ME permito corregir levemente el lema del acto del PNV en que se escenificó el relevo generacional. “Aquí comenzará todo”, rezaban los carteles anunciando el más que emotivo acto que tuvo lugar ayer en Landako Gunea, no sé si por feliz casualidad o con intención, el mismo marco que acoge desde hace muchos años la Azoka de Durango. Humildemente, yo añadiría un simple prefijo y diría, ya 24 horas después del evento, que “Aquí recomenzó todo”. Un partido que va a cumplir en julio 129 años no parte de cero. Al revés, lleva a sus espaldas un sinfín de recomienzos, algunos verdaderamente traumáticos, como los que tuvieron lugar en el contexto de una guerra perdida y el consiguiente exilio o, más recientemente, el que siguió a la dolorosa escisión de 1986.

Por fortuna, en este caso, hablamos de un inicio que, en realidad, es pura ley de vida. Una buena parte de los miembros de una generación que, contra mil tempestades, ha firmado una brillantísima hoja de servicio para el pueblo vasco ceden el testigo a una hornada de jóvenes y pujantes militantes jeltzales con sobrada preparación para afrontar un futuro que se presenta a rebosar de incertidumbres. Esa es la gran paradoja. Después de haber contribuido a normalizar el país, dejándolo en los más altos niveles de convivencia, cohesión, bienestar social, empleo y calidad de vida que se recuerdan -no hay más que mirar los respectivos indicadores para comprobarlo-, el PNV deberá medirse contra una fuerza pujante que hasta la fecha únicamente ha acreditado, con recientes y significativas excepciones estratégicas, su capacidad de destrucción en busca de un escenario de “cuanto peor, mejor”. El populismo en otros lares de Milei o Trump es aquí el de la izquierda autotitulada soberanista. Y Pradales hizo ayer un gran diagnóstico.