Una fuente anónima

Son esas cosas que pasan de puntillas para el común de los mortales y quedan para la bronca (o bronquilla) de los más enterados (y enteradillos) en las dichosas redes sociales. Resulta que un periodista al que le adorna un Pulitzer, de nombre Seymour Hersh, dice haber acreditado que fue Estados Unidos quien se cargó los gasoductos de Nord Stream, dejando a Europa a dos velas de suministro. La cuestión es que el tipo solo cita una fuente anónima y reconoce que no ha sido capaz de documentar mejor la gran exclusiva. Con semejante punto de partida, lo que ha pasado después no puede sorprender a nadie. La parte de la parroquia que viene sosteniendo que Putin no es tan malo como lo pintan y que la invasión rusa de Ucrania fue provocada por la OTAN y el malvado imperialismo yanki ha encontrado la confirmación a sus teoremas conspiranoicos. Desde la contraparte se responde (y es cierto) que no sería la primera vez que un Pulitzer se inventa sus mierdas y, centrándose en el caso concreto, se apunta algo que parece razonable: hacen falta más fuentes para dar credibilidad a una acusación tan grave.

Verosímil, pero...

¿Y entonces? ¿Mandó o no mandó Biden cepillarse el gasoducto con la doble intención de jugar al “cuanto peor, mejor” y cargarle el mochuelo al sátrapa del Kremlin? Siendo honestos, no hay modo de responder a la pregunta. Aunque no resulta inverosímil a la vista de la larga bibliografía presentada por Estados Unidos, lo cierto es que, a fecha de hoy, lo que tenemos es un titular muy jugoso con un sustento documental endeble y hasta con la sospecha de ser, en palabras llanas, un puñetero invento. Así que lo que procede, como tantas veces, es creérselo o no creérselo en función de la propia ideología. Los prorrusos desorejados y los prorurros que hacen como que no lo son han comprado sin dudar el scoop de Seymour Hersh, y ofrecen la mercancía como la prueba definitiva de que Zelenski es una marioneta nazi cuyos hilos mueve una Casa Blanca tan siniestra que no duda en realizar sabotajes para endosárselos al odiado inquilino del Kremlin.

¿Qué creer?

El resumen y corolario de lo que les cuento, ya más allá de este episodio concreto, es que en el periodismo actual lo de menos es la verdad. Da lo mismo que los titulares se basen en hechos contantes y sonantes, en especulaciones con más o menos visos de verosimilitud o en patrañas del nueve largo. Lo que prevalecerá será lo que los consumidores de la presunta información decidan asumir como cierto o falso en función de sus propias creencias, es decir, de sus prejuicios.