Sabido es que Cataluña es tierra en la que el vermut cobra carta de naturaleza, que los hay artesanos por casi todas partes, y en donde el ritual alrededor de esta bebida es más que habitual. Y un vermut lleidatà, con su picoteo alrededor, siempre es una buena idea a la hora del mediodía, sobre todo cuando lo que se bebe se sale de los habituales cauces más comerciales. Para disfrutarlo de un modo diferente una buena idea es desplazarse hasta la Bodega Clos Pons (ponshome.es/agroturismo), situada en el municipio de L’Albagés, donde hoy, de la mano de Alex Guardiola, toca primero aperitivo en la terraza de una hermosísima construcción y después visita y conocimiento del proceso productivo del vino antes de la correspondiente cata.

El vermú de esta casa es tan atractivo como distinto, tanto que se elabora a partir de tinto garnacha y no se filtra, con el añadido de esas hierbas aromáticas cuyos nombres y proporción exacta son secretos de alquimia guardados bajo llave, incluido el inevitable ajenjo, y que todo reposa en barricas de roble antes de salir de cara al consumidor. Es un vermut reserva, que tiene sabor a terruño, incorpora los tonos y sabores de la hoja del madroño y del olivo, y con sus 12% es un placer tan grande que entraña cierto riesgo.

Hay que decir de esta bodega que es una empresa familiar fundada en 1945 que se dedicó en exclusiva al aceite de oliva (sus aceites se exportan a 140 países) hasta que una helada vivida en 2001, en la que se llegó a los veinte bajo cero durante quince días consecutivos, arruinó buena parte de la cosecha y obligó a la diversificación. Y la viña, que ya la había habido en el XIX, hasta que la filoxera la arruinó, se presentó como la solución idónea, por su resistencia y versatilidad.

Alex Guardiola, sirviendo su vermut en la bodega Clos Pons. Samper

El primer vino salió a la calle en 2008 y la bodega se construyó en 2012 (hasta entonces alquilaban instalaciones a terceros), un edificio hermoso y funcional hoy visitable. Actualmente, Clos Pons elabora, siempre en ecológico, unos 300.000 litros, incluidas segundas marcas y marcas blancas, pero su intención es llegar a los 500.000. Líneas como Alges, Sisquella o Roc de Foc son vinos modernos y elegantes, que van desde el monovarietal de macabeo del último a los coupages más complejos. Todos ellos son productos muy en la línea de lo que ahora se demanda y tienen amplia salida en el mercado.

Un nuevo viraje lleva hasta la bonita localidad de La Pobla de Cérvoles, donde se ubica Mas Blanch y Jové (www.masblanchijove.com), donde hay vino bueno a raudales y arte en igual proporción. La pieza estrella en la segunda de las especialidades es la llamada Viña de los Artistas, donde esculturas e instalaciones, la mayoría de gran formato y de firmas tan reconocidas como Josep Guinovart, amigo de la casa y promotor de la idea, Carles Santos o Joan Brossa, invitan a un largo paseo entre vides para descubrir nuevas conexiones en el ya de por sí complejo mundo del viñedo.

No termina ahí la cosa, porque en el interior de la bodega también hay obras aquí y allá, con particular mención para Entre el cielo y la tierra, de Gregorio Iglesias, una instalación gigantesca que envuelve la sala de barricas y que huele a tierra, a vid, a clima cambiante y a aperos de trabajo, porque se pintó en el exterior del viñedo sobre una tela inmensa que, apoyada en el suelo mientras la creación, recogió no solo la intervención del artista, sino el paso del tiempo, del ser humano y la aportación de la naturaleza. Todo ello se aprecia en una obra sugestiva y difícil de abarcar, con trazos convencionales, huellas de tractor y restos agrícolas adheridos.

Sara Jové (dcha) de Mas Blanch i Jové, ante una escultura de la Viña de los Artistas. Samper

Por lo demás, hay que decir que se trata de una bodega familiar fundada en 2006 en la parte alta de la comarca de Les Garrigues, con viñedos situados a entre 700 y 850 metros. Es decir, viticultura de montaña. Aquí trabajan 25 hectáreas de viñedo, con vendimia a mano, todo en ecológico, mucho respeto por el medio ambiente (reciclaje de aguas, riego gota a gota, parque solar, recuperación de arquitectura tradicional…), dado que como señala Sara Jové, “somos muy responsables con los recursos, sobre todo con el agua”. Y desde luego, hay enoturismo, que es el objetivo de esta ruta, con actividades diversas, incluido un premiado desayuno de bodega que pone sobre la mesa aceites, embutidos y quesos, y ayuda a disfrutar de lo lindo con unos vinos de gama alta, por momentos complejos, pero siempre atractivos. Ahí están referencias muy personales, como la línea Saó o la Troballa, con predominio de la variedad garnacha. La casa incluye en su producción un rosado, afrutado y divertido, junto a tintos donde es notable la presencia del roble. La bodega, por lo demás, acumula numerosos premios: de turismo, a la innovación, culturales y hasta al coleccionismo, lo que la convierte en una pequeña referencia dentro de la D.O Costers del Segre.

