La medicina y la política, dos disciplinas que pueden parecer alejadas pero que están íntimamente relacionadas, fueron las dos pasiones de Isaac Puente Amestoy, el médico más destacado del movimiento revolucionario hasta que fue fusilado en 1936. Nacido en Las Carreras, una pedanía de Abanto-Zierbena (Bizkaia) todavía en el siglo XIX (1896), desarrolló casi toda su vida en Álava, concretamente en Maeztu. Tercero de seis hermanos, fue criado en el seno de una familia conservadora: su padre, farmacéutico, había sido suboficial del Ejército carlista y la derrota le llevó a exiliarse a Francia. 

El joven Isaac estudió los primeros cuatro años de Bachillerato en los Jesuitas de Orduña y ya los dos últimos en la capital alavesa, donde la familia se instaló en 1911. En 1913 cursó primero de Medicina en la Universidad de Santiago de Compostela y terminó la carrera en 1918 en la de Valladolid. Tras cumplir con el servicio militar, su primer trabajo como médico rural llegó en la pequeña localidad de Cirueña, antes de conseguir en la plaza de médico titular del partido de Maeztu (con una veintena de pueblos de la comarca). Allí llegó en 1919, el mismo año en el que se casó con Luisa García con quien tuvo a sus dos hijas, y en Maeztu se estableció y ejerció el resto de su vida como médico rural, pero desarrollando también una importante labor social, además de política y divulgativa.

Nacido en Abanto-Zierbena, se instaló en Maeztu con 23 años, en 1919, y allí residió y ejerció durante su corta vida.

‘El comunismo libertario’

Su primer contacto con la política institucional llegó en 1930 al tener que aceptar el cargo de diputado provincial de Álava por el hecho de haber sido elegido vicepresidente del Colegio de Médicos, aunque sólo permaneció dos meses. Pero ya unos cuantos años antes se había acercado al movimiento sindical. En la CNT fue uno de los promotores de la efímera Federación Nacional de Industria de Sanidad y se mostró más partidario de la táctica más radical de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) frente a las tendencias más sindicalistas de la CNT.

La importancia creciente de su figura se ve al designarlo el Pleno Peninsular de la FAI en octubre de 1933 como ponente para realizar una propuesta que se plasmó en ‘El comunismo libertario’, que exponía el ideario del movimiento anarquista y del que se imprimieron 100.000 ejemplares en tres años. Esa publicación sirvió como base de la ponencia de la CNT previa al estallido de la Guerra Civil.

Encarcelado 3 veces y fusilado

Poco después, Puente formó parte del Comité Nacional Revolucionario encabezado por Buenaventura Durruti que organizó el Levantamiento del Ebro el 8 de diciembre de 1933, que era la respuesta confederal al triunfo de las derechas en las elecciones de noviembre.

Ocho días después, el 16 de diciembre, fue detenido y encarcelado en Zaragoza. No era la primera vez, ya había sido arrestado en abril de 1932 en Maeztu y llevado a la cárcel durante casi un mes (acusado por los socialistas de tramar un complot sedicioso contra la República), pero en esta ocasión permaneció en prisión cinco meses, en los que fue torturado y procesado hasta que la presión huelguista de la CNT llevó a que en mayo de 1934 fuera amnistiado junto a todo el Comité Nacional Revolucionario.

Fotografía de Isaac Puente. José Ignacio Orejas

Sus ideas fueron en buena parte incorporadas a la doctrina anarcosindicalista española en el Congreso Confederal de la CNT celebrado en Zaragoza en mayo de 1936 e influyeron en plena Guerra Civil en la creación de muchos grupos libertarios.

Poco más duró su vida, porque tras el levantamiento militar de julio de 1936, al encontrarse Isaac Puente en zona rebelde, fue detenido el 28 de julio y trasladado a la cárcel de Vitoria. Un mes después, la noche del 31 de agosto, fue sacado de la cárcel y llevado al desfiladero de Pancorbo (Burgos), donde fue fusilado. Su casa, sus bienes personales y su patrimonio fueron expoliados por el régimen. En su honor, la CNT llamó Batallón Isaac Puente a la unidad militar número 3 de las Milicias Antifascistas del País Vasco que participó en el Frente Norte en el transcurso de la guerra.

El 28 de julio de 1936 fue sacado de la cárcel de Vitoria para ser fusilado en el desfiladero de Pancorbo (Burgos).

Revolucionario en la medicina

Sus ideas trascendían a la política y llegaban también a su profesión, y principalmente las plasmó en artículos sobre salud y sexualidad que escribía tanto en la prensa general como en la sanitaria e incluso en publicaciones libertarias, como ‘Solidaridad Obrera’ o ‘Tierra y Libertad’, firmando sus artículos como ‘I. Puente’ y, sobre todo, como ‘Un médico rural’.

Consideraba vital la divulgación sanitaria para que la sociedad pudiera salir de su ignorancia sexual, de la que culpaba al sistema político burgués del Estado. Partidario del neomaltusianismo anarquista y del eugenismo reformista para el control de la natalidad, era un hombre adelantado a su tiempo, ya que apostaba por el feminismo, poniendo a la mujer como dueña de su cuerpo y defendiendo su derecho al aborto.

