvo hasta Catar 2022. El Mundial del próximo verano vivirá el mayor crecimiento de la competición, que contará con 48 selecciones.
La FIFA explicó que la expansión se justificaba en términos de desarrollo. Se buscaba potenciar el fútbol como deporte global fomentando la inclusión y la concesión de oportunidades a potencias menores. Un fútbol más democrático. Quienes tenían menos opciones de estar ahora poseen mayores. De ahí que a estas alturas se multipliquen las sorpresas.
En el Mundial de Catar, los cupos se repartieron de este modo: 13 equipos de Europa, 6 de Asia (incluyendo al organizador, y uno más a través de la repesca con Suramérica), 5 de África, 4 de Norteamérica (incluyendo uno a través de la repesca con Oceanía) y 4 de Suramérica. De todos los clasificados, solo un equipo participó por primera vez en la Copa del Mundo, que fue Catar como anfitriona.
El quizás insuperable caso de Curaçao
Para la edición de Estados Unidos, México y Canadá las plazas se distribuyen así: 16 de Europa, 9 de África, 8 de Asia, 6 de Norteamérica, Centroamérica y Caribe, 6 de Suramérica, 1 de Oceanía y 2 más que llegarán mediante repescas. Por el momento, cuando ya hay 42 selecciones clasificadas, habrá cuatro debutantes y ninguna ejercerá como anfitriona. Se trata de Cabo Verde, Uzbekistán, Jordania y Curaçao, y se espera que no sean las únicas, porque en la repesca podrían lograr un billete para estrenarse Nueva Caledonia, Surinam, Albania, Kosovo o Macedonia del Norte.
Especialmente llamativo es el caso de Curaçao, una isla antillana perteneciente a la Región de Países Bajos. Será el país con la menor extensión geográfica (444 kilómetros cuadrados) y con el menor número de habitantes (155.000) en la historia de los Mundiales, un plantel conformado íntegramente por jugadores nacidos fuera del territorio. Incluso el seleccionador, Dick Advocaat, es neerlandés.
Reducción del nivel
Esta ampliación puede provocar que la esencia y calidad del torneo cambien de forma notable. Muchas de las selecciones clasificadas serán de un nivel muy inferior al de las potencias tradicionales, lo que puede reflejarse en marcadores más abultados de lo habitual. Se estima que las dieciséis plazas añadidas serán ocupadas mayormente por selecciones cuyo nivel es un 20% inferior al del ranking histórico de los participantes en los Mundiales. Tomando en cuenta a los debutantes, Curaçao ocupa el puesto 82 de la clasificación de la FIFA, Cabo Verde aparece en el 71, Jordania está en el 66 y Uzbekistán figura en el 55. Haití (88), Nueva Zelanda (85), Ghana (73) o Catar (52) son otros ejemplos de que habrá selecciones alejadas de los primeros 48 puestos del ranking.
El campeón jugará un partido más que el ganador en Catar
Esto combinado con un mayor número de partidos –de 64 se pasa a 104– puede hacer que las estadísticas históricas queden desvirtuadas. A priori, se antoja más sencillo lograr cifras goleadoras más amplias. Recordar que el Mundial comenzará con una fase de doce grupos con cuatro equipos cada uno. Al incluirse una ronda de dieciseisavos de final que antes no existía, quienes accedan a las semifinales –que jugarán la final o el partido por el tercer y cuarto puesto– disputarán un partido más que en la edición anterior, un total de ocho.
Si bien, al respecto cabe apuntar que solo cuatro de las diez mayores goleadas de los Mundiales se han producido a partir de 1982, cuando se dio el salto a 32 equipos, siendo la más amplia el 10-1 logrado por Hungría ante el Salvador en 1982. La historia también determina que los mayores registros goleadores a nivel individual se dieron entre 1930 y 1970, siendo el francés Just Fontaine el mayor artillero con 13 dianas en Suecia’58. En aquella ocasión, Francia, tercera, o Brasil, campeona, disputaron seis partidos. La historia, por lo tanto, no ofrece una relación entre partidos, goles y número de selecciones participantes.
Pero la lógica determina que podrá haber partidos menos disputados y resultados abultados, con excepciones de relatos épicos como el de David contra Goliat. La expansión puede diluir la calidad de los partidos, reducir el suspense, el espectáculo y la intensidad de la competición. Durante el torneo también existirá el riesgo de que haya más partidos triviales, en los que no haya nada en juego.
Conceder más plazas amplía las oportunidades de concursar, de modo que el recorrido hacia el Mundial se vuelve más asequible. El prestigio se reduce respecto a ediciones anteriores. Al final, el valor de este evento siempre ha residido en el hecho de que solo los mejores llegan. Igualmente, avanzar rondas también perderá relevancia en el contexto histórico.
El tiempo dirá si el inclusismo repercute en el fútbol modesto
Por otro lado está el reto de la FIFA. Obviamente, el aumento de participantes hace que el Mundial sea más inclusivo. Pero está por ver si esto favorece el desarrollo del fútbol en lugares con menor tradición para elevar su nivel y si se amplía la base de aficionados generando un mayor impacto económico que revierta en mayores inversiones en infraestructura y formación. Respecto a todo ello, solo el tiempo ofrecerá respuestas.
Pero si nada de ello fructifica, lo probable es que aumente la brecha entre unos y otros, porque los poderosos tendrán partidos más asequibles y los débiles repetirán derrotas. Si esta lógica se impone, el espectáculo del Mundial podría reducirse, al menos en las primeras fases. Una Copa del Mundo más plural puede terminar reforzando la jerarquía existente en lugar de equilibrar el nivel. Puede desvirtuar la historia de un evento considerado la cumbre del fútbol mundial.
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