Y cambio de tercio para descubrir una vez más los extraños efectos que deparan las fronteras, en tantos casos antinaturales. Es el caso de la bodega Analec (analec.net), situada en la Vall del Corb, en el pueblo de Nalec… que está por metros, y a pesar de su tradición vitivinícola, dentro de Costers del Segre pero fuera de la D.O. Cava. Algo que hoy, con la empresa ya asentada, preocupa a sus responsables mucho menos de lo que lo hizo en su día, pero que no deja de ser una anomalía llamativa, ya que la mayoría de los pueblos de alrededor sí pueden acogerse a su paraguas en esta tierra tan dada a los blancos desde antiguo.

Susanna Sansó y la matriarca Antonieta Mulet, ambas componentes de la familia que ha sacado adelante esta aventura, desgranan una historia muchas veces repetida en este viaje: bodega familiar, tradición de viñedo en la casa, agricultura como ocupación principal de la familia propietaria, y una bodega joven que abrió en 2006, vende sus vinos desde 2008 y trabaja al margen de pesticidas y productos químicos. En resumen, 36 hectáreas de viñedo para una producción anual de unas 25.000 botellas, de las que un 65% son de espumoso y un 35% vinos tranquilos. Por cierto, entre los espumosos tienen un Gualech Reserva Especial, con 36 meses en barrica, que es una oda a la elegancia. No es D.O. Cava, pero ante semejante monumento a la frescura y la invitación a otra copa, ¿a quién le importa?

En esta bodega “de fin de semana”, como dicen sus propietarios, recién ampliada, hablan largamente de un fenómeno definitivo para muchos vinos de Lleida, la marinada, ese viento fresco que llega de las costas de Tarragona poniendo paz en el calor de las noches estivales y contribuyendo notablemente al bienestar de la uva.

Aquí los espumosos son la especialidad; es el mundo del que viene la casa, volcada en los blancos para cavas que en otro tiempo se vendían a empresas de terceros. Hoy, sus espumosos pasan un mínimo de 18 meses en barrica y el macabeo y el xarel.lo son las variedades predilectas, aunque durante la visita salió a pasear también un espumoso rosado a base de trepat simplemente excelente. Y como queda dicho, ¿que más da un cava que un espumoso de categoría? Hay una D.O. que se lo pierde.

En el Valle del Riucorb, L’Olivera (olivera.org/es/) es una bodega de Vallbona de les Monges, localidad que alberga el Monasterio Convento de Santa María, monumento exponente del románico cisterciense catalán y uno de los tres que componen la Ruta del Císter junto a los próximos de Poblet i Santes Creus, ya en Tarragona.

L’Olivera, bodega cooperativa especializada en vinos blancos y espumosos de guarda, también tiene un proyecto de vinos dulces en la Vinya del Tros de Nalec. Esta finca la adquirió el diseñador Claret Serrahima, socio de esta cooperativa diferente porque emplea a personas con problemas de salud mental. Hablar con Serrahima, personaje curioso de aspecto pretérito, amplia cultura y conversación atractiva, además de aficionado al mundo del vino “desde siempre”, es un goce, sobre todo cuando después de comenzar la charla por los dos vinos dulces de marca Rasim que produce (y esto ya es extraño de por sí, alguien que se dedica al vino dulce), se deriva hacia las cosas de la vida, que son las que importan y que se suelen tratar mejor, por ejemplo, al amparo de un Rasim, dulce o tinto. Uno se produce pasificando la uva sobre camas de paja y el otro tras sobremaduración de los racimos. Ambos son muy especiales, golosos y disfrutones, como la charla con su mentor.

Tanto la bodega como esta singular parcela de paisaje único albergan números actividades culturales y enoturísticas, como conciertos o la Vendimia Popular, donde el visitante participa de la recolecta de la uva y finaliza la mañana con un almuerzo.

