En la película ‘El Nadador’ (Frank Perry, 1968) un talludito pero bien conservado y magnético Burt Lancaster aparece por sorpresa en las piscinas privadas de un vecindario opulento para saludar a la gente, darse un chapuzón y marcharse con una sonrisa. Nada de piscina en piscina en lugar de ir caminando hasta su casa. Lo que empieza siendo un día soleado, se convierte en un drama psicológico y una metáfora descomunal que retrata el estilo de vida estadounidense. Es inevitable no acordarse de este film considerado de culto, basado en el célebre relato homónimo de John Cheever, cuando uno escucha hablar al guipuzcoano Markel Alberdi (Eibar, 1991) sobre sus días de gloria como nadador olímpico. 

Según las estadísticas de la página olympics.com, Alberdi rozó el cielo en los Juegos de Río de 2016 al ser convocado para la prueba reina de 4x100 estilo libre masculino. Finalmente, quedó en decimosexto lugar. Sufrió. Lo pasó mal. Siete años después, apenas se sumerge en la piscina de su gimnasio habitual, en el barrio del Antiguo. Lo justito: “10 minutos como mucho”, dice por teléfono. Cuando se mudó a vivir a Donostia en 2017, de vez en cuando iba a nadar a la Bahía de la Concha con un amigo. Ya ni eso. 

Ha sido tanta la presión, la ansiedad y la severidad (auto)infligida durante sus años como deportista de élite, que la conversación vira hacia su actual trabajo como comercial de la empresa tecnológica Ekonek, en Errenteria. Ahí es donde se desarrolla profesionalmente este eibartarra de 31 años licenciado en Ingeniería mecánica. Se le nota feliz y relajado explicando el funcionamiento de un sector que se dedica a transformar productos líquidos y pastosos en polvo o gránulos. A años luz de las piscinas.

“Por una parte echo de menos la ilusión diaria, pero por otra parte siento alivio”

Río de Janeiro es como un recuerdo borroso al que llegó “pasado de rosca”. En el plano mental, los juegos fueron un varapalo. En lugar de liberar endorfinas, con cada brazada se parecía cada vez más al Burt Lancaster de las piscinas azules que termina hundido. Alberdi elige un momento feliz de su carrera deportiva: el campeonato de España de 2015, celebrado en Barcelona. “Aquel año no me había clasificado para el Mundial y quería competir, obviamente, pero también pasármelo bien. No tenía la presión ni la exigencia de una prueba internacional. Físicamente me encontraba bien y el resultado no me importaba demasiado”. Al bajar el nivel de exigencia competitiva, se relajó, rompió varias marcas y todo le salió a pedir de boca. Los medios resaltaron sus hazañas. En el Mundo Deportivo la noticia iba acompañada de una fotografía con el siguiente pie de foto: “Markel Alberdi se ha convertido en el mejor velocista puro de la natación española sin discusión”. 

¿Qué piensa ahora de los tiempos en los que fue campeón en un periodo más difícil de lo que muchos imaginan? “Por una parte echo de menos aquella emoción, la ilusión diaria, el reto por conseguir los mejores resultados… Pero, al mismo tiempo, también siento alivio por no tener que dar lo máximo todo el rato”. La banda sonora de su felicidad no está bajo el agua. Tras vencer la ansiedad, en 2021 desarrolló el proyecto ‘The Line: la calle por la salud mental’ en el que realizó unos 150 murales decorativos de madera con la natación como telón de fondo. A través de un crowdfunding, recaudó 3.200 euros que fueron “a parar a la Confederación de Salud Mental de España”. Acostumbrado a nadar en línea recta, ha podido asumir las curvas de la vida sin quedarse clavado en ellas. “La vida te pone en su sitio”, concluye. 

Egurra!

De récord en récord. Antes de abandonar definitivamente la natación, el eibartarra había participado en dos europeos, un mundial y unos Juegos Olímpicos. Logró varios récords de España. Ha sido nuestro Markel Phelps.

Artesano. Aunque dice que lo tiene aparcado hasta los días de “frío y lluvia de invierno”, Egureka Wood Art es su marca de artesanía de madera. El nombre surge de unir las palabras egurra y oreka y tiene su propio perfil en Instagram (egurekawoodart).