Con una prosa elegante, rigurosa y a la vez accesible al lector, se mostró muy crítico con el poder político, económico y religioso. A su vez cargaba no pocas veces contra su propio gremio, acusando a muchos médicos de haberse convertido en funcionarios renunciando a su criterio personal, y también de “inmoralidad en el ejercicio profesional” al pensar más en el dinero que podían obtener del paciente que en la propia salud, lo que llevaba a perder interés en el cliente que tenía pocos recursos económicos o al que se visitaba gratis. “Un título académico es una patente para robar legalmente”, llegó a afirmar.

Cargó contra su gremio: contra los médicos que renunciaban a su criterio y contra el mercantilismo de la medicina.

Igualmente, advertía sobre el peligro de sobrevalorar la figura del médico. “Todas las enfermedades pueden evolucionar hacia la curación sin la intervención del médico, y en muchas enfermedades, en casi todas las infecciosas, puede prescindirse de todo tratamiento. La realidad es que el médico no hace muchas veces más que dar la sensación de que hace algo, y las enfermedades evolucionan a pesar suyo”, escribió. Su conclusión era contundente: “La medicina, la educación y la política, y sus respectivos profesionales o prácticas, no resuelven los problemas que la naturaleza iba a solucionar por sí misma, sino que complican las cosas para hacerse imprescindibles y hacer al individuo y a la sociedad dependientes de ellos”.

Contrario a la cirugía, que para él era un indicador del “atraso de la medicina” y convertía al enfermo en “un animal viviseccionable”, defendió que la presencia de los médicos en el sindicalismo no persiguiera sólo mejorar sus condiciones laborales, sino también la mejora de la sociedad, íntimamente conectada con la salud. Es decir, luchar por el derecho del hombre a unas condiciones dignas de alimentación, vivienda, trabajo y educación, lo que redundaría en una mejor salud, aunque también reclamaba el esfuerzo individual.

“La salud, como la libertad, ha de conseguirla cada cual”, escribió, recomendando un modo de vida saludable, con alimentos vegetales, ejercicio físico y aprovechando el sol y el aire libre, lo que conectaba con el naturismo que tanto promulgó y defendió a lo largo de su intensa carrera.

Neomaltusianismo y eugenesia

Como médico, Isaac Puente defendía puntos de vista neomaltusianos y eugenésicos. El maltusianismo es una teoría desarrollada durante la Revolución Industrial por el economista británico Thomas Robert Malthus y que defiende el control de la natalidad para que la población, que crece en progresión geométrica, se adecúe a los recursos para su supervivencia, que crecen en progresión aritmética. Según esta teoría, si no se interviene, la multiplicación de la población llevará a una depauperización de la especie humana e incluso a su extinción.


El neomaltusianismo, con origen a finales del siglo XIX, considera el exceso de población de las clases pobres u obreras como un problema para su calidad de vida, teoría que entronca con la eugenesia, el estudio de las leyes biológicas de la herencia orientados al perfeccionamiento de la especie humana, algo que ha tenido aplicaciones perversas pero que en aquella época se valoraba desde un punto de vista progresista.


Puente, defensor de la eugenesia desde un punto de vista de la higiene, aseguró en la revista anarquista ‘Generación Consciente’ que “la eugenesia tiene cada vez más adeptos y es deber de todo médico difundir y propagar su enseñanza para no incurrir en una gran responsabilidad moral”. Algo que no gustaba en una sociedad conservadora y católica, que se oponía a los métodos anticonceptivos. 


Para Puente, el neomaltusianismo relegaba la eugenesia a “una más de las razones de la práctica anticonceptiva”, a la de no traer descendencia en caso de enfermedades hereditarias o “taras morbosas transmisibles”. Proponía evitar procrear en condiciones “disgénicas”: enfermedades venéreas de los progenitores, si consumían mucho alcohol o tabaco o si sufrían pobreza económica.


Así se podía “mermar esa cantera que suponen las familias numerosas de hambrientos, montón de carne inconsciente, analfabeta y depauperada, de que se abastecen los cuerpos sostenedores de esta sociedad inmoral y cruel (...), los buitres que trafican y medran con la ignorancia y el dolor humanos”. Según él, la clara degeneración de la salud del proletariado no se debía a la herencia, sino a razones económicas, políticas, sociales y culturales.


No era partidario del aborto como medida para controlar la natalidad, pero sí consideraba que si ese era el deseo de la mujer, el médico debía respetarlo, y que se convertía en una herramienta para la emancipación sexual de la mujer. “Su cuerpo es suyo”, escribió.


Era favorable a que los médicos informaran a los mujeres de los métodos anticonceptivos existentes, aunque relegaba el uso del preservativo a una opción casi como último recurso. El método que más apoyó fue el preventivo que se basaba en los periodos de esterilidad y fecundidad de la mujer según los ciclos de 28 días.


En cuanto al hombre, defendió la vasectomía pero siempre recalcando que debía ser una decisión voluntaria del sujeto, ya que en aquella época el régimen nazi impulsaba las prácticas esterilizadoras contra individuos con taras físicas o psíquicas y no quería que se pudieran relacionar anarquismo y nazismo.