Pero la ruta no para. El pueblo de Penelles (www.penelles.cat), en el límite entre las comarcas de la Noguera y Urgell, es famoso sobre todo por dos cosas: los murales artísticos que decoran muchas de sus paredes gracias a un ya muy conocido festival anual de street art que no parece propio de una aldea sin excesivo encanto de alrededor de 500 habitantes, y por ser el sitio en cuyo término municipal se sitúa la, quizá, bodega con más solera de toda la D.O. Costers del Segre: Castell del Remei.

Lo del street art da para un paseo largo, de unas dos horas siguiendo una ruta ya preestablecida (también se ofrecen visitas guiadas en la Oficina de Turismo), y hay mucho que ver y que disfrutar. En la actualidad se ofrecen 117 murales a la vista del paseante, obras efímeras porque no es la intención del pueblo mantenerlas; cuando el tiempo las borra, se da paso a otras nuevas, que están en paredes tanto públicas como privadas. El festival Gar-Gar, que así se llama, ha puesto a Penelles en el mapa, incluidos reportajes de prensa y programas de televisión, a pesar de que lleva en marcha solo desde 2016 y entre medias hubo una pandemia. 

La visita debe concluir obligatoriamente con la entrada en la iglesia parroquial, un divino delirio de color obra del artista Berni Puig que hace comprender que hay algunos curas abiertos a la cultura y a la realidad de su pueblo, por encima de la imagen conservadora que se tiene de ellos en casi todas partes, sobre todo cuando pastorean en el mundo rural.

Y de ahí, el paso natural y próximo es a Castell del Remei (www.castelldelremei.com), una enorme y hermosísima finca, castillo incluido, que fue en su día una próspera colonia agrícola y que después de los numerosos avatares que le ha deparado su larga vida lucha hoy por recuperar el sitio que en su día tuvo. Es para empezar, y según dice Tomás Cusiné, su propietario además de presidente de la D.O. Costers del Segre, la bodega más antigua de Cataluña donde se elaboran vinos de crianza.

La historia de la que fuera una de las grandes experiencias rurales de Cataluña está íntimamente ligada al canal de Urgell, que le llevó agua, y a los Girona, una de las familias más ricas de la burguesía local de finales del XIX y el siglo XX. Castell del Remei, con sus mil hectáreas de finca, 400 de ellas dedicadas a la viña en su época (hoy reducidas a 18), llegó a tener de todo: escuela, almacenes, molino, herrería, tonelería, iglesia y fiestas propias, que se siguen celebrando en la actualidad, cuando merece la pena ir simplemente a darse un paseo por un lugar arbolado y hermoso, con su césped, su estanque, sus edificios de época y su buen restaurante, además de las construcciones que siguen ejerciendo de bodega y que tienen ese regusto especial de las cosas de antes. Y desde luego, con un hermosísimo y amplio castillo del siglo XIX en el centro, porque esta finca fue concebida al estilo de los chateaux franceses, y ha sido en buena medida deudora de los modos de hacer propios de la región de Burdeos.

Esta fue la bodega emblemática del vino catalán hasta la Guerra Civil, conociendo un declive que se agudizó en los cincuenta, hasta que en 1982 vivió un renacer en el que aún sigue embarcada, al pasar a manos de la familia Cusiné, hoy con Tomás al frente, que tiene otras bodegas en La Pobla de Cérvoles y en El Villosel, además de un proyecto diferente en la vecina D.O. Conca de Barberá.

Aquí se hacen en la actualidad un millón de botellas al año, de las que un 40% se dedican a la exportación, y de las que un 22% son blancos y el resto tintos. Hay mucho que hacer en este entorno y mucho de que disfrutar, por ejemplo probando el 1780, vino emblema de la casa, sin despreciar otras líneas como las Gotim, Oda o Garnatxa, además de productos tales como el vermut o vinagres de calidad. La casa, a través de una Fundación, desarrolla además una amplia actividad cultural.

¿Y dormir? Pues en un viaje tan largo hay que descansar bien, así que van dos recomendaciones, ambas con spa: el Hotel Balneario de Rocallaura (iberikhoteles.com), con cuatro estrellas, ubicado en medio de la naturaleza, muy cerca de Vallbona de les Monges, con unas instalaciones estupendas para descansar y pasarlo bien, y Finca Prats Golf & Spa (fincaprats.com), entre Lleida ciudad y Raimat, adecuadísimo para disfrutar de la capital provincial, aunque hay otras propuestas: con regusto a historia el Monasterio de les Avellanes, de tres estrellas, y en pleno centro urbano de la capital el Hotel Zenit Lleida.